Américo Martín 28 de diciembre de 2021
Cuando
AD llega al poder pone a Andrés Eloy y Augusto Malavé Villalba a dirigir la
Asamblea Constituyente; presidente el primero, vicepresidente el segundo.
Estaba respondiendo a lo que se esperaba del “partido del pueblo”. Poesía,
humor, narrativa, teatro popular difundieron ampliamente esos tipos. Había un
natural regodeo en ver al sindicalista que cambiaba la “l” por la “r” ocupando
la vicepresidencia de la Cámara de Diputados. ¡El cojo Malavé en la curul donde
habían pontificado José Gil Fortoul y otras eminencias! Ciertos sectores de la
clase media se burlaban de los “alpargatudos”. Los adecos, imitando el estilo
de su fundador, convertían el agravio en virtud:
–
Sí, eso, “alpargatudos” somos ¡y lo seguiremos siendo!
En 1941 había nacido Acción Democrática. Casualmente, en la misma fecha Miguel Otero Silva fundó el periódico humorístico más popular y de mayor calidad que se hubiera leído hasta ese momento en Venezuela. Hablo del país donde habían brillado Leo y su Fantoches, Job Pim y antes Rafael Arvelo. Con Miguel estaban en El Morrocoy Azul excelentes humoristas y escritores: Kotepa Delgado, Aquiles y Aníbal Nazoa, Isaac Pardo, Víctor Simone de Lima y Andrés Eloy Blanco. ¡Un adeco de tan alto calibre trabajando en un instrumento periodístico fuertemente crítico y burlón, en su mayoría dominado por los comunistas! ¿Qué hacía Andrés Eloy en ese grupo? ¿Cómo se lo permitían los comunistas y los adecos?
Se lo
permitían porque los intelectuales de la época eran más tolerantes que sus
propios partidos, porque flotaban en el aire efluvios unitarios nacidos en la
lucha contra el gomecismo, y porque se trataba de gente de gran talento y el
talento de algún modo termina por ser reconocido y aceptado.
Simone
de Lima, por cierto, hizo famosa su tira cómica El Bachiller
Mujica. La evolución o involución de este personaje de ficción fue
llamativa. De Lima se inspiraba en los plumarios que les traducían las
barbaridades a sus jefes; en el caso de marras, el galleguiano general
Pernalete. El bachiller Mujica se las acomodaba a formas legales o leguleyas, como
se prefiera.
–
¡Mujiquita!
–
A sus órdenes mi general, respondía atemorizado y
derretido.
El
éxito de De Lima fue inmediato porque la administración gomecista y todas las
que lo han seguido, están repletas de estos pobres gusanos obsequiosos.
El
problema vino con el cambio de gobierno. De Lima se amistó con la dictadura y,
con la misma, el Bachiller Mujiquita se hizo más antiadeco. La involución no
extinguió la chispa de De Lima. En sus tiras cómicas, su Bachiller parodiaba a
Betancourt cual Bonaparte con una mano metida bajo el chaleco. ¡El Napoleón de
Guatire! lo llamaba.
Noticias
de los comunistas venezolanos
Alrededor
de 1947 supe por primera vez de la existencia del Partido Comunista. En mi
casa, como en la mayor parte del país, los comunistas eran pintados con
ferocidad y no obstante su candidato, Gustavo Machado, era recibido con
amabilidad y hasta simpatía. Su origen social, su distinción y gracia expresiva
podrían explicar la paradoja. En mi familia, en el barrio y en el Colegio Los
Caobos, los comunistas eran percibidos como una sombría amenaza que arrebataría
propiedades, disolvería el vínculo familiar y desgajaría a los niños de sus
padres. Nadie dudaba, por otra parte, que en un eventual conflicto EEUU y sus
aliados derrotarían al oso soviético. Pero escuchando las jactancias que, como
es natural, emitían los comunistas del mundo nos invadían las preocupaciones.
El tema rebotó inevitablemente en el colegio. Armando Benacerraf pensaba
en un resultado indeciso. Entre todos quisimos convencerlo, pero él, con una
sonrisa confiada decía que los rusos invitarían a los norteamericanos a ingresar
en su territorio:
–
Vengan, vengan, repetía reforzando las palabras con
movimientos de las manos. Entre el frío y los ataques por
sorpresa –insistía- se saldrán con la suya.
Él era
tan anticomunista como podíamos serlo nosotros, pero disfrutaba en el papel del
aguafiestas, dueño de secretos inalcanzables por sus ingenuos contradictores.
Tiempo después descubrí que en aquel debate parvulario, Armando estaba
reproduciendo la mala suerte de Napoleón Bonaparte. Seguramente su padre le
había proporcionado el argumento. El confiado emperador quería vencer al
enemigo con un solo golpe demoledor. Daba vueltas en el inmenso y helado
territorio buscando el corazón de Rusia para destruirlo, pero aquel país no
tenía un corazón sino muchos. Por ignorarlo, el emperador sufrió una
catastrófica derrota.
Américo
Martín
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