Julio Castillo Sagarzazu 04 de febrero de 2022
En el
imaginario colectivo está anclada la idea de acuerdo con la cual, las revoluciones
y los cambios de régimen han sido el resultado de actos extraordinarios que,
han resuelto en un día, contradicciones de siglos anteriores. Todo esto tiene
que ver con la épica que, normalmente y a posteriori, los vencedores y sus
propagandistas han desparramado sobre la opinión pública.
Así
las cosas, pensamos que la Revolución Francesa comenzó con la Toma de La
Bastilla y la rusa con la Toma del Palacio de Invierno.
Nada más lejano de la verdad. Cuando esos dos acontecimientos tuvieron lugar ya habían ocurrido profundas transformaciones económicas, sociales y culturales en esas sociedades. La Francia de Luis XVI estaba dominada culturalmente, en sus clases intelectuales, por las ideas de la Ilustración. El poder económico ya no estaba en manos de la monarquía y la aristocracia. La corte de Versalles era un sindicato de manganzones y parásitos que no producían nada. Las posesiones feudales habían sido vaciadas por los siervos de la gleba que se fueron a las ciudades, aprendieron oficios y, con la plática ganada, devinieron en burguesía de comerciantes y banqueros que terminaron prestándole dinero al propio rey y empeñando las joyas de los aristócratas arruinados.
Esta
clase insurgente no fue la que asalto la Bastilla, pero fue la que creo y
patrocinó universidades; creo asociaciones de oficios; se juntó con sus pares
de toda Europa y crearon Ligas de comerciantes y finanzas globalizando la
economía de la época. Con todo este proceso, ganaron la batalla cultural de
aquella sociedad y aquel momento histórico (Todo ocurrió cientos de años antes
de que Gramsci postulara esta estrategia para que los comunistas tomaran el
poder)
En
Rusia ocurrió otro tanto. Sus élites instruidas (la mayoría de ellas desde el
exilio) fueron postulando las ideas y creando los partidos que provocaron en
1905 la primera irrupción contra el régimen de los zares. Luego, desarticulada
por la guerra, aquella sociedad gobernada por una dinastía de siglos de pericia
y acumulación de poder, terminó cayendo en un proceso gradual desde aquel
“domingo sangriento” en 1905 hasta 1917, cuando un regimiento de cosacos
apostados frente al Palacio de Invierno resolvieron, sin autorización del
Soviet de Petrogrado, entrar sin conseguir resistencia alguna. El palacio, por
cierto, estaba resguardado por un regimiento femenino de la guardia zaristas
con quienes terminaron confraternizando y bebiendo te, alrededor de un humeante
samovar.
En la
historia ciertamente ocurre irrupciones y cambios radicales de régimen, como
los que resultaron de los acontecimientos que acabamos de citar, pero lo
relevante es que estas transformaciones son el resultado de procesos de
acumulación de fuerzas de los grupos insurgentes que suelen pasar por momentos
de flujo y reflujo y de desarrollos irregulares y a veces imprevistos.
Lo
cierto del caso es que las sociedades siempre combinan estos picos de
insurgencia con tiempos de “normalización”. Todo esto es el reflejo lejano de
lo que ocurre en la naturaleza y en el propio cuerpo humano. En la naturaleza,
los procesos de irrupción (los volcanes, por ejemplo) los choques de grandes
cuerpos celestes y los mega cataclismos son seguidos por largos periodos de
relativa calma. Los cambios geológicos documentados, así lo demuestran.
En la
fisiología humana ocurre otro tanto. La vida está asociada al proceso de
división celular y de desencadenamiento de tormentas bioquímicas. No obstante,
esta frenética actividad, consigue el momento para que las células colaboren
entre sí para formar los tejidos y los tejidos a los órganos para que se
cumplan las funciones vitales.
Si
estas ideas las aplicamos (con cierta dosis de arbitrariedad, obviamente) a lo
que ocurre hoy en Venezuela, podríamos afirmar que luego de la irrupción social
de los años del 2013 al 2019, el país que no logró su Toma de la Bastilla o su
alto al Palacio de Invierno, ha entrado, sin duda en un periodo de relativa
“normalización” (comillas exprofeso para evitar la lapidación de quienes van a decir
que Venezuela no se ha arreglado. Afirmación con la que estoy de acuerdo.
