Por Antonio Pérez Esclarín
Hoy nadie discute que
el desarrollo pasa por la educación. No es el único elemento, pero sí una
condición indispensable. Todos los países que apostaron en serio por la
educación, dieron el salto al desarrollo. Descuidar la educación es apostar por
la improductividad, el subdesarrollo y la pobreza. Pero si bien la educación es
fundamental para el desarrollo económico, no podemos reducir la educación a su
dimensión productiva. La educación es el medio esencial para construir
ciudadanía y una mejor humanidad. Por eso, en Fe y Alegría, a pesar de las
dificultades y del heroísmo que supone seguir educando, seguimos trabajando por
una educación popular de calidad. La educación popular no tiene que ver sólo
con el sujeto de la educación, que son los más vulnerables, sino también con
los contenidos, que parten de su cultura y sus necesidades; con su objetivo,
que es construir una sociedad justa, sin marginación y exclusión; y con una
metodología que busca crear mecanismos de diálogo y participación democrática.
Y trabajamos por gestar un pensamiento nuevo sobre la educación pública, que no
es la del gobierno, sino la que es de la sociedad, de toda la sociedad.
El derecho a la educación se transforma en deber. Una mejor educación para un
mejor país y para un mundo mejor, requiere de la cooperación de todos: del
Estado, como administrador de la cosa pública y representante de la sociedad;
de las familias y comunidades; de las instituciones públicas no gubernamentales
de servicio al desarrollo; de la empresa privada; de los medios de comunicación
y de la comunidad internacional. Cuando hoy hablamos de sociedad, nos referimos
a una sociedad globalizada. Y así como la paz, las migraciones y la protección
del medio ambiente los consideramos hoy tareas globales, también la educación
tiene que convertirse en una responsabilidad compartida por todas las
sociedades. Ese es el sentido de la invitación del Papa Francisco a que nos
sumemos al Pacto Global por la Educación. Aceptarlo supone asumir los retos que
nos plantean las nuevas tecnologías, las exigencias de equidad en la educación,
la visión de una educación a lo largo y ancho de la vida, la integración del
diálogo de saberes y de culturas, la construcción de nueva ciudadanía. Y es
necesario que este esfuerzo por la calidad esté ligado a la voluntad política
por la equidad. De lo contrario, estaremos alimentando la tendencia a la
desigualdad a partir de la educación, como está sucediendo hoy en Venezuela
donde la educación pública languidece y sobrevive penosamente subvencionada por
el heroísmo de los educadores, mientras se robustece la privada a la que sólo
los privilegiados económicamente tienen acceso.
Pensar la mejora de la educación sin los docentes es una ilusión. Todos los
estudios indican que en ellos reside la clave de la calidad de la educación.
Cuando la profesión docente se hace atractiva y los mejores estudiantes se
inscriben en ella, cuando son reconocidos y remunerados adecuadamente, la calidad
de la educación sube. Junto a la debida valoración y remuneración, hay que
crear una nueva cultura educativa en los docentes que cultive la dignidad de su
profesión y la motivación de su vocación a construir la sociedad del futuro.
Los educadores deben concebirse no como meros dadores de clases o impartidores
de conocimientos, sino como los constructores de una nueva humanidad. Educar es
humanizar, es formar personas plenas y ciudadanos responsables y solidarios.
pesclarin@gmail.com
www.antonioperezesclarin.com
19-10-21
https://www.eluniversal.com/el-universal/109794/educacion-publica-de-calidad
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