Luís Ugalde, SJ 16 de diciembre de 2021
Navidad
en Venezuela es a primera vista renovación, estreno de vestido y despedida del
año viejo cantando las esperanzas del amanecer en un abrazo familiar
emocionado. Nadie renuncia a celebrarla incluso en estas trágicas
circunstancias con millones de familias separadas por el exilio y derrotadas
por el hambre.
¿Navidad
sin esperanza?
Para
los católicos la esperanza cristiana de la Navidad es “Dios con nosotros”, a
prueba de catástrofes y de guerras.
Los humanos somos animales descentrados en búsqueda de nuestra identidad tratando de llegar a “ser como dioses”. En esa búsqueda, la humanidad con sus éxitos y aspiraciones ilimitadas construye “torres de Babel” para alcanzar el cielo. Algunas son torres antiguas y otras modernas, como la tierra feliz de “libertad, igualdad y fraternidad” anunciada por la Revolución Francesa. ¿Qué más paraíso que ese? Pero pronto, en lugar del prometido cielo la industrialización implantó el nuevo poder y dominación: con la transformación y acumulación económica sin ética, la vanguardia de la humanidad amanecía dividida y destruida, con la mayoría con trabajo alienado y vida infrahumana en la miseria.
Frente
al frustrado paraíso capitalista de “individualismo posesivo”, la racionalidad
de leyes instrumentales prometió la revolución definitiva con nuestra plenitud
soñada gracias a un “socialismo científico” que abre la puerta al paraíso en la
tierra, con abundancia sin límites y fraternidad sin mío ni tuyo que divide.
Torre de ilusión de dios absoluto opresor con poder y dominio y cientos de
millones en miseria y con libertad ahogada. Este grandioso sistema se derrumbó
desde dentro por la falta de humanidad y por la libertad asfixiada. Sin ataque
armado externo, implosionaron el Muro de Berlín y las alambradas de la “Cortina
de Hierro”. Frente a los dioses prepotentes (religiosos o no), la Navidad nos
hace humanos, porque es “Dios con nosotros” en la debilidad y la ternura de un
Niño que activa en nosotros lo más divino que es el amor; adorarlo significa
liberarnos del poder y del dominio y dar la vida en lugar de quitarla. Ese Niño
nos revela que no hay paraíso en la tierra, ni reino sin mal, pero que caminar
en fraternidad hacia el horizonte de plenitud no es una ilusión condenada al
cementerio de la nada, tras unas décadas de vida y sueños. Porque el Amor es
más fuerte que la muerte y la vence. El Niño de Belén nos abre los ojos del
corazón y nos invita a recibirlo con el corazón abierto. Así experimentamos que
de verdad Dios-Amor está dentro de nosotros y actúa con una poderosa fuerza
desarmada, más fuerte que los medios de la racionalidad instrumental.
La primera
carta del apóstol Juan define el milagro de la Navidad siempre recreado en
nuestra vida: “A Dios nunca lo ha visto nadie; si nos amamos unos a otros, Dios
permanece en nosotros” (1 Juan 4,12). “Dios es amor: quien conserva el amor
permanece con Dios y Dios con él” (1 Juan 4,16). Jesús nos muestra que verlo a
él es ver al Padre y que amar de veras es dar la vida para que el amigo viva.
Esa humanidad que ama sin fronteras es la creadora de vida y de civilización
humanizadora, dominando y convirtiendo en instrumentos a los dioses del poder y
del “individualismo posesivo”.
“De
las espadas forjarán arados” (Isaías. 2,4)
La
Iglesia católica nos invita a realizar un camino de esperanza en los cuatro
domingos de Adviento que preceden a la Navidad. Los cristianos recibimos del
pueblo de Israel esa permanente esperanza que camina hacia “Dios con nosotros”,
siempre presente y siempre más allá. Los profetas de Israel anuncian y Jesús
ratifica siglos después los signos de la presencia de Dios y esperanza en nuestro
caminar con Él: “abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos,
compartir con el hambriento, hospedar al pobre sin techo, vestir al desnudo y
no despreocuparte de tu hermano (...) Entonces llamarás al Señor y te
responderá; pedirás auxilio y te dirá: aquí estoy” (Is. 58,6-10).
Venezuela
tiene que nacer de nuevo desde el pobre, desde la esperanza de la Navidad,
desde el “Dios con nosotros”, ese Niño que nace en la orilla de la ciudad en un
refugio para animales. En esta terrible tragedia nacional con el pueblo en la
indigencia y el Estado saqueado e instituciones desmanteladas, también la
Fuerza Armada está llamada a renacer en sí y en el corazón del pueblo, forjando
arados de las espadas, escuelas de los tanques y transformando las bombas en computadoras
y los cuarteles en centros de digitalización y de oficios, para que centenares
de miles de jóvenes regresen a sus casas listos para defender a su país como
sembradores y productores. Para eso es necesario cambiar a ambos lados de la
frontera, de manera que entre Colombia y Venezuela cesen los insultos y
amenazas mutuas, y fluyan la vida, la hermandad y el intercambio productivo.
Los cuarteles han de ser la mejor escuela de paz, de reconciliación y de
aprendizaje de oficios, porque es la mejor defensa del país. Forjadores de
jóvenes convertidos en ciudadanos potenciados para ser productores. Es el mejor
equipamiento para el ejército libertador de hoy y para la dignidad de los
pobres de Venezuela. “No alzarán la espada pueblo contra pueblo, ya no se
adiestrarán para la guerra” (Isaías2, 4).
Navidad
2021 es renovación interior, reconciliación y abrazo. El Niño que nace en
Belén, “Dios con nosotros”, nos lleva a construir el “nos-otros”, reconociendo
al otro, afirmando su dignidad y deseando su regreso del destierro y su salida
de la cárcel. Pasar de la muerte a la vida, de la democracia solidaria y
pacífica, desterrando el odio.
Esperanza
navideña no es espera inactiva atrincherados en la lamentación y exigiendo que
el otro cambie. En ese Niño que nace descubrimos el camino, la verdad y la vida
y nos reconocemos y abrazamos unos con otros.
¡Feliz y bendecida Navidad!
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