Francisco Fernández-Carvajal 10 de junio de 2021
@hablarcondios
—
Origen y sentido de la fiesta.
— El
amor de Jesús por cada uno de nosotros.
— Amor
reparador.
I. Los
proyectos del corazón del Señor subsisten de edad en edad, para librar las
almas de sus fieles de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre1,
leemos en el comienzo de la Misa.
El
carácter de la Solemnidad que hoy celebramos es doble: de acción de gracias por
las maravillas del amor que Dios nos tiene y de reparación, porque
frecuentemente este amor es mal o poco correspondido2,
incluso por quienes tenemos tantos motivos para amar y agradecer. Desde siempre
fue fundamento de la piedad cristiana la consideración del amor de Jesús por
todos los hombres; por eso, el culto al Sagrado Corazón de Jesús «nace de las
fuentes mismas del dogma católico»3.
Este culto recibió un especial impulso por la devoción y piedad de numerosos
santos a quienes el Señor mostró los secretos de su Corazón amantísimo, y les
movió a difundir la devoción al Sagrado Corazón y a fomentar el espíritu de
reparación.
El
viernes de la octava de la festividad del Corpus Christi, el Señor
pidió a Santa Margarita María de Alacoque que promoviera el amor a la comunión
frecuente..., sobre todo los primeros viernes de cada mes, con sentido de
reparación, y le prometió hacerle partícipe, todas las noches de este jueves al
viernes, de su pena en el Huerto de los Olivos. Un año más tarde, se le
apareció Nuestro Señor y, descubriéndole su Corazón Sacratísimo, le dirigió
estas palabras, que han alimentado la piedad de muchas almas: Mira este
Corazón que ha amado tanto a los hombres y que no ha omitido nada hasta
agotarse y consumirse para manifestarles su amor; y en reconocimiento, Yo no
recibo de la mayor parte sino ingratitudes por sus irreverencias y sacrilegios
y por las frialdades y desprecios que tienen hacia Mí en este sacramento de
amor. Pero lo que me es más sensible todavía es que sean corazones que me están
consagrados los que así me traten. Por eso, te pido Yo que el primer viernes
después de la octava del Santísimo Sacramento sea dedicado a una fiesta
particular para honrar mi Corazón, comulgando ese día y reparando con algún
acto de desagravio...
En
muchos lugares de la Iglesia existe la costumbre privada de reparar los
primeros viernes de mes con algún acto eucarístico o el rezo de las letanías
del Sagrado Corazón. Además, «el mes de junio está dedicado de modo especial a
la veneración del Corazón divino. No solo un día, la fiesta litúrgica que, de
ordinario, cae en junio, sino todos los días»4.
El
Corazón de Jesús es fuente y expresión de su infinito amor por cada hombre,
sean cuales sean las condiciones en las que se encuentra. Él nos busca a cada
uno: Yo mismo -dice un bellísimo texto mesiánico del Profeta
Ezequiel- buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como un pastor
sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentra las ovejas dispersas, así
seguiré yo el rastro de mis ovejas: y las libraré, sacándolas de todos los
lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad5.
Cada uno es una criatura que el Padre ha confiado al Hijo para que no perezca,
aunque se haya marchado lejos.
Jesús,
Dios y Hombre verdadero, ama al mundo con «corazón de hombre»6,
un Corazón que sirve de cauce al amor infinito de Dios. Nadie nos ha amado más
que Jesús, nadie nos amará más. Me amó -decía San Pablo- y
se entregó por mí7,
y cada uno de nosotros puede repetirlo. Su Corazón está lleno de amor del
Padre: lleno al modo divino y al mismo tiempo humano.
II. El
Corazón de Jesús amó como ningún otro, experimentó alegría y tristeza,
compasión y pena. Los Evangelistas advierten con mucha frecuencia: tenía
compasión del pueblo8, tenía
compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor9.
El pequeño éxito de los Apóstoles en su primera salida evangelizadora le hizo
sentirse como nosotros cuando recibimos una buena noticia: se llenó de
alegría, dice San Lucas10;
y llora, cuando la muerte le arrebata a un amigo11.
Tampoco
nos ocultó sus desilusiones: Jerusalén, que matas a los profetas (...).
Cuántas veces he querido reunir a tus hijos...12.
¡Cuántas veces! Jesús ve la historia del Antiguo Testamento y de la Humanidad
toda: una parte del pueblo judío y de los gentiles de todos los tiempos
rechazará el amor y la misericordia divina. De alguna manera podemos decir que
aquí está llorando Dios con ojos humanos por la pena contenida en su corazón de
hombre. Y este es el significado real de la devoción al Sagrado Corazón:
traducir para nosotros la naturaleza divina en términos humanos. A Jesús no le
era indiferente –no lo es ahora en nuestro trato diario con Él– el que unos
leprosos no volvieran a darle las gracias después de haber sido curados, o las
delicadezas y muestras de hospitalidad que se tienen con un invitado, como le
dirá a Simón el fariseo. Él experimentó en muchas ocasiones la inmensa alegría
de ver que alguno se arrepentía de sus pecados y le seguía, o la generosidad de
quienes lo dejaban todo para ir con Él, y se contagiaba del gozo de los ciegos
que comenzaban a ver, quizá por vez primera.
Ya
antes de celebrar la Última Cena, al pensar que se quedaría siempre con
nosotros mediante la institución de la Eucaristía, manifestó a sus
íntimos: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes
de padecer13; emoción que debió de ser mucho más honda cuando tomó
el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Esto es mi
Cuerpo...14. ¿Y quién podrá explicar los sentimientos de su Corazón
amantísimo cuando en el Calvario nos dio a su Madre como Madre nuestra?
