Opus Dei 18 de noviembre de 2021
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Comentario
del domingo de la 4.ª semana de Adviento. “Marchó deprisa a la montaña”.
Tratemos nosotros también de cumplir “deprisa” nuestros deberes ordinarios, sin
dejarnos llevar por la pereza, como muestra de nuestro amor a Dios y a los
demás.
Evangelio
(Lc 1, 39-45)
Por
aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de
Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando oyó Isabel el
saludo de María, el niño saltó en su seno e Isabel quedó llena del Espíritu
Santo; y exclamando en voz alta, dijo:
—Bendita
tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto
bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu
saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú, que
has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del
Señor.
Comentario
En el
Evangelio de san Lucas, la Visitación sigue inmediatamente a la Anunciación,
por la simple razón de que así sucedieron las cosas en la realidad. Ciertos
comentadores hacen notar que probablemente la Virgen María ha intuido en el
saludo de San Gabriel una invitación a atender a su pariente Isabel. “Y ahí
tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un
hijo, y la que llamaban estéril está ya en el sexto mes” (Lc 1, 36). Su
explicación parece convincente, y en la decisión de María tenemos sin duda
materia más que suficiente para meditar sobre el espíritu de servicio.
Sin
embargo, no es esa la dirección que vamos a tomar en nuestro comentario. Más
bien, nos vamos a fijar en el adverbio “deprisa”, traducción castellana de la
expresión latina “cum festinatione”. ¿Por qué razón hacemos las cosas
“deprisa”, es decir sin demora? La más poderosa es ciertamente el amor o el
cariño. Cuando se quiere de veras a alguien, se hacen las cosas que se refieren
a él “deprisa”, sin dejarse dominar por la pereza. En cambio, un amor o un
cariño “tibios” invocan cualquier pretexto para retrasar todo lo que exige un
esfuerzo.
En
nuestra meditación, puede ser útil que nos pongamos en el lugar de la Virgen
María, para entender así mejor su manera de actuar. ¿Qué acaba de suceder? San
Gabriel le ha comunicado la noticia más asombrosa de toda la historia humana:
que la Encarnación prometida por Dios y anunciada por los profetas va a
realizarse, si ella está de acuerdo. Y al responder “fiat mihi”, “Verbum caro
factum est”, el Verbo se hizo carne en sus entrañas purísimas. Si pensamos en
nosotros ¿cuál es nuestra tendencia al enterarnos de una buena noticia, algo
bueno que deseábamos desde hacía mucho tiempo? En general, aislarnos más o
menos, para saborear a fondo lo que se nos ha dicho. ¿Qué hizo nuestra Madre?:
“se levantó y marchó deprisa a la montaña” (Lc 1, 39).
“Marchar”,
o sus sinónimos, es un verbo muy presente en la Santa Escritura, porque Dios en
su bondad infinita nos pide a menudo que nos movamos, que “marchemos” aquí o
allá, para servirle, para ser útiles en los cometidos que ha previsto en sus
planes eternos y que nos da a conocer por el conducto reglamentario. En ese
sentido, “instalarse” es el verbo opuesto a “marchar”. Por esta razón, la tendencia
a instalarse, una cierta dificultad para superar la pereza, son signos bastante
claros de la existencia en nosotros de la tibieza, al menos en algunos ámbitos
de nuestra vida.
Para
preparar bien la gran fiesta de Navidad, y para prepararnos nosotros mismos
bien, sería bueno que en los días próximos pensásemos mucho en nuestra Madre
del Cielo. Porque su amor y su celo son la antítesis de cualquier tibieza. Ésta
consiste con frecuencia en seguir al Señor “de lejos”, como San Pedro en la
noche del Jueves Santo (cfr. Mt 26, 58). En cambio, sabemos que en la Virgen
María “Dominus tecum”, “el Señor está contigo”, no a distancia, ni lejos. Al
mismo tiempo, el tibio tiene en general un gran vacío interior. En cambio,
nuestra Madre es “gratia plena”, “llena de gracia”, sin lugar alguno para
cualquier especie de vacío. Se compara también a la tibieza a un fuego que se
está apagando, porque no se le alimenta bien. En cambio, el corazón de la
Virgen está en llamas, con un amor de una fuerza impresionante. Por estas razones,
y sin duda por muchas más, “se levantó y marchó deprisa a la montaña”, para
servir y cumplir así la voluntad de Dios.
¿Qué
propósito podríamos hacer en este cuarto domingo de Adviento, cuando sólo
faltan algunos días para Navidad? Tratar de hacer las cosas previstas
“deprisa”, “cum festinatione”, sobre todo el cumplimiento de nuestros deberes
ordinarios, como muestra de nuestro amor a Dios y a los demás. Y si nos damos
cuenta de que ciertas zonas de nuestra vida se han enfriado, pensemos en el punto
siguiente de “Camino” (492): “El amor a nuestra Madre será soplo que encienda
en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu
tibieza”.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/2021-12-19/
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