Miguel Méndez Rodulfo 30 de octubre de 2015
Quién observe a Nicolás Maduro en sus
reiteradas cadenas televisivas encontrará a un ser ajeno a la realidad que
palpan, sufren y sienten los venezolanos. Para él, Venezuela vive un momento
estelar y están abiertas las posibilidades de realización para todos sus
ciudadanos; sobre todo después de ese histórico aumento de salario de 30%. En
su cabeza obnubilada, la inflación de 200% es un invento de la guerra sucia
opositora y seguramente cree, a pie juntilla, que la gente le cree la misma
cantaleta del saboteo que viene repitiendo. No se le ocurre que la escasez, el
desabastecimiento, el aumento desmesurado de los precios, la inseguridad y la
desesperanza han roto todos los sueños que los pobres se plantearon con el
régimen. Es entendible que nadie se quiera ver a sí mismo como el sepulturero
de una época, como la última piedra que cae después del derrumbe; la mente
tiene mecanismos de protección que nos hacen desdibujar otra realidad frente al
abismo, y eso le ocurre a Nicolás.
En tanto que el inquilino de Miraflores
delira, afuera inexorablemente se cierra un círculo sobre su poder. En dos
semanas ha perdido 2 puntos, ahora el rechazo llega al 82%; de manera que
podríamos arribar a la primera semana de diciembre con un rechazo cercano
al 90%. Así como de fácil le cayó el
poder, así mismo lo perderá. La disposición de la gente a votar es muy alta y
dado el rechazo a Maduro, le van a dar hasta con el tobo. Otra cosa es que el gobierno
se defienda como un lobo herido y pretenda negarle a la nueva asamblea el
ejercicio pleno de sus derechos, que pretenda que esta asamblea moribunda, en
la segunda quincena de diciembre, le otorgue una habilitante a Maduro para que
gobierne todo 2016, sin el necesario control legislativo, tal como si no
hubiese pasado nada: los ministros no acudirán a las interpelaciones, los
colectivos bloquearán el acceso a la AN, la Sala Constitucional saboteará la
labor legislativa de la Asamblea y Maduro nunca firmará el ejecútese de las
leyes aprobadas.
En ese escenario, un pueblo crispado por
la burla frente al desconocimiento de los resultados electorales y acicateado
por el hambre, la inflación, la escasez y la inseguridad (se están volviendo
rutina los casos de linchamiento), puede generar olas de protestas que hagan
tambalear al régimen. De manera que el gobierno, si tiene un ápice de
inteligencia, le correspondería lograr un pacto político con la oposición.
Claro, eso supone cierta cordura que nunca le hemos conocido al régimen, por lo
cual esto es improbable. Así las cosas, no pinta bien la paz social de
Venezuela en 2016, año en el que ojalá que se produzca el cambio que el país
necesita, para enrumbarnos hacia una transición ordenada que logre recuperar la
gobernabilidad, la estabilidad política, el rumbo económico y la normalidad en
el funcionamiento de los servicios públicos.
No falta mucho para las elecciones
legislativas del 6 de diciembre, sin embargo hay una calma chicha que espera
ser drenada con el ejercicio del voto, como se resuelven en democracia los
problemas políticos. Hay grandes esperanzas en estos resultados que deben
marcar el inicio del fin de la era chavista.
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