Bárbara Schijman 11 de marzo de 2021
El
académico analiza el mundo de la pospandemia a partir del auge de la vigilancia
y el incremento del control. Además, los cambios tecnológicos, su influencia en
los sistemas políticos y la inteligencia artificial.
Yuval
Noah Harari es uno de los intelectuales más influyentes de la actualidad. Lo
consultan y convocan de todo el mundo, desde el presidente de Francia, Emmanuel
Macron, al empresario Bill Gates y la canciller alemana, Ángela Merkel. Dice
que uno de sus principales objetivos es “hacer llegar información científica
precisa al mayor número de personas posible”. En esta coyuntura, “si no se hace
un esfuerzo por llevar la ciencia al público en general, se deja el terreno
libre para todo tipo de ridículas teorías conspirativas”, apunta. En este
sentido, y frente a este peligro, sostiene que “el trabajo de los intelectuales
públicos es tomar las últimas teorías científicas y encontrar una manera de traducirlas
en una historia accesible, sin abandonar el compromiso con los hechos
fundamentales”.
Sus obras Sapiens: De animales a dioses; Homo
Deus: Breve historia del mañana; 21 lecciones para el siglo XXI;
y Sapiens. Una historia gráfica, entre otras, revisan los orígenes
del mundo y marcan escenarios de futuros posibles. Esto último, atravesado por
uno de sus intereses y focos centrales: la ética del desarrollo científico y
tecnológico en el siglo XXI.
En diálogo con Página/12 y a más de
un año del comienzo de la pandemia de la covid-19, Harari repasa los distintos
aspectos de la crisis que desató el virus y sus corolarios.
--¿Cuál es su análisis sobre los tiempos que corren y
qué ideas disparó en usted la situación de pandemia en el mundo?
--La primera lección de la pandemia es que debemos
invertir más en nuestros sistemas de salud pública. En este momento, esto
debería ser obvio para todos. Aunque todos los seres humanos son huéspedes
potenciales del virus, éste no es democrático en dos aspectos fundamentales. En
primer lugar, supone un mayor riesgo para algunas personas. En segundo lugar,
sus impactos económicos no se sentirán por igual en todas las partes del mundo.
Deberían preocuparnos especialmente los efectos económicos de esta pandemia en
los países en desarrollo. Creo que, aunque el virus en sí no sea democrático,
podemos esforzarnos por mantener los principios democráticos en nuestra
respuesta al virus. En otro nivel, esta crisis ha demostrado el grave peligro
que supone la desunión mundial. Se han perdido muchas vidas debido a la
incapacidad de los líderes mundiales para trabajar juntos. Ya ha transcurrido
un año desde el comienzo de la crisis y, lamentablemente, todavía no tenemos un
plan de acción mundial. Es evidente que esta crisis ha puesto de manifiesto lo
fracturado que está el sistema internacional y ha revelado lo peligrosa que es
esta situación. De alguna manera, es casi como si la naturaleza estuviera
poniendo a prueba nuestro sistema de respuesta global para ver cómo podríamos
manejar algo mucho peor en el futuro. Desafortunadamente, la forma en que hemos
manejado la pandemia no inspira mucha confianza en que podamos manejar algo más
complejo como el cambio climático o el aumento de la inteligencia artificial.
Espero que esta pandemia sirva como una llamada de atención para la humanidad.
--En relación con un plan de acción mundial, usted
dice que “tenemos el conocimiento científico para solucionar esta crisis, pero
no la sabiduría política para hacerlo”. ¿A qué se refiere con “sabiduría política”?
--Todos los grandes logros de la humanidad, desde la
construcción de las pirámides hasta el vuelo a la Luna, no fueron el resultado
de un genio individual, sino de la cooperación entre incontables extraños.
