Guillermo Tell Aveledo 21 de diciembre de 2021
Notas
sobre la “Pax Bodegónica” y el bien común:
§1 Concebir una república que no contenga un bien común, reta las concepciones clásicas de la política. Asumir que algunos asuntos eran de especial atención para el ciudadano, y también parte de su formación y discernimiento, implicaba una lectura sobre la virtud política. Cicerón indicaba que una república es una reunión de muchos “con atención a la justicia y en asociación para buscar el bien común […]”, y que sin ese propósito no se podía “vivir en sociedad”. Tomás Moro, en uno de sus juegos de palabras, nos recordaba que no había “Commonwealth” sin “common wealth”. Ya más recientemente, pero con ese legado clásico y medieval aún vigente, la Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que “La persona no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser ‘con’ y ‘para’ los demás […]”, y que el “bien común” es la razón de ser de la autoridad política.
§2
Desde la ciencia política contemporánea, existe una discusión no resuelta sobre
el bien común. Relegado al campo de la teoría política por la influencia que la
economía clásica tuvo sobre los precursores de la disciplina, el “bien común”
terminó siendo visto como una amenaza colectivista soterrada: la imposición
vertical de una sola idea del bien era un riesgo que, desde el planificador
bondadoso hasta el dictador malévolo, se concebía como un riesgo demasiado
grande. El temor a ideas superiores de justicia se vio justificado por los
autoritarismos contemporáneos. Se prefería el pluralismo, como punto mínimo de
encuentro, y esto estaba relacionado con la concepción politológica de la
democracia representativa contemporánea: la poliarquía. En ella, distintos
centros de poder e influencia competirían por la asignación de “bienes
públicos”, disponibles a todos y cuyo uso por una persona no evita el disfrute
a otros. Críticos comunitarios de este consenso advertían que la noción de
“bien público” era tan distinta a la de “bien común” que desnaturalizaba
incluso las pretensiones de los sistemas poliárquicos. Fuera de un contexto
comunitario, insistían, ¿quién determinaba los límites de esa asignación? ¿Qué
pasaba con las inevitables diferencias y ventajas previas? Los individuos y
grupos sociales podían verse justificados en separarse de su comunidad por las
ventajas particulares que esto implicase, sin considerar la suma histórica de
esfuerzos que los puso en esa posición.
§3 El
debate entre las nociones de individualismo pluralista y el comunitarismo tuvo
efectos sobre las decisiones de política pública en las últimas décadas. La
preocupación por mantener el progreso social de la posguerra con solvencia
fiscal, se vio retada por el creciente abandono y el cinismo hacia la vida
pública que daba al traste con los cálculos de los planificadores. La promoción
de medidas de austeridad que garantizase nuevos equilibrios, se ve hoy
cuestionada por quienes, por primera vez en décadas, ven que su futuro es peor
que el de sus padres. No es de extrañar que el descontento sea mayor en las
democracias y sociedades abiertas, donde su manifestación es difícil de
ocultar.
§4 La
república democrática y liberal de Venezuela fue un intento de cerrar la
distancia entre ambas visiones, antes incluso de su articulación. El tortuoso
camino hacia la expansión del sufragio y la promoción de un proyecto nacional
incluyente, pasó por etapas: tras las guerras popular-caudillistas del siglo
XIX, y su resolución en la Pax Andina, la apertura posgomecista, la revolución
socialdemocrática y el establecimiento de un sistema moderado luego de 1958,
signaron la ruta de una expansión del gasto público en favor de la
transformación material de los venezolanos. Contó este proyecto nacional con un
elemento desarrollista, delineado en el Programa de Febrero; un elemento de
radicalismo democrático, delineado en el Plan de Barranquilla; y un elemento de
moderación y conciliación en la doctrina socialcristiana, cristalizada en el
Pacto de Puntofijo. Los acuerdos que definieron ese sistema, mostraron una
serie de decisiones conscientes: íbamos a progresar gracias a, y a pesar de, la
renta petrolera. ¿Cumplieron todos los sectores políticos, sociales y
económicos su parte del pacto? ¿Fueron eficientes los trabajadores y productiva
la industria? ¿Fueron sobrios y moderados los medios de comunicación? ¿Fue
proba la clase política?
§5
Venezuela vivió de manera acelerada su crisis democrática. Cuando los errores
de la Gran Venezuela Saudita reventaron “ilusión de armonía” –como la
definieron Naím y Piñango– comenzó la prolongada crisis de final de siglo. El
malestar derivado de una coyuntura económica mostró una inviabilidad que
ameritaba reformas, pero que en atención a intereses creados no logró que todos
asumiéramos una responsabilidad común. Cada sector demandaba por su cuenta una
serie de propósitos contradictorios, y el pluralismo no dio la solución: no se
trataba de quién se declarase dispuesto a hacer sacrificios, sino de quién
podía evitar perder primero. Sin confianza ciudadana en el sistema político y
su liderazgo, era inevitable el ascenso de discursos críticos que despedazaron
el centro. Bien miradas, las elecciones de 1998 iban a dar un resultado
contrario –independientemente de su ganador– a la tradición fundacional del
sistema democrático, acaso ya entonces irreconocible.
§6 El
planteamiento histórico de la revolución bolivariana, apuntalado
sobre la decepción por la interrupción del progreso que prometió la democracia,
era también una obsesión con el conflicto heredada de su origen marxista.
