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lunes, 4 de enero de 2021

Marisol Ramírez: “El trabajo comunitario está bajo la lupa” por @prodavinci

Por Hugo Prieto


Como antecedes del trauma psicosocial venezolano podríamos mencionar el Caracazo y el deslave de Vargas y más recientemente —ya no como episodios, sino como una realidad permanente—, la emergencia humanitaria compleja, las violaciones a los derechos humanos y la diáspora que ha arrojado a 5,6 millones de venezolanos a más de 90 países.

La ansiedad y la depresión son los síntomas de una realidad impuesta que afecta, en mayor o menor medida, a cada uno de los venezolanos. No hay una luz al final del túnel, pero sí un recorrido en la oscuridad, cuyos inicios podríamos ubicar en 2014. La sombra que se proyecta en 2021 son mayores dificultades, como consecuencia del agravamiento y prolongación del conflicto político y la crisis económica. Sin duda, esto ha generado un impacto en la salud mental de los venezolanos. Quién habla de este tema es Marisol Ramírez*.

Durante el Caracazo vimos una sociedad enardecida. Hubo, además, una novedad. Todas las formas de violencia las vimos por televisión, ¿cómo influyó esto en la emocionalidad y en la psiquis de los venezolanos?

Lo importante del Caracazo —para las víctimas que lo vivieron de cerca, pero también para las víctimas secundarias— es que fue un evento de tal magnitud, que generó un trauma a nivel individual y a nivel social. Estamos hablando de una herida, de una fractura, que no es propiamente física, sino que más bien tiene que ver con mi psico emocionalidad, con mi socio emocionalidad. Entonces, empezamos a ver afectada la inocencia del venezolano, esa supuesta ingenuidad, tan bien ilustrada en la fábula de Tío Tigre y Tío Conejo. Se produce el trauma y la necesidad de afrontarlo, ¿Para qué? Para caer en una situación natural, desde el punto de vista psicológico, que es el duelo. El Caracazo, ciertamente, marca el comienzo, el inicio formal diría yo, de un estilo de vida en Venezuela que va de la crisis al duelo.

La diáspora, como evento traumático, adquiere una dimensión más profunda. Diría que es una ruptura —no ya a escala social, sino más bien personal, entre otras cosas, porque todos tenemos un familiar que huyó del país—. Y en este tránsito, en este modus vivendi, lo único que ha avanzado es la crisis y el duelo. ¿Cuáles serían las consecuencias de este proceso?

Antes quiero decir algo importante: Este modelo de vida, de crisis y duelo, que vivimos los venezolanos, nunca ha dejado de ser personal. Ha transitado de lo personal a lo social y vuelve a lo personal. A lo mejor tuvimos a un hijo, a un sobrino, preso por un tema político. O un hijo muerto producto de la represión de las manifestaciones de 2017. Vimos como a partir de 2015 aparece el fenómeno de la emergencia humanitaria compleja. Todos tenemos a un familiar o conocemos a alguien que falleció producto de la escasez de medicamentos o por la ausencia de un tratamiento médico. Todos tenemos a un familiar o conocemos a alguien que perdió muchísimo peso. Entonces, este modelo de crisis nunca ha dejado de ser personal. No ha perdido características sociales, políticas, todas las expresiones que puedan reconocerse.

Sería muy ingenuo pensar que esto es obra de la casualidad.

Esto ha sido finamente pensado, planificado, estructurado, diseñado, para romper con esa imagen de ingenuidad del venezolano, que de alguna manera recoge una forma de vivir, de resolver, de estar en el mundo, tanto en lo individual como en lo colectivo, para poder sobrevivir, o intentar hacerlo, en un esquema donde nos movemos entre el dolor que genera la herida —producto de la crisis y la ruptura— y el trauma que ella genera.

Lo que se percibe en el ambiente es la imperiosa necesidad de olvidarse del trauma para buscar un arreglo. Quizás eso contribuya a mejorar la salud psíquica y emocional de los venezolanos. ¿Eso es posible? ¿Digamos, en términos políticos, éticos, morales?