Demostrar sabiduría política significaría actuar de manera que se maximice este
poder de cooperación para el beneficio de todos. Sabemos que la humanidad es
capaz de este tipo de colaboración. Basta con mirar la investigación
científica. Ahora, siempre que hablamos de cooperación global, algunas personas
se oponen inmediatamente. Dicen que hay una contradicción inherente entre el
nacionalismo y el globalismo, y que debemos elegir la lealtad nacional y por lo
tanto rechazar la cooperación global. Esto es un error. No hay ninguna
contradicción entre nacionalismo y globalismo. El nacionalismo se trata de
cuidar a tus compatriotas; no de odiar a los extranjeros. Una pandemia es
exactamente una situación así. Si todos los países cooperaran existe la
posibilidad de que la covid-19 sea la última gran pandemia de la historia.
--Señala la crisis del nacionalismo mientras otras
voces subrayan su auge.
--Si bien es común hablar del resurgimiento del
nacionalismo, lo que estamos viendo en todo el mundo es el colapso de la
solidaridad nacional y su sustitución por un tribalismo divisorio. El
nacionalismo no se trata de odiar a los extranjeros. El nacionalismo se trata
de amar a tus compatriotas. Y actualmente, hay una escasez global de tal amor.
En países como Irak, Siria y Yemen, los odios internos han llevado a la
completa desintegración del Estado y a guerras civiles asesinas. En países como
Estados Unidos, el debilitamiento de la solidaridad nacional ha llevado a
crecientes fisuras en la sociedad. Las animosidades dentro de la sociedad
estadounidense han alcanzado tal nivel que muchos estadounidenses odian y temen
a sus conciudadanos mucho más de lo que odian y temen a los rusos o a los
chinos. Hace 50 años, tanto los demócratas como los republicanos temían que los
rusos llegaran a imponer un régimen totalitario en la "tierra de la
libertad". Ahora, tanto demócratas como republicanos están aterrorizados
de que el otro partido esté empeñado en destruir su forma de vida. En esta
crisis de nacionalismo, muchos líderes que se presentan como patriotas son de
hecho todo lo contrario. En lugar de fortalecer la unidad nacional, amplían
intencionadamente las divisiones dentro de la sociedad utilizando un lenguaje
incendiario y políticas divisorias, y describiendo a cualquiera que se oponga a
ellos no como un rival legítimo sino más bien como un traidor peligroso. Donald
Trump y Jair Bolsonaro son los principales ejemplos.
--Sus escritos advierten sobre el incremento de la
vigilancia y el control a partir de la pandemia. ¿Podría explicar el
punto?
--Algunos comentaristas han sostenido que la forma
relativamente eficiente en que China enfrentó la pandemia es una prueba de que
los sistemas autoritarios son más adecuados para hacer frente a crisis como
ésta. Pero esto no es necesariamente cierto. También vemos cómo países más
descentralizados como Nueva Zelanda y Corea del Sur lo han hecho bastante bien
sin abandonar sus valores democráticos y sin sacrificar las libertades y los
derechos humanos de sus ciudadanos. También hay países autoritarios como Irán
que han demostrado su incompetencia. No necesitamos aceptar el principio de que
los estados autoritarios centralizados están necesariamente mejor equipados
para sobrevivir a este tipo de choques. Tal vez el peligro real sea el tema de
la vigilancia, y cómo ciertos tipos de vigilancia “bajo la piel” pueden ser
intensificados o normalizados por la pandemia. Si usás un brazalete biométrico
que monitorea lo que sucede bajo la piel, el gobierno también puede saber lo
que estás sintiendo, por ejemplo, mientras leés esto mismo que estoy diciendo
ahora. La vigilancia bajo la piel puede crear el mejor sistema de salud de la
historia, un sistema que sabe que estás enfermo incluso antes de que te des
cuenta. Pero también puede crear el régimen más totalitario que jamás haya
existido --un régimen que sabe lo que estás pensando y del que no podés
esconderte--.
