Paulina Gamus 19 de diciembre de 2021
Este
es mi último artículo de 2021. Le he dado muchas vueltas a la cabeza sobre el
tema a elegir porque decidí no hablar de nuestra situación política, social o
económica; no quisiera despedirme amargándole la vida a mis lectores.
La Navidad, es una festividad cristiana que invita a la paz y a la armonía y cristiana es la mayoría de quienes me leen. Por otra parte, con la llegada de un nuevo año siempre abrigamos esperanzas, aunque en el fondo estemos convencidos de que no hay ninguna o son muy pocas.
Es verdad
que para muchos 2021 fue un año horribilis, aunque no tanto como
2020. Al menos supimos a qué atenernos con la pandemia. Y como nunca antes,
esta vez agradecí ser ciudadana de un país infradesarrollado y además gobernado
por una dictadura no solo desalmada sino incompetente.
Me
explico: mientras en los países desarrollados hay movimientos antivacuna y
antimascarilla con dimensiones casi partidistas y muchos de carácter violento,
aquí toda la población clama por acceder a las vacunas que llegan por cuentagotas
y he visto mucha responsabilidad pública en el uso del tapabocas.
Sucedieron
hechos dolorosos como la desaparición de amigos casi todos coetáneos. Es
natural que los viejos mueran, pero así y todo no dejamos de lamentar en
especial dos muertes: Robert (Toby) Bottome y Armando Scannone. El primero, un
venezolano de adopción que amó como pocos a este país y aparte de banquero,
empresario y comunicador social, defensor apasionado de los derechos humanos.
Don
Armando que partió a los 99 años, fue –como le oí decir a una amiga– quien
vistió de frac a la cocina venezolana.
Otra
partida dolorosa, aunque no para el otro mundo, fue la de Angela Merkel como
canciller de Alemania. Pocas veces un jefe de Estado había recibido tantas
demostraciones de admiración y afecto por parte de su pueblo y por líderes de
todo el mundo civilizado (no estamos incluidos).
No sé
si esto que voy a decir es bueno, malo o, todo lo contrario: no solo Caracas
sino casi todo el país se llenó de bodegones y de unos hipermercados e
hiperfarmacias que nos han puesto a competir con Brasil en eso de ser O
maior do mundo. Según un estudio que leí recientemente, solo tres millones
de venezolanos tienen acceso a esos emporios.
El
resto, ya sabemos; pero voy a evadir la tentación de escribir en qué situación se
encuentran esos compatriotas y su ansiedad por escapar de su propio país aunque
sea para sufrir en otros.
A mi
familia (me incluyo) la llenó de admiración que la querida D. comprara –con sus
prestaciones– un viejo automóvil. D. es una empleada doméstica, vive en un
barrio de Petare al que a veces llega agua y de milagro tiene luz y gas.
D. no
sabe manejar pero aprenderá porque D. que tiene dos hijos menores que atender y
se levanta a las 5 am para empezar su jornada; hace hallacas, tortas y
piñatas para vender y además tapiza muebles. !Ah!, y como cocinera es gloriosa.
Nuestra admiración por D. la extiendo a todas las mujeres venezolanas que son
heroínas anónimas, que con o sin pandemia, con o sin luz, agua o gas, nadaron
todos los 365 días contra la corriente y pelearon contra las adversidades para
sacar adelante a sus hijos.
Tengo
especial afición por la noticias insólitas y las jocosas, por ejemplo el
concurso de belleza de camellos realizado en Arabia Saudita en el que fueron
descalificados 43 de los dromedarios concursantes por el uso de botox y
estiramentos faciales. Hasta leer esta noticia pensaba que la midorexia o manía
por conservarse joven, era una debilidad humana.
¿Pero
los camellos? La explicación es que mientras más alargadas tengan las pestañas
y más joven el rostro, su precio puede alcanzar millones de dólares.
Y para
concluir no quisiera que algunos gobernantes terminaran el año ilesos. Sin
entrar en sus desastrosas gestiones, recordaré la introducción de Paúl Tabori a
su libro Historia de la estupidez humana: «Nadie está libre de
decir estupideces, el problema es decirlas con énfasis». Con mucho énfasis las
dicen cada dos por tres Nicolás Maduro, Bolsonaro y López Obrador. Pero se le
pasó la mano a Xi Chiping, presidente de la llamada China continental, al decir
que su país es una democracia. Y causó el asombro de unos y las carcajadas de
otros, Boris Johnson, al introducir en un importante discurso al personaje de
comiquitas infantiles Peppa Pig y al compararse con el Moisés bíblico por sus
«10 mandamientos ambientales». Y pensar que en ese cargo estuvo Winston
Churchill.
Feliz
Navidad estimados lectores y que 2022 no sea peor que este que se va.
Paulina
Gamus
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