AP 10 de mayo de 2020
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Después de huir de Venezuela como otros millones de
personas por la dura crisis humanitaria en el país, Misael Cocho llegó en
autobús a Perú, donde consiguió trabajos esporádicos para enviar dinero a casa
cada mes a su madre y su hijo de cinco años.
Pero en cuanto consiguió su empleo más estable por
ahora en Lima, los casos del coronavirus se dispararon. Perdió su empleo,
vendió su televisor para comprar comida y hace meses que no ha podido enviar
dinero a Caracas para la comida del niño y la madre de Cocho.
Las consecuencias de la pandemia dejaron en dique seco
a muchos migrantes venezolanos en el extranjero y a los familiares que se
quedaron atrás y que dependen de ellos. Y conforme desaparece el empleo en
países como Perú y Colombia, grupos humanitarios señalan que muchos venezolanos
que huyeron del hambre tienen ahora problemas para comer.
Cocho, de 24 años, afronta un dilema. ¿Debería
quedarse en Perú por si la economía mejora, o volver a Caracas, donde la vida
es precaria pero podría no empeorar? “En verdad esta pandemia me ha pegado
fuerte", dijo.
La población de Venezuela tocó techo con 30 millones
de personas en 2015, pero ante el colapso económico de su país, cinco
millones emigraron a otros lugares de Sudamérica, Estados Unidos y Europa,
según la Organización Internacional para las Migraciones, dependientes de la
ONU. La mayoría de los que se quedaron atrás vive con unos ingresos mínimos que
equivalen a unos dos dólares mensuales.
En torno a la mitad de los venezolanos que
emigraron a otros países de América del Sur son trabajadores informales
-jornaleros, vendedores, artistas callejeros y meseros-, según estimaciones
de Provash Budden, director regional de las américas para el grupo de ayuda
humanitaria Mercy Corps. El impacto económico del virus golpeó de lleno a esos
trabajadores, que cuentan con poca o ninguna red de apoyo.
Al principio, Cocho encontró empleo paleando estiércol
y barriendo calles, y hace poco consiguió un trabajo mejor pagado en un
comercio familiar de alimentación. Pero fue despedida al extenderse el virus.
Perú tiene unos 65.000 casos confirmados y, con más de 1.800 muertos, es el
segundo país latinoamericano con más fallecidos por detrás de Brasil, donde han
muerto más de 10.000 personas.
Cocho duerme en un colchón en una casa abarrotada de
inmigrantes venezolanos. El casero les ha dejado no pagar el arrendamiento por
ahora, pero Cocho no sabe cuánto tiempo durará esa generosidad. “He tenido
que optar por vender las cosas que no utilizo para poder sobrevivir",
dijo.
Venezuela fue una nación acomodada, situada sobre las
mayores reservas de petróleo del mundo. Pero años de confrontación política,
corrupción y mala gestión de los recursos por parte del gobierno socialista
dejaron a la mayoría de los venezolanos con servicios cada vez más pobres de
agua corriente, electricidad, gasolina y atención médica.
Del 15% de venezolanos que salieron del país, unos 1,8
millones fueron a la vecina Colombia. Otros emigraron a Brasil, Ecuador y Perú.
Los que tuvieron más éxito que los trabajadores informales iniciaron negocios e
inscribieron a sus hijos en escuelas locales.
Pero el coronavirus interrumpió de forma abrupta
las aspiraciones de muchos migrantes y limitó su capacidad de ayudar
económicamente a los afectados parientes que dejaron en casa.
“Como todos, (...) mi misión de estar en Perú es
ayudar a mi familia en Venezuela", dijo Cocho.
Debido a las estrictas órdenes de confinamiento impuestas
en Colombia para combatir la pandemia, muchos inmigrantes en Bogotá deben
incumplir la ley para salir y ganar dinero para comer o quedarse recluidos y
pasar hambre, según grupos humanitarios.
“De pronto se han vuelto invisibles, encerrados
tras puertas cerradas”, dijo Marianne Manjivar, directora para Colombia y
Venezuela del grupo humanitario International Rescue Comittee.
Unos 20.000 venezolanos han vuelto a casa desde
principios de marzo, según el gobierno
colombiano, que ha pagado unos 396 pasajes de autobús para llevarlos a la
frontera venezolana.
Yonaiker García, de 22 años, se ganaba bien la vida
tras llegar de Venezuela a Bogotá. Ganaba 500 dólares mensuales como diseñador
gráfico hasta que la pandemia le dejó sin empleo y sin techo.
“Nos sacan a la calle”, dijo García a las afueras de
Bogotá, en una protesta el mes pasado pidiendo al gobierno colombiano que
pagara más autobuses a la frontera.
Los emigrantes venezolanos en Sudamérica corren un
alto riesgo de infección porque deben trabajar de cara al público o quedarse
recluidos en departamentos cada vez más abarrotados, señaló Budden, de Mercy
Corps.
“Desde un punto de vista de salud pública, es una
receta para el desastre", afirmó.
Nicolás Maduro ha dicho que los venezolanos serán
bienvenidos si regresan, aunque imágenes compartidas por algunos de los
retornados dicen otra cosa.
Algunos de los que llegaron el mes pasado a la pequeña
ciudad de San Cristóbal, cerca de la frontera con Colombia, fueron retenidos
dos semanas en un recinto deportivo bajo vigilancia militar, en un espacio
reducido que hacía difícil el distanciamiento social. Un periodista de
Associated Press oyó a los que estaban dentro gritando que se les permitiera ir
a sus casas.
Los migrantes que regresan encuentran comunidades
con los hospitales cerrados, porque miles de médicos y enfermeras se fueron del
país.
Por ahora, Venezuela sólo ha reportado oficialmente
367 casos de coronavirus y 10 muertes por COVID-19. Los expertos creen que la
cifra real es mucho mayor porque se han hecho muy pocas pruebas y el tipo de
análisis que se está utilizando no revela infecciones recientes.
En Caracas, la madre de Cocho, Maylin Pérez, de 48
años, dijo estar muy angustiada por el posible alcance del brote.
Hay que subir varios tramos de escaleras para llegar
al austero departamento de tres habitaciones donde vive, con fotos de su hijo
en las paredes. El último envío de Cocho fueron 10 dólares en febrero para
ayudarla a comprar comida para ella y su nieto.
De modo que ella teje coloridas mascarillas para
cambiar por productos que añadir a las lentejas y el arroz que llegan cada mes
en la caja de alimentos subvencionada por el gobierno. No pueden permitirse
huevos, queso ni carne.
Pérez dijo que lo mejor de su día son los mensajes de
texto de su hijo, que también llama cada pocos días para que el niño pueda oír
la voz de su padre.
Ella dijo que intenta convencer a Cocho de que no se
preocupe de enviar dinero, porque está más preocupada de que él se contagie.
“Preocúpate por ti", dijo que le repetía. "Primero
(...) tu salud, tu vida”.
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