Por Margarita Lopez Maya
El 31 de octubre se
cumplieron 47 años de la firma del acuerdo político más importante de nuestra
historia contemporánea: el Pacto de Punto Fijo. El nombre provino de la casa de
Rafael Caldera, llamada Punto Fijo, lugar donde los partidos firmaron el
acuerdo.
La era chavista ha
estigmatizado ese pacto en el discurso oficial y en la práctica política
considerándolo símbolo de la democracia representativa, a su vez calificada
como una falsa democracia, un sistema oligárquico insensible y corrupto. Esa
descalificación ha sido una manera de tirar el bebé de la democracia junto con
el agua sucia de sus imperfecciones. Como resultado, hoy padecemos un régimen
autoritario, militarista y de desigualdad.
El 6-D abre una coyuntura
favorable a una transición democrática. Para aprovecharla, será necesario que
entendamos y valoremos la importancia del diálogo y la negociación, que
cristalizan en pactos políticos como Punto Fijo. Que superemos el prejuicio de
la antipolítica, la cultura del no diálogo, inculcado desde el poder todos
estos años.
Punto Fijo comprometió a
tres partidos para trabajar por la cristalización y consolidación de una
democracia, un régimen civil. Hasta 1958, Venezuela había sido gobernada
avasalladoramente por regímenes autoritarios y militaristas, de modo que la
tarea era difícil, los militares estaban acostumbrados a creerse dueños de
Venezuela. Se logró gracias a pactos y porque la gente apoyó la propuesta. La
negociación entre AD, Copei y URD significó que, por primera vez, las
organizaciones políticas se comprometían a no pelearse a cuchillo entre ellas,
como se vio durante el Trienio Adeco (1945-1948). Trabajarían juntos para hacer
cristalizar instituciones democráticas y las apoyarían ante las amenazas de
adversarios. Hubo necesidad de escribir en el pacto que se comprometían a
reconocer al candidato ganador en las urnas.
El chavismo ha insistido en
que la exclusión del PCV del acuerdo dejó sin representación al “pueblo” en la
democracia que nacía. Una falsedad. El pueblo no es una unidad monolítica e
indivisible tras un líder; al contrario, es una multitud con diversos intereses
y posiciones políticas. Para ese momento, el partido AD tenía más pueblo que el
PCV. Lo demostraron las elecciones de ese año y las siguientes.
02-11-2015
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