Paulina Gamus 24 de octubre de 2021
El sentimiento o actitud de los venezolanos ante la muerte ajena, especialmente en el mundo político, puede dividirse en dos tiempos: antes y después de 1999. Recuerdo haber asistido, al igual que otros parlamentarios y dirigentes de distintos partidos, al sepelio de Cruz Villegas, dirigente sindical comunista, padre de Mario, Vladimir y Ernesto, los más conocidos de sus hijos. Cuando murió la madre de Diego Arria, en el velorio estaban desde el presidente de la república Luis Herrera Campíns y sus ministros hasta el liderazgo de todas las organizaciones políticas. Le oí decir a un periodista argentino allí presente que un suceso como ese jamás habría ocurrido en su país. Agregaba que Ricardo Balbín, líder del Partido Radical y Juan Domingo Perón, su principal oponente, jamás se habían encontrado.
Tuvimos
que sospechar lo que significaba la muerte ajena para el chavismo desde la
tragedia del deslave en el estado Vargas, en diciembre 1999. El odio
antimperialista privó sobre la posibilidad de salvar muchas vidas. Fue cuando
Hugo Chávez rechazó la ayuda de los Estados Unidos. Pero antes de eso, el
referéndum para aprobar la nueva Constitución tuvo prioridad sobre la atención
oportuna a las víctimas del desastre. Los intereses políticos primero, la vida
después.
Yo no
pateo perro muerto. No habrá luto nacional porque hoy murió un corrupto, un
dictador. Palabras de Chávez cuando murió Carlos Andrés Pérez en
2010. Antes que Pérez habían muerto los expresidentes Luis Herrera Campíns en
2007 y Rafael Caldera en 2009, sin que se les rindiera el reconocimiento que
merecían.
Fue
así que cuando Hugo Chávez anunció que tenía cáncer (30/06/ 2011) y cuando
murió (supuestamente el 05/03/2013) medio país lloró y la otra mitad celebró.
Confieso ignorar cuántas veces antes en nuestra historia contemporánea hubo
igual polarización ante una muerte.
Aún
tengo el recuerdo de mi niñez cuando los transeúntes hombres se sacaban el
sombrero y las mujeres se persignaban ante el paso de cualquier sepelio. Había
respeto.
Es en
ese escenario de desprecio por la muerte del otro cuando ocurre la décima
muerte de un preso venezolano «en custodia» (valga sarcasmo). Pero no un preso
cualquiera sino uno que fue general en jefe, ascendido a ese rango por su
compañero de armas y de ruta golpista Hugo Chávez Frías. Juntos hicieron el
juramento del Samán de Güere, fue su ministro de la Defensa. Pero, ¡la tapa del
frasco! fue quien lo rescató y devolvió a la presidencia en abril de 2002 .
¿Por qué tanto ensañamiento en vez de gratitud?
Recordé
a un viejo amigo de la familia que vivía en Los Teques en tiempos de Pérez
Jiménez y era detestado por el jefe civil, tanto que lo arrestó «por decir
groserías en un patio de bolas criollas». Nuestro amigo solía decir: «Yo no sé
por qué ese tipo me odia tanto si nunca le hice un favor». ¿Sería por eso que
Chávez odió a Baduel? Aceptemos que esa fue la razón, pero ¿el odio de Maduro?
¿Odio hereditario?
Aparentemente,
en ese sentimiento estuvo metida la mano de Fidel Castro. Copio al periodista
Francisco Olivares, de El Estímulo: «Apenas se iniciaba el gobierno
de Hugo Chávez cuando Fidel Castro conoció al general Raúl Isaías Baduel y,
según allegados al poder, el líder cubano le habría advertido a Chávez: «Este
es del que te tienes que cuidar. Este es el que te puede sacar a ti del
gobierno, tienes que tener cuidado con él».
Esa
advertencia premonitoria no estuvo tan precisa en la mente del general aliado
de la revolución hasta que, en enero de 2008, fue detenido, acusado y
sentenciado –en 2010– a 7 años y 11 meses de prisión por un caso de
«sustracción de dinero de la FAN, contra el decoro militar y abuso de poder».
De allí en adelante comienza un vía crucis para el militar del que no se salva
ningún varón que lleve su apellido. Llamarse Baduel ha sido el paso previo para
una prisión sin causa ni término.
Vi en
persona al general Raúl Isaías Baduel una sola vez. Era ministro de la Defensa
y fue invitado por una ONG de la que yo era miembro. Respondió las preguntas
con amabilidad. Me llamó la atención su mezcla de misticismo con esoterismo,
sin pasar por alto sus repetidas menciones a pasajes bíblicos. Era un personaje
singular. Ya había ocurrido el golpe o renuncia o vacío de poder, como se
quiera llamar o describir lo sucedido entre el 11 y 13 de abril de 2002. Ya
sabíamos que Baduel cargaba con la gloria para unos y el odio para otros, por
haber sido el personaje clave en el regreso de Hugo Chávez a la presidencia.
Pero nadie le preguntó sobre ese tema.
Ahora
que Baduel ha muerto en penosas circunstancias –no lo mataron pero lo dejaron
morir– hemos leído desde apologías a su valor para resistir tantas
humillaciones y sufrimientos hasta desahogos llenos del veneno del odio, por
ser quien nos privó de la posibilidad de liberarnos del chavismo 19 años antes
de la catástrofe que hoy padecemos.
Lamentablemente,
la historia no se puede devolver, solo las dictaduras se atreven a
reescribirla, pero no les dura. Lo que predicó el comunismo soviético durante
74 años se disolvió en unos pocos. Igual pasará en Cuba y mucho más pronto en
Venezuela, porque aquí nadie –ni los más jóvenes– ignora la diferencia entre
dictadura y democracia.
A la
muerte del general Baduel en prisión ha seguido la deportación a los Estados
Unidos de Alex Saab, el héroe del chavomadurismo, el único que superó a Hugo
Chávez en la devoción de la cúpula dominante. El non plus ultra de
una revolución socialista tan sui géneris porque siendo un recontra
multimillonario a costa de la pobreza de muchos, logra que algunos de esos
muchos clamen por su libertad. ¡Secuestro! gritan desde Miraflores, y secuestro
dice entre lágrimas de cocodrilo la esposa italiana, ahora investigada en su
país por lavado de dinero. Nadie sabe cómo será el fin de esa cuasi telenovela,
pero lo que podemos asegurar es que la justicia de los EE. UU. no dejará morir
de mengua a ese hiperladrón como sucedió en Venezuela con el general Raúl
Isaías Baduel.
Paulina
Gamus
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico