Américo Martín 07 de junio de 2021
«¡Qué
bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto
para los griegos!». En la Carta de Jamaica consigna Simón Bolívar ese
justificado deseo, eje también de una masa de deslumbrantes consideraciones
políticas a la que el visionario líder de la emancipación de la América hispana
debe los honores que le reconoce la humanidad.
El
Libertador fue un gran guerrero y sobre todo un sólido analista político,
cualidad que respaldaba con una tenacidad incomparable; pero dejemos los
elogios, que por lo demás ya no necesita. Más interesa entresacar sus
decisiones estratégicas de cualquier contenido que, certificadamente, hayan
despejado el camino de la Independencia, fuentes de enseñanzas válidas para
acometer tareas difíciles.
El
fragmento arriba citado alude a dos istmos, muy separados en la distancia. el
de Corinto, ubicado en la parte central de Grecia y con brazos de mar que lo
conectan con el Peloponeso y el mar Egeo. El otro es más nuestro, geográfica e
históricamente. Trata del istmo de Panamá, que enlaza la América Central
conectándola con México y, por supuesto, es difícil no ver la notable importancia
de semejantes territorios.
Panamá,
mirando hacia dos grandes océanos desde el hallazgo de Balboa. En 1826 pudo
reunirse el Congreso de los latinoamericanos, concretándose a medias el sueño
bolivariano. Y Corinto, despejando la unidad de los helenos, sin la cual jamás
habrían podido derrotar al poderoso imperio persa, acaudillado por Darío.
Panamá
y Corinto, Corinto y Panamá, han sido percepciones tan clarividentes que
quedaron sembradas en la imaginación quién sabe por cuánto tiempo.
Fueron
muchos los pronunciamientos universitarios, siguiendo a Córdoba-1918.
Rememoraré varios, que sirvieron para crear el nuevo liderazgo latinoamericano,
que conservó la marca indeleble de la Reforma Universitaria argentina.
Pero
hagamos una referencia final a Panamá. En 1926, la Federación de Estudiantes de
ese país invitó con solemnidad «categórica» a las de la mayoría de las de la
Región flameando banderas casi obvias, la unión latinoamericana para defender
cada pulgada de territorio de cualquier contraofensiva colonial, hasta la
conjugación de los dos istmos conforme a las palabras del Libertador supra
mencionadas y para llevar a la cúspide la unidad.
En la
retórica del estudiantado del istmo decir «unidad» era decir «independencia» y
decir «independencia» sería nada sin codificarla con el nombre de Bolívar.
Los
frutos de la reforma y la sucesión de Congresos Universitarios no se limitaron
a la profunda transformación de la idea que, desde entonces, se implantó en la
América hispana sino que propició un poderoso viraje hacia lo científico y
humanístico y erradicó métodos primitivos y nada participativos. Se eliminó la
tradición del magister dixit y se encendieron debates en las
clases que permitieron aprovechar en más las grandes ventajas de la democracia.
La realidad fue regulando su intensidad para evitar interrupciones infinitas.
La
renovación de la dirigencia latinoamericana ha sido impresionante. En 1924 se
reúnen en Perú las Universidades Populares «González Prada» bajo la orientación
del joven líder Víctor Raúl Haya de la Torre quien no pudo estar presente por
hallarse en el exilio, pero su influencia en el Congreso fue absoluta. Había fundado
también el partido APRA, de índole socialdemócrata que rompió con el marxismo
en aspectos ciertamente esenciales.
En
Venezuela se legalizó, en 1941, el partido Acción Democrática, fundado por
Rómulo Betancourt, cuya influencia llegó a ser torrencial y se le ubica
ideológicamente en la socialdemocracia, a pesar de no ser dado a militar en
organizaciones internacionales por ser celoso de su independencia funcional.
Por confluencia natural y acuerdos políticos confluyeron hacia el cauce
AD-Aprista, el Partido Socialista Chileno, el Partido Liberal Colombiano, el
Movimiento Nacionalista Revolucionario de Bolivia y el Partido Auténtico
Cubano. Sin formalizar su registro como un solo partido, sus líderes
estrecharon sus conexiones y, a ratos, suscribieron acuerdos que, pareciendo
conferirles lo que cierta reluctancia a los partidos únicos les impedía ir más
lejos, no obstante no ha dejado de concedérseles la pertenencia a una corriente
bien definida del actuar político.
Estos
desarrollos, desde los logros evidentes de la Reforma Universitaria entre 1918
y 1928, han forjado hegemonías alejadas del maximalismo, el dogmatismo y las
corrientes marxistas. Por esa hábil previsión mantienen un hacer creativo
interesante.
La idea
es que el material creativo de las fuerzas democráticas sigue abriendo vías
innovadoras. Es lo que explica la ligazón muy pertinente entre los nuevos
proyectos de renovación o reforma universitaria que en este momento se han
iluminado en casi todas las universidades venezolanas, siempre con el propósito
de ampliar el marco y la funcionalidad de la democracia. De concretarse estos
interesantes proyectos, avanzando, como es lógico, por la senda de una fuerte
unidad con propensión a ampliar siempre más sus fronteras y un crecimiento de
la democracia, sin vuelta atrás.
Américo
Martín
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