Esa es la pregunta y también es la llaga, la llaga del dolor. El duelo ante la pérdida de la vida y consecuentemente los demás duelos —la pérdida del trabajo o de la condición de salud, la pérdida de la pareja, la mudanza a otro país— nunca es lineal. Es como una madeja de hilos que, llegado un momento, se puede desenredar, pero también puede ocurrir lo contrario. Lo prudente, en términos psicológicos, es poner eso en perspectiva. No quedarse atrapados en el presente. Eso es parte del duelo. ¿Qué es lo que pasa aquí? La palabra clave frente a la pregunta que tú me planteas, que para mí es una llaga, es adecuación. Adecuación no es adaptarme, no es conformarme o resignarme. Es, si se quiere, uno de los principales elementos de la llamada resiliencia, que no se compra en ninguna parte, tampoco se decreta. Hay que entrenarla, hay que cultivarla. No hay otra manera.

Entonces, ¿qué es adecuar?

Cuando yo digo adecuarnos, se trata de entender que nosotros —a lo largo de 20 años en los cuales ha habido represión, muertes, desapariciones, y todas las cifras que conocemos de la emergencia humanitaria compleja y de la diáspora— no vamos a poder dejar atrás esos elementos que nos han causado múltiples heridas. Tenemos que aprender a vivir con ellos. Y eso significa que no me voy a quedar en la pregunta. ¿Por qué se murió? ¿Por qué lo mataron? ¿Por qué? ¿Por qué? No. Y aquí volvemos al punto de partida que es el individuo, que es el hombre, que es la mujer, que es la gente. De lo que se trata en medio del duelo, es que de alguna forma yo pueda adecuar mi espacio personal, en medio de un proceso tan complejo, que además no se detiene, créeme que no es fácil manejarse en esas circunstancias.

El duelo, efectivamente, no es lineal. Va y viene, ¿verdad? Y algo similar podría decirse de la crisis. ¿Cuál sería el estado de la salud emocional y psíquica de los venezolanos?

La perspectiva de la salud mental, emocional y psíquica de los venezolanos pasa por comprender que la solución a este gran problema que vivimos no tienen nada que ver con los métodos o las formas que conocemos —marchas, protestas manifestaciones—. De hecho, se protesta todos los días por el derecho que tengo a una vida con servicios públicos —agua, electricidad, gas—. Entonces, no hay una sola solución, sino una madeja de soluciones también, un compendio de cosas, que tienen que formar parte de un acuerdo importantísimo y fundamental. Aquí han cambiado las circunstancias y la visual que tenemos de nosotros. Ya no se trata solamente de Caracas y la provincia, sino de gente que tiene muchísimo dinero y de otra gente que gana dos dólares. ¿Cómo puedo ser el dueño de mi vida en medio de circunstancias donde los problemas de salud y alimentación siguen siendo los mismos? Para eso tengo que retomar, tengo que recuperar, tengo que adecuar mi vida personal a esa vida social, en la que debo conectarme con otras cosas para poder transitar este espacio. Las soluciones tienen que ver con la convivencia, entonces tengo que adecuar mi vista, mi mirada interna, a lo que voy a tener que compartir con gente que quizás no imaginé, en un país donde hay sectores que han sido francos y públicos enemigos. Y eso hay que hacerlo. De otra manera no va a ser posible, porque la otra opción que queda, no la veo posible, ni la veo viable tampoco.

                                             Marisol Ramírez retratada por Alfredo Lasry | RMTF

¿Cuál sería?

La vía militar, no la veo, no la quiero. Y al final, creo que es parte del aprendizaje que tenemos que hacer como sociedad. Entonces, la vía que sí tenemos es la vía ciudadana. La vía de la convivencia en las condiciones que yo pueda, no en las condiciones que yo quisiera o que quizás yo necesito.

Realmente hemos insistido, años y años, en la participación, en la vía ciudadana, y no hemos conseguido nada. La política le ha fallado a la gente. Yo creo que hay como una sensación que podría resumir en esa conseja popular «echo tierrita y no juego más». Entonces, la vía de la participación, la vía ciudadana, también está en crisis.