--En algunos círculos existe una suerte de
deslumbramiento por la inteligencia artificial, que usted dice puede ser “una
tecnología de dominación”. ¿De qué manera cree que la tecnología puede
interactuar o influir en los sistemas políticos?
--Como historiador, me inclino a mirar cómo las eras
anteriores de cambio tecnológico influyeron en los sistemas políticos. En el
siglo XIX, vemos cómo unos pocos países como Gran Bretaña y Japón se industrializaron
primero, y luego pasaron a conquistar y explotar la mayor parte del mundo. Si
no tenemos cuidado, lo mismo ocurrirá con la Inteligencia Artificial (IA) y la
automatización. No necesitamos imaginar un escenario Terminator de
ciencia ficción de robots rebelándose contra los humanos. Hablo de una
inteligencia artificial mucho más primitiva, que sin embargo es suficiente para
alterar el equilibrio global. Consideremos cómo podría ser la política en
Argentina dentro de 20 años, cuando alguien en San Francisco o Beijing conozca
toda la historia médica y personal de cada político, periodista o juez de su
país, incluyendo sus escapadas sexuales, tratos corruptos o debilidades
mentales. ¿Seguirá siendo un país democrático independiente? ¿O sería una colonia
de datos?
--La discusión sobre la función y la finalidad que se
da a la tecnología...
--Pero quiero subrayar que éstas son sólo
posibilidades, no certezas. No debemos ser víctimas del determinismo
tecnológico. Todavía es posible evitar que esto suceda y podemos asegurarnos de
que la inteligencia artificial sirva a todos los humanos, en lugar de a una
pequeña élite. Por ejemplo, en lo que hace a cuestiones de vigilancia, en la
actualidad los ingenieros están desarrollando herramientas de IA al servicio de
los gobiernos y las empresas, para vigilar a los ciudadanos. Pero podemos
desarrollar herramientas de IA que monitoreen a los gobiernos y las
corporaciones al servicio de los ciudadanos. Técnicamente, es muy fácil
desarrollar una herramienta de IA que exponga la corrupción. Para un ciudadano
individual, es imposible revisar todos los datos y descubrir qué políticos
nombraron a sus familiares para trabajos lucrativos en el gobierno. Para una
IA, eso tomaría dos segundos. Esto es algo que los ciudadanos pueden y deben
exigir.
--En relación con esto último, sus trabajos insisten
en que “la gente más fácil de manipular es la que cree en el libre
albedrío”. ¿Qué es el libre albedrío y por qué sostiene que la sensación de
libre albedrío tiende trampas?
--La gente toma decisiones todo el tiempo. Pero la
mayoría de estas decisiones no se toman libremente. Son moldeadas por varias
fuerzas biológicas, culturales y políticas. La creencia en el “libre albedrío”
es peligrosa porque cultiva la ignorancia sobre nosotros mismos. Nos ciega a lo
sugestionable que somos y a las cosas de las que ni siquiera somos conscientes
para dar forma a nuestras decisiones. Cuando elegimos algo --un producto, una
carrera, un cónyuge, un político-- nos decimos a nosotros mismos: “elegí esto
por mi libre albedrío”. Si este es el caso, entonces no hay nada más que
investigar. No hay razón para ser curioso o escéptico acerca de lo que pasa
dentro de mí, y acerca de las fuerzas que dieron forma a mi elección. Esto es
particularmente peligroso hoy en día, porque las corporaciones y los gobiernos
están adquiriendo tecnologías nuevas y poderosas para dar forma y manipular
nuestras elecciones. En consecuencia, la creencia en el libre albedrío es más
peligrosa hoy que nunca antes. La gente no debería creer sólo en el libre
albedrío. Debería explorarse a sí misma y entender qué es lo que realmente da
forma a sus deseos y decisiones. Es la única manera de asegurarnos de no
convertirnos en marionetas de un dictador o de una computadora
superinteligente. Si los gobiernos o las corporaciones llegan a conocernos
mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, entonces pueden vendernos lo
que quieran, ya sea un producto o un político.
--Frente a estos riesgos, ¿qué sistema global debería
establecerse para impedir las consecuencias negativas de esto?
--El desarrollo de una tecnología más ética requerirá
cambios institucionales e infraestructurales. Pero hay algunos pequeños ajustes
que podemos hacer para empezar. Por ejemplo, un médico no puede empezar a
ejercer sin tener algún tipo de educación ética; todos estamos de acuerdo. Sin
embargo, no esperamos que los programadores de computadoras tomen cursos de
ética a pesar de que tienen una tremenda influencia sobre las vidas humanas.
Estas son las personas que están escribiendo los códigos con los que funcionan
nuestras sociedades. Muchas de las preguntas que los filósofos han debatido durante
miles de años han migrado ahora al departamento de informática. Tenemos que
asegurarnos de que los programadores que diseñan los algoritmos que impulsan
los vehículos autónomos han aprendido a pensar éticamente. A mayor escala, hay
algunos principios más generales para la tecnología ética.
--¿Por ejemplo?
--Primero, no permitir que demasiados datos se
concentren en un solo lugar. Muchos países verán la necesidad de centralizar
los datos epidemiológicos después de esta pandemia. Esta sería una herramienta
maravillosa, pero sería mejor establecer una autoridad de salud independiente
que recoja y analice estos datos y los mantenga alejados de la policía o de las
grandes corporaciones. Sí, eso es ineficiente, pero la ineficiencia es una
característica, no un error. Si el sistema es demasiado eficiente, puede
convertirse fácilmente en una dictadura digital. En segundo lugar, los datos
personales de las personas siempre deben ser utilizados para ayudarlas en lugar
de dañarlas o manipularlas. Este principio se aplica, por ejemplo, a los
médicos. Compartir datos para encontrar una cura para la covid-19 es bueno,
pero no lo es compartir datos para ayudar a una corporación a evitar el pago de
sus impuestos o ayudar a un régimen autoritario a reprimir a los disidentes. En
tercer lugar, siempre que se aumenta la vigilancia de los ciudadanos
individuales, se debe aumentar simultáneamente la vigilancia de los gobiernos y
las grandes corporaciones. Si la vigilancia sólo va de arriba a abajo, esto
lleva a la dictadura digital. La vigilancia siempre debe ir en ambos sentidos.
--Nadie desconoce la posición de Trump frente a la
pandemia. Sin embargo, y aunque haya perdido la elección presidencial, recibió
un caudal de votos importante. En Brasil sucede algo similar en términos de
apoyo a Bolsonaro. ¿Qué análisis hace al respecto?
--Trump y Bolsonaro han pasado los últimos años
socavando la confianza del público en la ciencia, los organismos
gubernamentales y los medios de comunicación. Como era de esperar, esos países
están luchando ahora para que la gente escuche las directrices científicas y
tome las precauciones básicas de seguridad. No es demasiado tarde para
reconstruir la confianza, pero esto requerirá invertir en instituciones y en
educación. En última instancia, sin embargo, este enfoque es mejor para todos.
Una población bien informada puede afrontar la crisis mejor que una población
ignorante y vigilada. Los países con líderes como Trump y Bolsonaro han
experimentado mucho sufrimiento innecesario. Y estos líderes deben ser
considerados responsables. Cuando la Peste Negra se extendió en el siglo XIV,
la humanidad simplemente carecía de los conocimientos necesarios para superar
la plaga, por lo que difícilmente se podía culpar a los reyes medievales de la
catástrofe. Pero hoy en día tenemos todo el conocimiento científico necesario
para contener y derrotar a la pandemia. Si a pesar de todo no lo hacemos, la
culpa es de políticos incompetentes.
Tomado
de: https://www.pagina12.com.ar/328117-la-creencia-en-el-libre-albedrio-es-mas-peligrosa-hoy-que-nu
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