Ismael Pérez Vigil 30 de octubre de 2021
El 21
de noviembre es una fecha importante para Venezuela, pero no porque ese día se
realicen elecciones regionales y locales, que también son importantes, sino
porque ese es el Día del Estudiante, en el que se conmemora el 21 de noviembre
de 1957, fecha en la cual el movimiento estudiantil de la época inició una
huelga, que fue un factor en el derrocamiento, meses más tarde, de la penúltima
dictadura que hemos sufrido en Venezuela. La última dictadura aun la padecemos.
Los estudiantes siempre han estado presentes en momentos históricos, democráticos, importantes. Estuvieron presentes con la llamada Generación del 28, quizás no de manera inmediatamente exitosa en derrocar la dictadura de Gomez −quien murió en su cama−, pero si a lo largo de la historia posterior en la formación de partidos políticos modernos, sindicatos, asociaciones civiles, en la formación de gobiernos democráticos y muy especialmente en la consolidación de la democracia a partir de 1958, que durante 40 años, hasta que en 1998 comenzó su destrucción por el actual régimen, sirvió de base para la promoción y movilización social de millones de venezolanos.
Mas
recientemente, no podemos dejar de lado el papel de los estudiantes, que en el
año 2007 fueron factor decisivo en la primera derrota electoral, importante,
que se le propinó al régimen chavista, al ser rechazada la pretendida reforma
constitucional propuesta en ese año, aunque después, ilegal, subrepticia y
alevosamente la han ido “colando” . Por eso cabe la esperanzada inquietud en
cuál será la reacción del movimiento estudiantil en este momento en que la
universidad esta más seriamente amenazada.
La
inquietud por esta arremetida amenazadora la levantan algunos hechos recientes;
por ejemplo: en la USB, el régimen nombra autoridades, más allá de su capacidad
legal; la UCV es víctima de “visitas nocturnas” de las autoridades nacionales;
el nombramiento de la exrectora “insigne” del CNE como máxima autoridad del
régimen en materia de Educación Superior; todas esas son señales inequívocas y
preocupantes de que se está tramando dar, o intentar dar, un zarpazo definitivo
a todas las universidades.
Es
asombroso el cinismo que exuda un video en el cual se ven varios altos
personajes del régimen hablando en lo que se supone es una aula de la UCV −vaya
usted a saber si no se trata de un montaje, no le creo nada a este gobierno−,
afirmando que están “recuperando todo…tenían abandonada la universidad, se
había destruido totalmente… así la dejaron, la hemos recuperado toda…”,
haciendo obvia alusión a las autoridades universitarias actuales, como si
fueran ellas las responsables y no el régimen que las ha ahogado económicamente
al negarles el presupuesto, al impedirles que renueven sus autoridades,
bloqueando con su dócil y adocenado TSJ, las elecciones universitarias, desde
hace más de diez años, pues bien saben que nunca han podido controlar, ni sus
autoridades rectorales, ni sus cuerpos profesorales, ni sus movimientos
estudiantiles. Esas visitas nocturnas, con esbirros y guardaespaldas, son
intentos del propio “demonio”, del causante del mal, para auto exorcizarse, en
una suerte de exorcismo al revés, de falso sortilegio.
Ahora
hablan de rescate y recuperación, e incluso le nombran una “protectora” a la
UCV; pero esa “protectora”, especie de “comisario” estalinista −e indignante
figura política que el propio presidente Maduro informó que desaparecería−, es
la misma que ofreció que en 2014 nos estaríamos bañando en las cristalinas
aguas del Guaire; es la misma que “protege” la alcaldía mayor y que entiende
por “embellecer” una ciudad pintar de amarillo sus brocales y sembrar costosas
palmeras, en vez de otras cosas más urgentes, como iluminar las calles,
arreglar parques y jardines o recoger la basura y la suciedad, que tiene
ahogados a todos los habitantes de la capital o limpiar las quebradas tapadas
de desperdicios, que producen desgracias mortales con las lluvias. Esa es la
que va a “proteger” la UCV.