Sí, sin duda. Por eso tiene que cambiar. Cuando te hablo de esa adecuación lo hago desde el «sentipensar» (proceso en el cual ponemos a trabajar conjuntamente pensamiento y sentimiento, es la fusión de dos formas de percibir la realidad). Yo he aprendido, desde mi origen que es la psicología social, que la vía ciudadana también necesita sentipensarse de una forma distinta. Coincido contigo, hay una crisis, pero también cierto agotamiento. Yo marché, yo protesté, yo hice. Sí, pero ese yo individual tiene que cambiar para poder convertirse en un yo social. Sí, la vía ciudadana tiene que ser compartida desde los pequeños espacios de la comunidad hasta espacios más representativos. No se trata solamente de reseñar los números que demuestran cómo ha avanzado la emergencia humanitaria compleja, o la profundización de la crisis, o como exponencialmente aumenta el dolor, sino señalar aspectos como la resiliencia, la solidaridad, la esperanza, no sean solamente palabras bonitas, sino palabras que respondan a actitudes, a programas definidos de acompañamiento en el trabajo comunitario que se traduzcan en acciones muy concretas. Esas tres cosas que acabo de mencionar —resiliencia, solidaridad, esperanza— son actitudes que se definen, se cultivan, se aprenden, se contagian, se programan, se planifican. No sólo se planifica la destrucción, también se planifica la construcción.

Nos movemos en direcciones opuestas. ¿Qué marcaría la diferencia?

Los tiempos para destruir son breves, pero el tiempo de construir requiere de una laboriosidad distinta. Requiere un sentipensar diferente, por parte de las personas y de los grupos sociales. La diferencia para mí —en este modelo de crisis y duelo que estamos viviendo— es que la vía de la participación, el trabajo que nosotros tenemos que hacer, también requiere de una adecuación y tiene que ver, fundamentalmente, con un proceso psicosocial. Yo necesito relacionarme, juntarme con personas, con organizaciones y darle sentido a esta manera de adecuarme a este modelo de crisis y duelo. Por eso dije, al principio, adecuarse no es conformarse, ni adaptarse, ni resignarse.

Todo eso necesita planificación, organización. Es decir, necesita tiempo. No creo que los venezolanos tengamos una noción de lo que significa el largo plazo. Hay que cambiar la forma en que nos oponemos a este modelo de crisis y de duelo. Pero no para abrir un paréntesis e intentar, en 2021, lo que se hizo en 2017. No necesitamos otro baño de sangre. Tampoco creo que la gente quiera repetir esa experiencia.

Hay una cosa importante en el manejo del duelo que me sugiere esa reflexión. Ante la pérdida de la vida —y también de las otras pérdidas— obviamente, hay momentos de rabia naturales, legítimas, ojo, necesitan también la libre expresión, momentos de mucha ira, no sólo contra el que se fue sino con la vida, con el que quedó. Hay distintas manifestaciones de esa inconformidad, de esa pérdida, de ese duelo a la que sigue una sensación de cambio, pero se monta sobre la inmediatez y es cierto, el venezolano está acostumbrado a las fórmulas mágicas, al «no me des sino ponme donde haiga», a un imaginario que nos ha hecho mucho daño. Pero este cambio no nos va a llevar al pasado, a las cosas como eran antes. Eso es imposible. Comprendo que la dimensión del tiempo no ayuda, pero ya están pasando cosas y esto tiene que ver con mi actitud como ciudadana. Mientras esta situación política prevalezca, aunque inevitablemente, en algún momento, habrá que dirimir y donde tendremos que convivir, lo que si es cierto es que tenemos que unirnos, integrarnos, conectarnos con las iniciativas que sí están siendo posibles. Y todas tienen que ver con este proceso de construcción psico —que es individual— y social. Y que permite darle sentido a la frase que dije anteriormente. Caramba, yo soy dueña de mi vida y de qué manera lo soy. La dignificación de la vida tampoco se decreta, tampoco es una entelequia de los derechos humanos, es algo en lo que creo y que se puede hacer comestible, doméstica, cotidiana, pero eso no lo puedo hacer sola en mi casa, lo tengo que hacer con otros que no puedan pretender que las cosas sean como antes ni esperar a que me resuelvan. Son las dos imágenes más difíciles de manejar en todo este proceso de construcción que toma tiempo.