Cuando
ya había entregado su vida al Padre, uno de los soldados le abrió el
costado con una lanza, y al instante brotó sangre y agua15.
Esa herida abierta nos recuerda hoy el amor inmenso que nos tiene Jesús, pues
nos dio voluntariamente hasta la última gota de su preciosa Sangre, como si
estuviéramos solos en el mundo. ¿Cómo no nos vamos a acercar con confianza a
Cristo? ¿Qué miserias pueden impedir nuestro amor, si tenemos el corazón grande
para pedir perdón?
III.
Después de la Ascensión al Cielo con su Cuerpo glorificado, no cesa de amarnos,
de llamarnos para que vivamos siempre muy cerca de su Corazón amantísimo. «Aun
en la gloria del Cielo lleva en las heridas de sus manos, de sus pies y de su
costado los resplandecientes trofeos de su triple victoria: sobre el demonio,
sobre el pecado y sobre la muerte; lleva además, en su Corazón, como en arca
preciosísima, aquellos inmensos tesoros de sus méritos, frutos de su triple
victoria, que ahora distribuye con largueza al género humano ya redimido»16.
Nosotros
hoy, en esta Solemnidad, adoramos el Corazón Sacratísimo de Jesús «como
participación y símbolo natural, el más expresivo, de aquel amor inexhausto que
nuestro Divino Redentor siente aun hoy hacia el género humano. Ya no está
sometido a las perturbaciones de esta vida mortal; sin embargo, vive y palpita
y está unido de modo indisoluble a la Persona del Verbo divino, y, en ella y
por ella, a su divina voluntad. Y porque el Corazón de Cristo se desborda en
amor divino y humano, y porque está lleno de los tesoros de todas las gracias
que nuestro Redentor adquirió por los méritos de su vida, padecimientos y
muerte, es, sin duda, la fuente perenne de aquel amor que su Espíritu comunica
a todos los miembros de su Cuerpo místico»17.
El
meditar hoy en el amor que Cristo nos tiene, nos impulsará a agradecer mucho
tanto don, tanta misericordia inmerecida. Y al contemplar cómo muchos viven de
espaldas a Dios, al comprobar que muchas veces no somos del todo fieles, que
son muchas las flaquezas personales, iremos a su Corazón amantísimo y allí
encontraremos la paz. Muchas veces tendremos que recurrir a su amor
misericordioso buscando esa paz, que es fruto del Espíritu Santo: Cor
Iesu sacratissimum et misericors, dona nobis pacem, Corazón sacratísimo y
misericordioso de Jesús, danos la paz.
Y al
ver a Jesús tan cercano a nuestras inquietudes, a nuestros problemas, a
nuestros ideales, le decimos: «¡Gracias, Jesús mío!, porque has querido hacerte
perfecto Hombre, con un Corazón amante y amabilísimo, que ama hasta la muerte y
sufre; que se llena de gozo y de dolor; que se entusiasma con los caminos de
los hombres, y nos muestra el que lleva al Cielo; que se sujeta heroicamente al
deber, y se conduce por la misericordia; que vela por los pobres y por los
ricos, que cuida de los pecadores y de los justos...
»-¡Gracias,
Jesús mío, y danos un corazón a la medida del Tuyo!»18.
Muy
cerca de Jesús encontramos siempre a su Madre. A Ella acudimos al terminar
nuestra oración, y le pedimos que haga firme y seguro el camino que nos lleva
hasta su Hijo.
*Ya
existía como devoción particular en la Edad Media; como fiesta litúrgica
aparece en 1675, a raíz de las apariciones del Señor a Santa Margarita María de
Alacoque. En estas revelaciones conoció la Santa con particular hondura la
necesidad de reparar por los pecados personales y de todo el mundo, y de
corresponder al amor de Cristo. Le pidió el Señor que se extendiera la práctica
de la comunión frecuente, especialmente los primeros viernes de cada mes, con
sentido reparador, y que «el primer viernes después de la octava del Santísimo
Sacramento» fuera dedicada «una fiesta particular para glorificar su Corazón».
La fiesta se celebró por vez primera el 21 de junio de 1686. Pío IX la extendió
a toda la Iglesia. Pío XI, en 1928, le dio el esplendor que hoy tiene.
*Bajo
el símbolo del Corazón humano de Jesús se considera ante todo el Amor infinito
de Cristo por cada hombre; por eso, el culto al Sagrado Corazón «nace de las
fuentes mismas del dogma católico», como el Papa Juan Pablo II ha expuesto en
su abundante catequesis sobre este misterio tan consolador.
1 Antífona
de entrada, Sal 32, 11; 19. —
2 Cfr. A.
G. Martimort, La Iglesia en oración, p. 997. —
3 Pío XII,
Enc. Haurietis aquas, 15-V-1956, 27. —
4 Juan
Pablo II, Ángelus, 27-VI-1982. —
5 Primera
lectura. Ciclo C. Ez 34, 11-16. —
6 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 22. —
7 Gal 2,
20. —
8 Mt 8,
2. —
9 Mc 6,
34. —
10 Lc 10,
21. —
11 Cfr. Jn 11,
35. —
12 Mt 23,
37. —
13 Lc 22,
15. —
14 Cfr. Lc 22,
19-20. —
15 Jn 19,
34. —
16 Pío
XII, loc. cit., 22. —
17 Ibídem,
24. —
18 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 813.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/2/
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