Claudio Nazoa 26 de octubre de 2021
@claudionazoa
En
estos días convulsos en los cuales muchos solo leen una línea, reconozco que
puede resultar peligrosa la manera con la que he titulado. Os ruego continuar
la lectura hasta el final y ojalá que el título de la crónica de hoy no espante
a los lectores.
El más importante sistema que había conocido hasta hoy era el Sistema Solar. El Sol, en la inmensidad del universo, resulta ser tan solo una insignificante estrella que ilumina a ocho planetas que giran alrededor de él que, a su vez, es una estrella microscópica en la Vía Láctea que, a su vez, es una manchita en medio de cientos de millones de galaxias que existen en el universo.
Lo
asombroso e inexplicable es que en ese mundo microscópico llamado Sistema Solar
existe algo más microscópico y misterioso aún: un puntico azul en donde habitan
extraños seres vivos, entre ellos, el ser humano.
Lo
anterior es un preámbulo para decirles que en Venezuela existe El Sistema. Es
tan grande como el universo, y no exagero al decir esto. En medio de la emoción
que me abruma, trataré de contarles, estimados lectores, una visita guiada que
hice al edificio del Sistema de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de
Venezuela, que hoy en día solo se identifica como El Sistema.
Nuestro
buen amigo Javier Vidal me invitó a realizar una visita guiada en el edificio
de El Sistema. Fui inocentemente para ver de qué se trataba y puedo jurarles
que quedé traumatizado. Pero fue un trauma bonito y bueno. Un trauma paradójico
porque en lugar de daño, me hizo mucho bien y espero que ese bien dure para
siempre. Eso ocurre cuando descubrimos cosas únicas en la vida, como la que
descubrí ese día.
Casi
todos sabemos, más o menos, qué es eso de El Sistema. Lo relacionamos siempre
con un programa magistral de educación musical a través de orquestas fundadas
en el año de 1975, por el maestro José Antonio Abreu. Son esas cosas que se
saben que son buenas, pero hasta allí.
Queridos
amigos, El Sistema es algo mucho más grande que un grupo de músicos de
diferentes edades que pertenecen a una muy buena orquesta. Es mucho, pero
muchísimo más. Hay tantas cosas que quisiera contarles, que me da miedo que
este artículo se convierta en un fastidio. Pero, en fin, correré el riesgo y se
los explicaré.
El
Sistema atiende a 1.012.000 niños y jóvenes quienes, desde los rincones más
apartados de Venezuela, no solo aprenden a tocar un instrumento, a fabricarlo,
a arreglarlo o a cantar. No. La cosa va más allá. Todos los niños, jóvenes y
viejos que como yo se acercan a El Sistema, descubren que la vida es bella, que
lo bueno existe, que lo merecemos y que la excelencia, junto con la
perseverancia y el talento, pueden florecer hasta en los más alejados y a veces
inhóspitos lugares. Adonde llega El Sistema, llega también una forma diferente
de ver y enfrentar la vida. Les cuento la visita.
En la
puerta del edificio nos esperaba el polifacético y apuesto Javier Vidal, quien,
al parecer, ocupa allí un cargo arrechísimo que desempeña muy bien. Nos recibió
también el amigo Eduardo Méndez, quien fue el guía turístico del paseo.
Eduardo, hace algún día 46 años atrás, de ser un niño participante de El
Sistema, pasó a convertirse, ¡vaya responsabilidad!, en el director ejecutivo
y, claro está, en uno de los actuales impulsores para continuar el sueño de
José Antonio Abreu.
Frente
a la entrada principal, sin tocar instrumento alguno, una enorme orquesta de
salsa cuyos integrantes pertenecen todos al núcleo del 23 de Enero de Caracas,
nos saludaban amablemente. Es de destacar que estos músicos tienen la misma
formación y nivel de exigencia que los de la Orquesta Simón Bolívar.
Cerca
de los salsosos, los sonrientes integrantes del Ensamble de Metales, trompetas,
trombones y tuba en mano, entraron ansiosos por hacer hablar a sus instrumentos
musicales. El silencio se rompió y la interpretación quedó a la altura por el
virtuosismo y pasión de los jóvenes. Se inició así, la bienvenida musical.
Después de una pieza, nos invitaron a pasar al interior del impresionante
edificio de El Sistema.
