Miguel Méndez Rodulfo 11 de mayo de 2021
Sólo
una minoría de la juventud se une a las pandillas, incluso en barrios saturados
de éstas; además se ha encontrado que los jóvenes evangélicos no se involucran
en ellas y que la conversión religiosa es uno de los recursos más eficientes
para dejarlas. Venezuela que comparte con el resto de Latinoamérica esta
problemática de las pandillas, tiene sin embargo, un modelo muy novedoso y
creativo que aportar. En efecto, desde la Hacienda Santa Teresa, un emporio
ronero que se remonta dos siglos atrás cuando en 1796, el conde Martín Tovar
Ponte, miembro de la Junta de Gobierno de 1810, así como del Congreso de 1811 y
uno de los firmantes del Acta de la Independencia de Venezuela, funda en los
Valles de Aragua la Hacienda Santa Teresa, luego ésta pasa a manos de un hijo
de Francisca (Panchita) Ribas y Palacios, sobrina de José Félix Ribas y prima
hermana de El Libertador; esta Panchita se casó con Gustav Vollmer, y el hijo
de ambos adquirió la hacienda cuya explotación fue muy provechosa para los
descendientes de la familia, pero que en el devenir de dicha heredad, se
produjo el hallazgo social que nos ocupa. En 1989, Ron Santa Teresa, creó una
fundación con la idea de que la responsabilidad social empresarial era un
asunto muy importante, lo que se conjugaba con aquello de que si a tu entorno
no le va bien, a ti tampoco.
En los
albores de este nuevo siglo, toma las riendas de la empresa el joven Alberto
Vollmer de Marcelus, en circunstancias financieras muy difíciles para la
compañía y en plena estampida de capitales del país. Para entonces el chavismo
ya era poder en Venezuela y un tercio de la Hacienda Santa Teresa había sido
invadida con el beneplácito del régimen, por lo que el desalojo mediante el uso
de la fuerza pública, como manda la ley, era un supuesto negado. En esta
circunstancia ocurrió un hecho fortuito que le daría un giro a la vida del
joven empresario y a la del emporio bicentenario. Antes, hay que explicar que
Aragua en ese entonces, duplicaba el índice de violencia del resto del país: su
tasa de homicidios era 114 por cada 100.000 habitantes, y que cerca de la
hacienda campeaban dos de las bandas más peligrosas de ese estado con decenas
de muertos a sus espaldas; por otra parte, la policía del estado era
singularmente corrupta.
El
hecho es que en 2003, tres miembros de la banda “La Placita” que buscaban
proveerse de armas para combatir a la banda rival “El Cementerio”, entraron a
la Hacienda Santa Teresa, con intenciones de asaltar a un inspector de
seguridad; le dieron tal golpiza que el gendarme casi muere. Vollmer sabía que
no podía pasar por alto la intrusión, so pena de hacer costumbre la acción
hamponil; así que rastreó a los delincuentes. Usando sus recursos internos de
seguridad apresó a uno de los perpetradores y lo entregó a la policía, pero
viendo que lo iban a ejecutar, negoció para que se lo devolvieran. Con el
problema encima, se le ocurrió que una sanción ejemplarizante, fuera del ámbito
de la violencia, sería la solución adecuada: le propuso que debía trabajar
durante unos meses sin remuneración para pagar su falta. Sorprendentemente el
joven aceptó, pero fue más inesperado todavía que luego de dos días de trabajo,
propuso que se acogiera en el programa al resto de la banda. Vollmer adoptó con
entusiasmo la idea, pero pensó que no habría paz sin que la banda rival también
se incorporara. Negoció con ellos y de esa manera nació el “Proyecto Alcatraz”.
Éste
se reestructuró en tres fases: La primera de aislamiento, tres meses de trabajo
y rugby en la montaña. Después empieza una de trabajo remunerado en la empresa,
o en otra de la zona y, por último, la reinserción supervisada. Como
catalizador de esta conversión de un delincuente, Vollmer utilizó el rugby un
deporte que lo apasionaba desde su infancia en USA, que es “un juego de
villanos, jugado por caballeros”, pero que asume 5 acendrados valores: respeto,
disciplina, trabajo en equipo, espíritu deportivo y humildad, pero también un
estratégico tercer tiempo, espacio que tiene lugar después de los partidos en
el que los equipos se reúnen comen juntos, comentan las jugadas, en tanto que
confraternizan.
Miguel Méndez Rodulfo
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