Orlando Viera-Blanco 27 de octubre de 2021
@ovierablanco
”
Nosotros la apoyamos [unidad de principios] desde Canadá. Es la unidad de los
diferentes con un mismo corazón. Sigamos ese ejemplo…”
La unidad sin duda es un valor relevante en la política. Lo primero es distinguir en qué circunstancia, propósito y contra quién escogemos estar unidos. No es lo mismo la unidad enmarcada en un terreno democrático, a la unidad política que demanda luchar contra un modelo totalitario. Esto nos lleva a un “análisis estructuralista”, [o acaso no-estructural], donde la unidad política si se trata de alcanzar victorias electorales es una cosa, pero sí el reto es derrotar un régimen totalitario, es otra. En un primer supuesto bastan alianzas partidistas, mientras que en el segundo, la unidad demanda un movimiento inspirador, sustantivo, ilustrado y liberal.
Ofrecer un
modelo de poder alternativo.
Armando
Chaguaceda en su obra “La izquierda como autoritarismo” nos alerta sobre
algunas ideas posmodernas del posestructuralismo francés y el posmarxismo
representado en autores como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe o Judith Butler […]
“Existen diferencias teóricas, epistemológicas y políticas sustantivas entre
los pensadores actuales de la izquierda posmoderna, cuyo surgimiento fue
posible luego del auge del posestructuralismo representado en figuras como
Jacques Derrida, Michel Foucault y Jacques Lacan”. El tema no se reduce a un
debate sobre derecha o izquierda, sobre estado centralizado o descentralizado,
libertad o igualdad, mercado o lucha de clases. El reto es alertar entre
totalitarismo y democracia.
Es
impostergable definir el ideal de poder. Concebimos el análisis de lo
particular a lo general. Foucault habla del análisis microscópico del poder. De
las relaciones más íntimas del hombre. Del hombre y la mujer, del niño y el
adulto, entre vecinos, padre e hijo, la familia, estudiantes y profesores; en
fin, del hombre en su microcosmos. A partir de esa relación estrecha, íntima,
capilar, el poder se construye sobre bases sólidas y originarias. El tejido
social va de lo fraterno-por cercano e inclusivo-a lo ciudadano. No es el
estado estructuralmente concebido como una institución superior que decreta su
autoridad. Es el estado constituido por una diversidad concertada, donde la
unidad es la nación, que son los valores culturales, históricos, identitarios y
democráticos de la sociedad.
Aún en
Venezuela no hemos resuelto nuestras diferencias porque aún desconocemos qué
tipo de democracia queremos y cuál es el cambio social que debemos emprender.
No basta una unidad funcional para rescatar la república. Mal podemos darle
sustentabilidad política a una transición democrática, si antes no hemos
discutido desde lo más íntimo de la sociedad qué modelo de poder deseamos
implementar.
Pensadores
críticos-apunta Chaguaceda-como Roger Bartra, Luis Villoro, Beatriz Sarlo o
Amartya Sen, “tienen en común dentro de la izquierda posmoderna, su deriva
autoritaria”. Y otros los denominados «aceleracionistas» [Alex William, Nick
Srnicek, Enrique Dussel, Alfredo Serrano Mancilla, Chantal Mouffe y Judith
Butler] son más agresivos e impugnan el pluralismo, la libertad individual, los
DDHH, la institucionalidad y economía de mercado de la democracia liberal”. La
izquierda-autoritaria o acelerada-tiene un discurso epistemológico que embiste
el fundamento básico de la democracia liberal “como es el individuo en su
capacidad de decidir”. Entretando intelectuales ganados a la democracia liberal
deshojan margaritas sobre una unidad instrumental ausente de pensamiento
crítico [unido] y de una oferta política constructivista, potable, creíble y
alternativa a la izquierda globalizante.
La
unidad de occidente duerme en sus laureles.
Atención.
Continúa Chaguaceda: “La palabra «Occidente» resume todos los males posibles:
ciencia, tecnología, democracia liberal, cultura letrada, pensamiento [valores]
que llegan a contemplarse como manifestaciones de la colonialidad del saber y
del poder […]como racismo, explotación y opresión” ¿Quién le da respuesta
unida, con sentido de responsabilidad histórica a este despropósito de
“descolonización” y desintegración cultural? ¿Acaso una unidad peregrina, sin
ideología? Entonces vamos derrotados por la vanguardia esclarecida leninista en
detrimento de la cultura, el saber y la libertad […] Un ethos [irracional] con
impronta religiosa que alimenta el rescate del populismo como política de
izquierda, reivindicador del líder carismático, de la razón populista (Ernesto
Laclau/2005).
La
deuda de occidente con la modernidad es que no ha sabido-al decir de Foucault-,
penetrar las entrañas de las comunidades, de nuestros jóvenes, nuestras madres,
vecinos, pensionados y trabajadores con libros, saber, tecnología, pico y pala,
para construir un ideal fraterno de poder.
De
París al Cují.
Lo que
hace el líder vecinal Prof. Oswaldo Rodríguez [82] en el Cují, Distrito
Iribarren, Estado Lara, es fascinante por hacer política artesanal, capilar,
originaria [Paris, Foucault]. Un artista, que educa a los niños de su barrio y
a sus madres. Que pide ordenadores, software, consolas de internet, a la par de
alimentos, sillas de rueda y guantes de béisbol. Desde esos valores es que se
construye la verdadera unidad. Nosotros lo apoyamos desde Canadá. Es la unidad
de los diferentes con un mismo corazón. Sigamos ese ejemplo…
La
unidad política se construye en torno a principios-nos dice el chileno Miguel
Lawner-si no, se trata de un simple revoltijo. La unidad es un compromiso no
una fachada [dixit María Isabel Puerta]. Unidad no sólo de los venezolanos sino
de occidente, de las democracias liberales, humanistas y solventes del mundo.
Orlando
Viera-Blanco
@ovierablanco
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico