Francisco Fernández-Carvajal 21 de octubre de 2021
@hablarcondios
— Reconocer a Cristo que pasa cerca de
nuestra vida.
— La fe y la limpieza de alma.
— Encontrar a Jesús y darlo a conocer.
I. Desde siempre los hombres se han interesado por el tiempo y por el clima. De modo muy particular, los labradores y los hombres de la mar han interrogado el estado del cielo, la dirección del viento, la forma de las nubes, para aventurar un pronóstico en razón de sus tareas. Nuestro Señor, en el Evangelio de la Misa1, lo hace notar a quienes le escuchan, pescadores y gentes del campo en su mayoría: Cuando veis que sale una nube por el poniente, en seguida decís: va a llover. Y cuando sopla el sur, decís: viene bochorno. Jesús se encara con ellos, pues saben prever la lluvia y el buen tiempo a través de los signos que aparecen en el horizonte y, sin embargo, no saben discernir las señales, más abundantes y más claras, que Dios envía para que averigüen y conozcan que ha llegado ya el Mesías: ¿cómo no sabéis interpretar este tiempo?, les interpela. A muchos les faltaba buena voluntad y rectitud de intención, y cerraban sus ojos a la luz del Evangelio. Las señales de la llegada del Reino de Dios son suficientemente claras en la Palabra de Dios, que les llega tan directamente, en los milagros tan abundantes que realizó el Señor, y en la Persona misma de Cristo que tienen ante sus ojos2. A pesar de tantos signos, muchos de ellos ya anunciados por los Profetas, no supieron enjuiciar la situación presente. Dios estaba en medio de ellos y muchos no se dieron cuenta.
El
Señor sigue pasando cerca de nuestra vida, con suficientes referencias, y cabe
el peligro de que en alguna ocasión no le reconozcamos. Se hace presente en la
enfermedad o en la tribulación, que nos purifica si sabemos aceptarla y amarla;
está, de modo oculto pero real, en las personas que trabajan en la misma tarea
y que necesitan ayuda, en aquellas otras que participan del calor del propio
hogar, en las que cada día encontramos por motivos tan diversos... Jesús está
detrás de esa buena noticia, y espera que vayamos a darle las gracias, para
concedernos otras nuevas. Son muchas las ocasiones en que se hace
encontradizo... ¡Qué pena si no supiésemos reconocerle por ir excesivamente
preocupados o distraídos, o faltos de piedad, de presencia de Dios!
¿No
sería nuestra vida bien distinta si fuéramos más conscientes de esa presencia
divina? ¿No es cierto que desaparecería mucha rutina, malhumor, penas y
tristezas...? ¿Qué nos importaría entonces representar un papel u otro, si
sabemos que a Dios le gusta y aprecia el que nos ha tocado? «Si viviéramos más
confiados en la Providencia divina, seguros –¡con fe recia!– de esta protección
diaria que nunca nos falta, cuántas preocupaciones o inquietudes nos
ahorraríamos. Desaparecerían tantos desasosiegos que, con frase de Jesús, son
propios de los paganos, de los hombres mundanos (Lc 12, 30), de las personas
que carecen de sentido sobrenatural»3,
de quienes viven como si el Maestro no se hubiera quedado con nosotros.
II. La
fe se hace más penetrante cuanto mejores son las disposiciones de la voluntad.
Quien quisiere hacer la voluntad de Él (de mi Padre) conocerá si mi doctrina es
de Dios o si es mía4,
dirá el Señor en otra ocasión a los judíos. Cuando no se está dispuesto a
cortar con una mala situación, cuando no se busca con rectitud de intención
solo la gloria de Dios, la conciencia se puede oscurecer y quedarse sin luz
para entender incluso lo que parece evidente. «El hombre, llevado por sus
prejuicios, o instigado por sus pasiones y mala voluntad, no solo puede negar
la evidencia, que tiene delante, de los signos externos, sino resistir y
rechazar también las superiores inspiraciones que Dios infunde en las almas»5.
Si falta buena voluntad, si esta no se orienta a Dios, entonces la inteligencia
encontrará muchas dificultades en el camino de la fe, de la obediencia o de la
entrega al Señor6.
¡Cuántas veces hemos experimentado en el apostolado personal cómo han
desaparecido muchas dudas de fe en amigos nuestros cuando por fin se han
decidido a hacer una buena Confesión! «Dios se deja ver de los que son capaces
de verle, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen
ojos, pero algunos los tienen bañados. en tinieblas y no pueden ver la luz del
sol. Y no porque los ciegos no la vean deja por eso de brillar la luz solar,
sino que ha de atribuirse esta oscuridad a su defecto de visión»7.