Estoy
hablando de la UCV, mi alma mater, pero mis lectores pueden reemplazar sus
siglas por cualesquiera de las siglas de la universidades nacionales −UC, UCLA,
UDO, ULA, USB, LUZ, etc.− y la situación, salvo matices, no variará mucho. Creo
que no necesito describir la destrucción de las universidades del país, mucho
mejor de lo que yo lo pudiera hacer lo están haciendo varios profesionales de
esas universidades, cuyas opiniones trabajos y datos los pueden ver en: https://nuevauniversalia.wordpress.com/ y
que están recogidos en un extraordinario documento denominado: “Ante la
destrucción por diseño de la universidad” (https://bit.ly/3Cl9JYA).
Veo
difícil que el régimen retroceda en este nuevo avance en su intento de
avasallamiento de las universidades, a menos, claro está, que encuentre
resistencia. Frente a la situación caben diversas reacciones. Algunos se podrán
inhibir de actuar, excusados en el aturdimiento general que todos tenemos por
la pandemia y la crisis que padecemos hace años y que impide reaccionar
apropiadamente. Otros se escudarán en el humor, que siempre nos salva a los
venezolanos de la desesperación. También se puede entender el sentido práctico de
otros que dirán que no espantemos a los “rebullones”, que los dejemos que sigan
aportando algunos recursos, que sin duda en algo mejoran la situación. Abro
paréntesis, al fin y al cabo, esa es también la reacción de muchos venezolanos
que aceptan las “dádivas” dispensadas por el régimen en su populismo y
demagogia electoral, pero luego de todas formas votan en contra del gobierno o
no van a votar, cierro el paréntesis.
No soy
quién para dictar pautas en materia de política y acciones universitarias, ni a
las autoridades, ni a los profesores, mucho menos al movimiento estudiantil;
pero como egresado doliente y afectado y más aún, como simple ciudadano, creo
necesario desarrollar la idea de que es lo que considero una respuesta
apropiada. Aunque bien pudiera ser protestar, manifestar, etc.; no se trata
solo de eso, porque después de todo, no está mal eso de desbrozar jardines y
caminerías, pintar aulas y arreglar pupitres; me refiero a algo más contundente
al hablar de la “reacción apropiada” o respuesta adecuada ante estas acciones
del régimen. Para que el gobierno pague el costo político de haber destruido la
educación superior −o tratado de destruir, pues aún hay resistencias−, creo que
lo procedente es subir la vara, ponerla más alta.
Subir
la vara significa, explicar, aclararle al país la verdadera situación de
nuestras universidades y de paso decirle al gobierno que el problema no es solo
desbrozar jardines y caminerías, pintar aulas y arreglar pupitres y autobuses,
que esas son menudencias, casi que limosnas, burusas, como dicen los zulianos.
Que si de verdad se quiere iniciar un “rescate” ¿Por qué más bien no les pagan
a los profesores un sueldo decente?, que no es simplemente duplicar o triplicar
los 15 dólares actuales –sueldo tope de un profesor universitario a tiempo
completo y dedicación exclusiva−, sino multiplicar ese sueldo por cien o al
menos igualar los ingresos de los docentes a los de los generales de las FANB.
Que financie un seguro médico adecuado para los profesores, estudiantes,
empleados y trabajadores; que dote a las facultades de recursos para
investigación. Y así podría seguir con una interminable lista de carencias.
En
otras palabras, que se les dé a las universidades un presupuesto suficiente
para que puedan resolver los problemas de ingresos de profesores y empleados,
las carencias de agua y luz, pagar teléfono e internet, hacer un mantenimiento
adecuado de todas sus instalaciones, adquirir publicaciones, realizar
inversiones, renovar equipos, mantener los comedores de manera apropiada,
recursos para becar estudiantes, etc. Todo lo demás, no es más que demagogia y
mentira populista, que de todas maneras sabemos que no será sostenible en el
tiempo.
En
síntesis, lo que hay que pedir al gobierno, mejor dicho, por lo que hay que
luchar, es porque se respete la autonomía universitaria, porque las
universidades puedan elegir sus autoridades y porque no se siga entorpeciendo
de esa manera la evolución hacia nuevas formas de financiamiento, organización
y enseñanza que demandan los tiempos que vivimos en la sociedad del
conocimiento.
Ismael
Pérez Vigil
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