Carolina Espada 20 de diciembre de 2021
1-No
se aterre cuando llegue al consultorio y un mini Santaclós –ahorcado allá
arribita en el dintel– se encienda colorao y se carcajee en inglés electrónico:
“¡Jou, jou, jou!”. (Esto es sólo el comienzo del “Espíritu de la Navidad”).
2-Al
entrar diga algo así como “Mnns días…” (porque de “Buenos” no tienen nada) y
acuérdese de que en esta época hay que estar bien contentos porque sí, celebrar
obligados y gozar a juro.
3-No se tropiece con el morrocoy de la mamá del dentista que anda ahí atravesado comiéndose un titiaro. Su dueña se fue para Maturín a buscar el propio onoto para la masa y lo dejó encomendado y adornadito para las fiestas. Luce en el carapacho un nido de muérdago con una estrella de Belén y un velón rojo (apagado por razones de seguridad).
4-Júrele
a la secretaria de su odontólogo que la decoración le quedó soñada: el pinito
rosado-pelúo con los cepillitos de dientes guindando y, al pie, el montón de
cajitas de muestras médicas envueltas para regalo. Si no tiene nada piadoso que
decir sobre el Nacimiento, mejor no diga nada. (Sí… la mula es más grande que
la Virgen María y el buey parece un acure con cachitos, ¿qué se le va a
hacer?).
5-No
diga una blasfemia cuando caiga en cuenta de que se le descargó el celular.
Recuerde que hay cosas peores. En serio.
6-Síentese
ahí resignado a esperar –adolorido y anticipando el suplicio de un tratamiento
de conducto– y mueva la patica, tamborilee los dedos, consulte su reloj cada
tres segundos, pero –por su vida– no se quede absolutamente inmóvil y tibetano.
Esto puede poner mucho más nerviosos a los demás (im)pacientes.
7-Dele
gracias al Señor porque su dentista no es maracucho. Está Usted en uno de los
escasos lugares del territorio nacional en donde no lo aturden con el
tucu-tutucu-tutucu de las gaitas. En el “hilo musical” de la clínica no hay
“Negrito Fullero”, ni “María la Bollera”, ni “Grey
Zuliana-cual-rosario-popular”. Puro “Jingle bells” soso y pasmao. Eso lo calma.
Lo aburre. Lo duerme. (Hay Dios, que no es lo mismo que “¡Ay, Dios!”).
8-No
caiga en provocaciones. No se meta en la discusión que la señora del puente
roto y la gordita de la extracción del canino han prendido: “¡¿Qué es eso de
ponerle garbanzo a una hallaca?! ¿Ese pepero!?”. “¡Con garbanzo es que es y no
con ciruela pasa!”. (Total, usted, esa bola de maíz machacado, con ese
mondoguero adentro y, para colmo, envuelta en aquel pedazo de mata, amarrada
con esa cabuya y chorreando agua hirviente… usted no come de eso).
9-Tenga
el gel antibacterial a mano e intente hojear las revistas antes de que terminen
de desintegrarse en la mesita. La más reciente es de 2001 (con el crucigrama
rellenadito y la receta de cocina arrancada) y, como veinte años son una pelusa
de ceiba, agarre datos que la moda está igualita. No deje de leerse la
entrevista que le hicieron a una Miss titulada: “Mi primer amor y más grande
amor fue, y sigue siendo, el Niño Jesús”, y el reportaje: “¿En dónde fallamos?
Nuestra hijita le dice Mamá al televisor”.
10-Rechace
con gentileza la copita de ponche crema que le ofrece la asistente del doctor.
No le salga de atrás pa´lante con una grosería a esta pobre niña, ahí, con su
gorrito de gnomo ayudante de San Nicolás, su mascarilla estampada con
galleticas de jengibre y bastoncitos de peppermint, y sus
boticas con cascabeles. Clin-clin-clin. Relea el punto # 2 y no olvide que en
diciembre todo es nochedepaz, nochedamor, y hay que ver qué tiernos somos y lo
mucho que nos queremos y venga un abrazo, mi hermano, y qué importa la
distancia social.
11-No
permita que le sobrevenga la náusea al pasar al baño y ver la poceta forrada de
fieltro verde, con faralaos rojos y cintas y lazos dorados. Resígnese con el
papel tualé: es importado y por eso tiene muñequitos de nieve y venados con
trineo. Recuerde que usted está pagando por eso. En dólares.
12-Sonría
por no llorar cuando, una vez reclinado en el potro de torturas, su odontólogo
le ponga algodón en los carrillos; un aro metálico alrededor de la muela
impactada por el turrón de Alicante; una especie de tiendita de campaña de goma
que aísla la pieza; el tubito aspirador en forma de interrogación enganchado en
la comisura; el espejito y el explorador incrustados en el paladar; el taladro
martirizante en pleno diente, y le pregunte efusivo: “Y, bueno… ¡¿qué has
estado haciendo en estas vacaciones?!”.
13-Cuando
ya no haya marcha atrás, cuando su especialista lo penetre con esas varillitas
atormentantes y comience a removerle el nervio de lo más profundo, íntimo y
privado de su ser… entréguese… entréguese completico… (¿Qué más le queda?).
Piense en todas las clases de entregas que usted conoce: la de las madres y los
hijos, la de los Reyes Magos, la de los amantes y hasta la de los carteros y,
quizá, a lo mejor, tal vez, quien sabe, de repente y tal, descubra en las
entretelas de su corazoncito (porque usted también tiene uno) un sentimiento
desesperado como de amapuche y besito; ¿y te acuerdas de los patines Winchester
y la llave que uno se la colgaba al cuello con un pabilo?; ¿y si yo te presto
mi G.I.Joe, tú me prestas tu bicicleta nueva?; y las parrandas que se armaban
en la cuadra con aquello de “Tucusito, tucusito”; y coye, vale, tú sí que eres,
regálame un saltaperico. Entonces, poseído por esa sensación inesperada, que no
le dé pena querer desearle a todo el mundo –de verdaíta– una Feliz Navidad y un
Año Nuevo… algo mejor.
Carolina
Espada
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