Leandro Area 13 de mayo de 2020
No
son tan solo la dictadura, la pandemia, el hambre, los presos políticos, el
calor sin electricidad, la sequía sin agua y la calima, las tribulaciones
mayores que sumadas a otras patrañas, que da vergüenza reseñarlas de tan
propias y rancias que ya son, las que constituyen las exclusivas calamidades de
nuestro presente interminable.
Este
breve menú de realidades apuntadas no hace sino ayudar a comprender,
retratándonos en secuestro espero que forzado, así cueste hasta el asco
mirarnos y admitir que eso somos en ese espejo empañado de fiebre que
encandila, el perfil del ruinoso país que nos dibuja
Aunque
suene absurdo insistir, aburrido contar e incomprensible, todo este aparente y
caótico mazacote de realidad que padecemos, cuando se observe con la
perspectiva que otorgan el tiempo y los distanciamientos cicatrizantes,
podremos entender que fueron eventos, no todos previstos es verdad, aunque en
su gran mayoría calculados que, enhebrándose en sus detalles y capítulos,
dieron luz verde finalmente, ¿fatalmente?, a tan abruptas subidas y bajadas de
telón. Parafernalias rocambolescas y saltos de guion y talanqueras adquirieron
sentido y ritmo en el aparatoso transcurrir de los días y en el sonar de
instrumentos y voces que creíamos percibir como ruido lo que era partitura.
A
este tiempo tal vez se lo defina en su conjunto por avezados investigadores del
futuro como “pandémico”, lo que no sería precisión pertinente ni científica
para explicar la especificidad de nuestra frustración venezolana que no puede
cobijarse, compararse o diluirse escuetamente, en esa otra que es mundial,
ojalá pasajera, mientras que la nuestra propia es ya una plaga bíblica parecida
en tanto a la eternidad.
Y
es que con ese tapabocas que hemos llamado, rimbombante, “perspectiva”, nos
daríamos cuenta y cobraría sentido de totalidad el entramado y difuso conjunto
amorfo de partículas y particulares señas, que como señuelos parecen de escalas
desiguales o pertenecientes a intereses contradictorios, o utensilios distintos
de fuerzas en pugna y excluyentes que pudieran ser económicas, políticas,
ideológicas o geoestratégicas, o ninguna, o todas juntas a la vez.
Todo
se resolvería explicativamente aduciendo una síntesis cuasi perfecta de
contradicciones en armonía donde unos factores y actores no son posibles sin la
existencia de sus negativos complementarios, como lo son el bien y el mal o
como si el color negro pudiera existir sin la presencia del blanco. Lo uno en
dependencia de lo otro en una relación de pervivencia, convivencia y
connivencia existencial. O que esa aparente contrariedad excluyente,
amigos-enemigos, no fuera si no el guiso argumental separativo y artificial que
diera congruencia a la unidad de dos apellidos de distintas familias en una
sola persona; plural en singular.
Sería,
en resumen, como una máquina que funciona cabalmente a partir de piezas,
mecanismos y junturas, que se contradicen, rechazan y repelen entre sí dando
origen y propósito de sustentación, razón de ser y movimiento, a lo que hoy
padecemos.
Sería
pertinente, insisto en las probabilidades, para estos historiadores del mañana
que escribirán sobre estas ruinas de país que somos hace tiempo, que informen
con cuidado y matiz que el argumento anterior, si fuese valedero, no quiere
indicar, no implica malintencionadamente o solapadamente que todos fuimos
culpables, cómplices de la misma calaña, aquí la necesaria clasificación, ya
que el juicio de la historia invalidaría pues de responsabilidades, culpas y
castigos, a asesinos, torturadores y hambreadores de tanta gente durante tanto
tiempo, y a destructores aviesos de unas formas de vida medianamente
civilizadas, de sociedad ambiciosa de paz y democracia aunque sin particulares
rasgos proclives al respeto por los derechos humanos, amantes también sea dicho
de paso de rebatiñas populistas y de caudillos hablachentos, sin olvidar a
todas estas el peso del excelso clima que nos mece y que influye tanto en
nuestras dificultades por conseguir lo que natura no regala.
Es
que este tiempo que se nos ha echado encima, más allá de pandemias y otras
sombras chinescas, es tan cruel y de elaborada maldad, que no tiene perdón,
menos olvido, y reclama justicia, aunque a veces a uno a pesar de sensible come
flor y buena gente le ronque desde las vísceras y desde el corazón la palabra
venganza, para que veas hasta donde es capaz de llevarnos el mal huracanado que
el bochorno provoca.
Hasta
esa esquina de hiel nos han empujado estos rufianes que nos acogotan a todos,
casi, sin que las reacciones en contrario al fin cobren fuerza y nos
encontremos tantos, quiénes, dónde y aún, con una sola agenda y transparente en
el barco común con el que atravesar el río de nuestras podredumbres que bien
aspiro a que alguien narre la historia de esta historia que un día terminó como
un volcán ahora dormido.
Y
que se escuche, y los hijos por venir sepan a su vez, incluyamos a nietos por
si acaso y bisnietos también, que en esta tierra de Dios y de desgracias hubo
algunos que no quisieron llorar del todo la ignominia que llevamos por dentro y
no nos deja, y se encontraron en plazas, calles, casas y demás rincones
extraviados, por encima de pandemias y cuarentenas de chantaje inducido, a
decir sus pesares y verdades, y a exigir y lograr a voz una, ojala que sea
pronto, lo que la mayoría necesita y reclama, que antes que nada es pan,
dignidad y energía compartida para imponer y lograr respeto en libertad,
historia ambicionada de la Venezuela reiterada de siempre.
Leandro
Area
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