Entrar
a esa edificación es vivir el sueño de un amante del arte cinético. Es tener
por un rato a Jesús Soto en el cielo y a Carlos Cruz-Diez, tapizando con
policromía el suelo que pisan nuestros pies. Ya eso comienza a traumatizar. De
pronto, a mitad del pasillo, nos tropezamos con una de las cosas más
emocionantes de la visita: la Orquesta de Iniciación Musical, la cual,
literalmente, está integrada por talentosos bebés. Allí, maravillado, descubrí
a niños de 6 años tocando con la responsabilidad de un adulto profesional y la
satisfacción lúdica de un pequeño de su edad, el mayor tendría como 12, calculo
yo, no más. Ellos nos deleitaron no solo con su música, sino también con la
belleza de la niñez sana, demostrándonos que no todo está perdido en este país
convulsionado que tanto queremos. Esos niños, con ansias de aprender, me
hicieron sentir que tendremos un futuro promisorio.
Seguimos
nuestra visita y nos encontramos con los muchachos de la escuela de Luthier.
Son jóvenes que construyen y reparan los instrumentos de las orquestas. Algunos
lograron ser becados en el exterior y como acción multiplicadora, al regresar,
luego de aprender tan difícil y meticulosa profesión, se dedicaron a enseñar a
otros un oficio noble que enriquece el alma del ser humano.
No
salíamos de la fascinación de ver a esos fabricantes de instrumentos, cuando
nos topamos con la Orquesta Caracas Big-Band. Eso fue otro asombro, no solo por
la calidad de sus interpretaciones, sino porque escuchamos a Patricia Mora, una
niña de 12 años quien, en perfecto inglés, interpretó “Don’t You Worry ‘Bout a
Thing” de Stevie Wonder. Parece mentira que esa dulce criatura de voz
portentosa, a tan corta edad, haya alcanzado tal perfección vocal y de
interpretación.
Cuando
pensábamos que no podía haber más, nos condujeron a la sala Fedora Alemán.
Allí, la Orquesta Alma Llanera, integrada por jóvenes que tocan instrumentos
criollos, nos esperaba. No quedó más remedio que, merecidamente, aplaudir de
pie a aquellos muchachos que engrandecen los instrumentos autóctonos. Yo, entre
emocionado e incrédulo, me preguntaba: pero, ¿hasta dónde va a llegar esto?
Con
las manos hinchadas de tanto aplaudir, supuse que era ese el apoteósico final
de la travesía. Pero, no. La maldad siguió. De pronto, sin ton ni son pero con
mucho son, la Venezuela Sound System comenzó a tocar. Ellos son un grupo de
nueva creación en El Sistema, integrado por músicos y cantantes que, no
exagero, creo que no existen. Ellos interpretaron “We are the champion” de
Queen, en homenaje a Freddie Mercury. Imposible describir esto con palabras.
Exhaustos
ante tanta cultura y talento, llegamos al éxtasis al entrar a una de las más
bellas salas de concierto que he visto, si es que acaso no es la más bella. Me
refiero a la sala Simón Bolívar, en donde no haría falta escuchar nada para ser
feliz y es que, visualmente, ella, en sí misma, es una obra de arte. Es como si
entráramos al corazón y al cerebro de Carlos Cruz-Diez. Las sillas son un
enorme cuadro al igual que el magnífico telón que, cuando sube, deja al
descubierto un maravilloso órgano de tubos construido por la compañía alemana
Orgelbau Klais, donado por la Fundación Polar. En este sitio único, de pronto,
aparece la elegante Orquesta Simón Bolívar, considerada una de las cinco
mejores del mundo. Un breve concierto nos emocionó por su intensidad.
Yo no
sé los demás, pero yo, en cada butaca de ese templo, veía el rostro sonriente
de José Antonio Abreu, quien no está en el cielo, él vive en esa sala, que es
mejor.
Exhausto
y cabizbajo por haber recibido tanto, uno dice: qué lástima, ya debemos
regresar al feo mundo que nos espera afuera. Pero no. Antes de salir teníamos
un último regalo, la Orquesta de Salsa del 23 de Enero nos puso a bailar.
Desde
mi corazón, doy gracias a El Sistema, no solo por permitirme ver un mundo que
creía que no existía, sino por enseñarme que en Venezuela es posible que las
cosas buenas florezcan a pesar de las circunstancias y por, junto a otros
artistas y personalidades, haberme concedido el honor de nombrarme embajador
padrino de las orquestas. Qué honor ser parte de un proyecto que nació en
democracia, hace 46 años, y que no ha dejado de crecer.
Ese
millón y pico de niños y jóvenes son atendidos por más de 10.000 personas
empeñadas en creer que podemos tener una Venezuela bonita. Si quieren saber más
de lo que les estoy hablando, visiten www.elsistema.org.ve
Otro
día, cuando se me pase el trauma, seguiré escribiendo sobre El Sistema, el
mejor del mundo. Me despido con un mensaje que el maestro José Antonio Abreu,
creador de esta maravilla, me susurró en el oído cuando ese día se sentó a mi
lado:
“Soñar
solo no es más que un sueño.
Soñar
con otros es transfigurar la realidad”.
Claudio
Nazoa
@claudionazoa
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