Trino Márquez 28 de octubre de 2021
@trinomarquezc
La
sorpresiva visita de Nicolás Maduro a la UCV, cobijado por las sombras de la
noche y un pelotón de guardaespaldas que tomaron el recinto, ha servido para
que los universitarios descarguen toda la rabia acumulada a lo largo de dos
décadas contra el mandatario y, sobre todo para que se discuta en distintos
ambientes acerca de un tema que ha pasado a formar parte del mapa de la ruina
nacional: la destrucción de las universidades públicas.
Los más chistosos y ácidos han dicho que les parece muy bueno que Maduro, quien jamás tuvo Alma Mater, haya pasado por un aula universitaria y sentado en un pupitre –aunque solo haya sido para cometer la canallada de culpar a las actuales autoridades del deterioro de la universidad-, pues, ¡al fin!, el gobernante puso un pie en los predios ligados al conocimiento. Él, tan arisco al saber científico y a la formación académica.
Sorna
aparte, esa incursión inesperada y tendenciosa mostró de nuevo la impudencia
del régimen, que se remonta al 28 de marzo de 2001, cuando una pequeña facción
de estudiantes identificados con el gobierno de Hugo Chávez, financiados por la
Vicepresidencia, tomó las instalaciones del Consejo Universitario de la UCV,
designando poco después como rector al profesor Agustín Blanco Muñoz. Ese
comando de asalto pretendía, entre otros despropósitos, impulsar una
constituyente universitaria con el fin de eliminar el carácter ‘burgués’ y
‘elitesco’ de la institución. Luego de una ardua batalla contra los asaltantes
y las fuerzas de seguridad del Estado que los apoyaban, la comunidad repuso a
las autoridades legítimas encabezadas por el rector Giuseppe Giannetto. Esa
derrota nunca la olvidaron ni la perdonaron. Durante más de dos décadas han
hostigado a la UCV con el fin de vengarse.
Al
régimen jamás le importó que la universidad fuese declarada por la Unesco,
Patrimonio Cultural de la Humanidad y que ese reconocimiento significara que
debía destinar un presupuesto anual para el mantenimiento del conjunto de obras
de arte, entre ellas esa maravilla que es el Aula Magna, por las cuales se le
había concedido ese honor. El presupuesto de la UCV se redujo, a partir de
2009, a cubrir el pago de la nómina del personal docente, administrativo y de
limpieza. Más de 90% del presupuesto estaba destinado a satisfacer esas
obligaciones. El otro diez por ciento había que dedicarlo a atender el resto de
las obligaciones, entre ellas la conservación de las instalaciones y los
laboratorios y centros de investigación. Las posibilidades de conseguir
recursos de fuentes alternas al Gobierno nacional fueron severamente restringidas.
El propósito era claro: asfixiar y doblegar la rebelde UCV, que no había
aceptado someterse a los designios del caudillo ni a los ideales de la
‘revolución socialista bolivariana’.
A
partir de 2009 comenzaron los presupuestos reconducidos. Cada año el Gobierno
aprobaba el mismo monto del año anterior, sin importarle cuánto hubiese sido la
inflación registrada. Luego, en el curso de esos doce meses, le concedían
algunas asignaciones adicionales, migajas, para evitar que el descontento se
desbordara. La consecuencia de ese torniquete fue el empobrecimiento continuo e
irreversible de todos los miembros de la comunidad y el deterioro de las instalaciones.
Hoy, los docentes e investigadores son los peor remunerados de América Latina.
Luego
vino la violación del estatuto electoral particular que, por su autonomía, rige
en la UCV. El régimen decidió convertir la universidad en un municipio, de modo
que el voto de cada integrante de la institución posea el mismo valor. Una
distorsión total de la naturaleza de un centro de enseñanza meritocrático y
jerárquico, donde se produce, cultiva y transmite el saber científico. Esa
aberración -avalada por el TSJ- de la cual los chinos, sus precursores,
salieron hace décadas, ha impedido que las autoridades electas en 2008 sean
sustituidas.
La
combinación de estos y otros factores erosivos fomentados por el régimen,
condujeron al derrumbe global de la UCV. Sueldos y becas miserables han
fomentado el éxodo de docentes, investigadores, estudiantes y personal
administrativo. La población universitaria es, al menos, 35% menor que hace
siete años. La ruina de la UCV se hizo patente. De esta debacle no se ha
escapado nada ni nadie. El Clínico fue convertido en un despojo. En la
actualidad, algunos de los servicios que presta, el gobierno intenta
rescatarlos de los escombros.
En
medio de este ambiente signado por la desidia y la estulticia, Maduro tuvo el
descaro de ir a la UCV, no para admitir errores y corregir entuertos, sino para
ahondar más la brecha con una comunidad de la cual siempre ha estado
divorciado. Agredió a las autoridades legítimas de la casa de estudios, que no
han sido renovadas desde hace casi diez años por su culpa; trata de violar la
autonomía universitaria con la designación de Jacqueline Farías como
‘protectora’ (¿no había dicho que esa odiosa e ilegal figura había
desaparecido?; y busca maquillar su responsabilidad en la insondable crisis que
padece la UCV, valiéndose de trucos de prestidigitador.
A la
comunidad universitaria ni va a engañarla ni va a seducirla con artificios de
demagogo.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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