Para
percibir la claridad penetrante de la fe, «hacen falta las disposiciones
humildes del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de Dios a nuestros
pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese
misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres (...).
Con este acatamiento, sabremos comprender y amar; y el misterio será para
nosotros una enseñanza espléndida, más convincente que cualquier razonamiento
humano»8.
Son
tan importantes las disposiciones morales (la limpieza de corazón, la humildad,
la rectitud de intención...) que a veces se puede decir que la oscuridad ante
la voluntad de Dios, el desconocimiento de la propia vocación, las dudas de fe,
incluso la misma pérdida de esta virtud teologal, tienen sus raíces en el
rechazo de las exigencias de la moral o de la voluntad divina9.
Cuenta San Agustín su experiencia cuando aún estaba lejos del Señor: «Yo llegué
a encontrarme –afirma el Santo– sin deseo alguno de los alimentos
incorruptibles; pero no porque estuviera lleno de ellos, sino porque mientras
más vacío me encontraba, más los rechazaba»10.
Purifiquemos nosotros la mirada, aun de esas motas que dañan la visión, aunque
sean pequeñas; rectifiquemos muchas veces la intención –¡para Dios toda la
gloria!–, con el fin de ver a Jesús que nos visita con tanta frecuencia.
III. El
Evangelio de la Misa de hoy termina con estas palabras de Jesús: Cuando
vayas con tu adversario al magistrado, procura ponerte de acuerdo con él en el
camino, no sea que te obligue a ir al juez, y el juez te entregue al alguacil y
el alguacil te meta en la cárcel... Todos vamos por el camino de la
vida hacia el juicio. Aprovechemos ahora para olvidar agravios y rencores, por
pequeños que sean, mientras queda algo de trayecto por recorrer. Descubramos
los signos que nos señalan la presencia de Dios en nuestra vida. Luego, cuando
llegue la hora del juicio, será ya demasiado tarde para poner remedio. Este es
el tiempo oportuno de rectificar, de merecer, de amar, de reparar. El Señor nos
invita hoy a descubrir el sentido profundo del tiempo, pues es posible que
todavía tengamos pequeñas deudas pendientes: deudas de gratitud, de perdón,
incluso de justicia...
A la
vez, hemos de ayudar a otros que nos acompañan en el camino de la vida a
interpretar esas huellas que señalan el paso del Señor cerca de sus familias,
de sus lugares de trabajo... Es posible que algunos, quizá los más alejados, no
sigan al Maestro porque le ven con una mirada miope, como muchos de aquellos
que le rodeaban en Palestina, pues «lo que muchos combaten no es al verdadero
Dios, sino la falsa idea que se han hecho de Dios: un Dios que protege a los
ricos, que no hace más que pedir y acuciar, que siente envidia de nuestro
progreso, que espía continuamente desde arriba nuestros pecados para darse el
placer de castigarlos (...). Dios no es así: es justo y bueno a la vez; Padre
también de los hijos pródigos, a los que desea ver no mezquinos y miserables,
sino grandes, libres, creadores de su propio destino. Nuestro Dios es tan poco
rival del hombre, que ha querido hacerle su amigo, llamándole a participar de
su misma naturaleza divina y de su misma eterna felicidad. Ni tampoco es verdad
que nos pida demasiado; al contrario, se contenta con poco, porque sabe muy
bien que no tenemos gran cosa (...). Este Dios se hará conocer y amar cada vez
más; y de todos, incluidos los que hoy lo rechazan, no porque sean malos (...),
sino porque le miran desde un punto de vista equivocado. ¿Que ellos siguen sin
creer en Él? Él les responde: soy Yo el que cree en vosotros»11.
Dios, como buen Padre, no se desanima ante sus hijos. No perdamos la esperanza
nosotros: mostremos a los demás tantas indicaciones y referencias como Él deja
a su paso. Si el campesino conoce bien la evolución del tiempo, los cristianos
hemos de saber descubrir a Jesús, Señor de la historia, presente en el mundo,
en medio de los grandes acontecimientos de la humanidad, y en los pequeños
sucesos de los días sin relieve. Entonces sabremos darlo a conocer a los demás.
1 Lc 12,
54-59. —
2 Cfr. Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 5. —
3 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 116. —
4 Jn 7,
17. —
5 Pío
XII, Enc. Humani generis, 12-VIII-1950. —
6 Cfr. J.
Pieper, La fe, hoy, Palabra, Madrid 1968, pp. 107-117.
—
7 San
Teófilo de Antioquía, Libro 1, 2, 7. —
8 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 13. —
9 Cfr. J.
Pieper, loc. cit. —
10 San
Agustín, Confesiones, 3, 1, 1. —
11 A.
Luciani, Ilustrísimos señores, pp. 18-19.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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