Las iniciativas que pudieran apuntar a la construcción de una realidad social distinta, en este momento, son objeto de represión y hostigamiento. Lo que se traduce en más daño, más sufrimiento y más duelo. ¿Qué reflexión haría acerca del papel que juegan las organizaciones no gubernamentales? Creo que ahí sí se estaría incubando un cambio y una forma de adecuarse, en el sentido en que lo ha venido expresando a lo largo de esta conversación.

No son solo este tipo de organizaciones, también es la gente que ha respondido a una convocatoria y ha encontrado por esa vía el componente psicosocial para cambiar, para adecuarse a este modelo de crisis y duelo. Puedo hablar desde la alianza que establecimos, en 2014, Psicólogos sin fronteras y el grupo social Cesap. ¿Para qué? Justamente para que la gente se organice, reflexione, se cuestione y revise cuál es la problemática de su comunidad. ¿Por qué en 2014? Porque se avecinaban tiempos muy difíciles. Tiempos de mucho dolor. Empezamos con el programa Acompañando en el dolor, dirigido a líderes comunitarios. Quisimos compartir conocimientos con gente que estaba en la primera línea, ahí, en el barrio, en la comunidad, en el cerro, en la calle. Esa experiencia nos llevó al acompañamiento psicosocial y hacer match con los programas del grupo Cesap —seguridad alimentaria, tratamiento de aguas, entre otros—. Nosotros hemos entendido, porque hemos visto lo ocurrido con Alimenta la Solidaridad, Acción Solidaria, Prepara Familia, que hemos podido acompañar a la gente para que todos entendamos que el cambio viene de adentro. Ahí hay un cambio de paradigma que se está dando y eso tiene nombre. El acompañamiento psicosocial permite que las personas se reconozcan como sujetos de derecho, que no voy a esperar, que entendamos que este es un tema de tiempo y de construcción. Evidentemente, ese cambio se torna peligroso para un modelo de crisis y de duelo, que está planificado, que está en una etapa distinta y donde lo binario no solamente es en lo político sino en la cotidianidad. Sí, el trabajo comunitario está bajo la lupa y una forma de atacarlo es por la vía de los recursos.

Del mismo modo en que ustedes anticiparon tiempos difíciles a partir de 2014. ¿Qué esperan para este 2021?

En nueve meses de pandemia, por distintas vías, llegamos a atender a casi tres mil quinientas personas en el servicio de atención psicológica. ¿Qué es lo llamativo de esto? Al término de 2019, nosotros atendimos a casi mil personas. La demanda de este servicio se triplicó, hemos atendido a gente del interior y a gente fuera de Venezuela. Hicimos una pausa, pero ya hay gente preguntando cuándo reanudamos nuestro trabajo. Esto, combinado con las más recientes cifras de la encuesta Encovi, nos hace pensar que este año será difícil. Porque este proceso de crisis y duelo sigue escalando en la salud mental de los venezolanos. Lo que hemos visto en las impresiones diagnósticas es un aumento de los trastornos ansioso depresivos y también en los casos de violencia de género, la violencia contra la mujer, la violencia en el espacio de la vida cotidiana. En pocos días vamos a entrar en otro periodo de confinamiento y eso genera una gran frustración, no sólo por razones laborales sino por razones existenciales. El otro trastorno tiene que ver con la adecuación de la que hablamos. Por eso es tan necesario que las personas se vinculen con un espacio que les permita entender, comprender, el significado de la resiliencia, de la esperanza, de la solidaridad.

***

*Psicóloga (UCV), Especialistas en Planificación de Políticas de Salud (Cendes). Coordinadora del Programa de Asistencia Psicológica y Formación en Acompañamiento Psicosocial Acompañando el Dolor, en alianza con el Cesap. Conduce el espacio radial Psicología y Ciudadanía.

03-01-21

https://prodavinci.com/marisol-ramirez-el-trabajo-comunitario-esta-bajo-la-lupa-1/

 

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