Primero el desplazamiento de una clase política que lo encarnaba, y luego así
con todas las élites económicas y sociales, hasta su sustitución. No fue ese
desplazamiento el único elemento de conflicto de estas últimas dos décadas (las
demandas democráticas hacia una mayor igualdad alimentaron buena parte de sus
apoyos sociales en una primera etapa), pero mirado desde la perspectiva actual
parece la conclusión lógica de todo el proceso.
§7 Nos
encontramos en lo que he denominado la “Pax Bodegónica”, con la cual el consumo
conspicuo y la liberalización se asoman como un alivio ante la catástrofe generada
por las deficiencias gubernamentales y las externalidades no previstas de la
década pasada. Los rasgos de este fenómeno son una acelerada desregulación
informal de la vida económica, una significativa contracción del gasto público,
una mejora del abastecimiento de productos acompañada de una mayor desigualdad
en el acceso a esos productos, una relativa calma política y un desencanto
generalizado. El contexto de esta situación está tanto en la emergencia
humanitaria compleja como en la destrucción del aparato productivo interno, y
en la represión política vigente.
§8 La
realización de esta “paz”, que se modela en patrones de consumo económicos,
culturales y políticos superficiales, es una pesada sensación de descreimiento.
Si no se cree en el futuro, se mantiene la emigración, se mantiene la poca
inversión productiva, y se desvinculan los ciudadanos de su propósito común. Lo
que queda es un “cómo quedo yo ahí”, o la promoción de soluciones privadas a
problemas públicos. ¿No hay trabajo? Hago un microemprendimiento. ¿No hay
producción interna? Importo fruslerías a elevados precios. ¿No hay seguridad?
Cerco mi edificio y urbanización, y ando con escoltas. ¿No hay servicios
públicos regulares? Monto mi planta eléctrica y excavo un pozo que me dé agua,
aunque erosione los manantiales comunes. ¿No hay ágora? Hago catarsis sin orden
ni concierto en las redes sociales.
§9 Los
individuos que vivimos de la “Pax Bodegónica” hemos decidido, o acaso nos hemos
resignado, a renunciar a nuestra ciudadanía por un tiempo. El viejo consenso de
las libertades que definió largamente la causa contraria al autoritarismo, y
que consistía en defender las libertades políticas y sociales junto con las
libertades económicas frente al avance ideológico del chavismo, parece haber
sido abandonado. Ante la tenue expectativa de prosperidad económica, y la
creciente seguridad de estancamiento político, nos refugiamos en la ausencia
frente a lo público. Es sorprendente lo rápido que esta desilusión nos ha
corrompido.
§10 No
es imposible que este repliegue sea honesto, y hasta bienintencionado:
sobrevivir es el primer requisito para vivir en el futuro. Pero, ¿hasta qué
punto lo coyuntural pasará a volverse estructural? Revisemos los datos de la
juventud decepcionada con sus perspectivas futuras. ¿Cuántos creen que pueden
vivir a plenitud en el país de sus padres? ¿Cuántos desean emigrar? ¿Cuántos
creen en la democracia?
§11
Los protagonistas renovados de este sistema son lo que podemos llamar una
oligarquía. Sus gustos, sus modos, el origen de sus fortunas, el modo en que
forjan o penetran espacios previamente vedados, les define. Se puede discutir
si llegamos a la “Pax Bodegónica” por un diseño del sistema, o por un accidente
de la historia. Los datos que tenemos muestran un ocaso: las sanciones internacionales,
el cierre de mercados, la crisis del petróleo… Resulta más revelador tratar de
comprender cuál es el sentido de este proceso: el cálculo entre la pureza
ideológica y el mantenimiento del poder.
§12 No
estamos en una ilusión de armonía, sino en una armonía desilusionada. La
indiferencia por el futuro nos hace insistir en el presente, y esto muestra los
límites de la armonía real. Económica y materialmente, la crisis de
infraestructura limita la producción interna y el crecimiento orgánico, haciendo
que las burbujas de oferta con mínimo efecto multiplicador no puedan ser
correspondidas por la demanda. Políticamente, el desarrollo de intereses
disímiles dentro de las oligarquías en competencia, y la creciente amenaza de
grupos armados al amparo del caos territorial, retará la hegemonía
institucional. Socialmente, la desigualdad y el desencanto alimentarán el apoyo
a nuevos extremismos, cuando la expectativa de mejora superficial no se
materialice.
§13 La
“Pax Bodegónica” no puede ser entendida como una apertura, sino como las
concesiones, condicionales, desde el poder vigente. Concesiones que pueden ser
retiradas y que son frágiles, mantenidas en tanto sigan siendo funcionales al
propósito descrito. Sin Estado de derecho, sin división de poderes, sin control
territorial, sin seguridad ambiental ni alimentaria, sin capacidad de
capitalización, sin crecimiento significativo, y claro, sin libertades
políticas y económicas seguras, la aparente prosperidad es solo una ampliación
coyuntural de la oligarquía. Claramente no hay ya comunidad, pero tampoco hay
tan siquiera pluralismo.
§14 La
atención a estas carencias será, para el futuro inmediato, la causa de los que
procuren el bien común. Será la causa de la república.
Guillermo
Tell Aveledo
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