Aprovecho, incluso, para declarar que bajo la aparente quietud, duerme el
monstruo de una espantosa realidad social)
En
realidad para lo que nos interesa esta temeraria afirmación es para poner en
evidencia lo que pensamos es el modelo por el que está apostando el régimen y
sobre cómo podríamos (con las reglas del Jiu Jitsu) aprovechar lo que ocurre
para hacer avanzar el cambio y el rescate de la democracia y la libertad.
Veamos:
En notas anteriores hemos manifestado que la burbuja (con sus dosis de
dolarización y expansión del consumo para ciertos grupos) al contrario de sea
un desencadenante de adormecimiento social, puede ser aprovechado precisamente
para lo contrario. Dicho en otras palabras, deshacerse de la esclavitud de la
bolsa CLAP, del bono de la patria y las limosnas organizadas, ha representado
la conquista de parcelas de libertad individual que pueden tener su correlato
político si se hace lo adecuado para que esto ocurra.
Otro
elemento importante a considerar, en esta línea, es que el régimen chavista y
el madurista no han tenido éxito en crear lo que los clásicos llamaban “una
clase dominante”. El enraizamiento de la boli burguesía con la estructura
económica del país es endeble y frágil. Los negocios a los que están vinculados
estos sectores, aparte de opacos, son de efímera existencia: Importaciones
desenfrenadas; explotación ilegal de minerales; tráfico de gasolina;
contrabando de extracción etc.
Su
formación como élite social está muy lejos también de lo que ha sido la
conducta universal de quienes se preparan para dominar a largo plazo. Las
elites suelen formar a sus hijos, estimulan la academia, se hacen rodear de
artistas e intelectuales que les ayuden a crear una cultura de largo aliento.
En Venezuela, el nuevoriquismo ha producido una casta de gente cuyo fin
cultural más importante es demostrar cómo le sobra el dinero.
El mal
gusto de los barrigones con guayas de oro en las cubiertas de los yates; las
filas de Ferraris en los lugares de lujo; la estética “kitsch” de los
Guaicaipuros de latón, así lo atestiguan. Sus hijos no están en las mejores
universidades de Europa y los Estados Unidos formándose para dirigir el país,
sino gastando la plata mal habida de los padres.
Con
todo, esta burbuja de relativa “normalización” no ha conducido a un
afianzamiento popular de Maduro. Todo lo contrario, incluso las encuestas que
revelan un crecimiento sostenido de gente que opina que su situación económica
ha mejorado, no revela un correlato de popularidad hacia el régimen.
Esto
último no es un dato menor. Es la prueba elocuente de que es necesario
aprovechar este momento para cumplir las tareas importantes en las que las
fuerzas democráticas venezolanas deberían estar ocupadas.
En ese
sentido hoy se debería estar trabajando en poner orden en la casa:
1) En
rescatar la credibilidad de la dirección política opositora para que vuelva a
entusiasmar. Para ello es imprescindible que se opera un profundo balance
crítico de la actuación (hasta que duela); una reorganización de las
estructuras y un remozamiento del pensamiento.
2)
Prepararse para el próximo desafío político visible y previsible (los
imprevisibles suelen agarrar a todas las vanguardias sin pañuelo para el
catarro) que son unas eventuales elecciones en 2024. Para ello, las estructuras
remozadas deberán ponerse a trabajar para lograr una plataforma y un candidato
unitario
3) Ir
preparando la narrativa del país que se sueña (el Proyecto País es un capital
semilla)
4)
Trabajar como aconseja Gramsci, en el liderazgo cultural del país. No entendido
como el intelectual o artístico, que también, sino en el que representan
millones de compatriotas que desarrollan iniciativas concretas y tienen
contacto concreto con gente de carne y hueso. Una profunda tarea de “Scouting”
es necesaria para ubicar las iniciativas, las dotes de líder de miles de esos
venezolanos que andan en la búsqueda de una dirección unitaria y de una suerte
de “estado mayor” que indique hacia dónde y cómo llegamos a la Tierra Prometida
del fin de esta pesadilla.
Eso es
lo que voluntariamente podemos decidir. La historia, caprichosa siempre, puede
tenernos deparadas otras sorpresas. Si estas llegan, es mejor tener partidos
fuertes y fuertes lazos con la gente para no equivocarse en la coyuntura, pero
si esos acontecimientos no ocurren hay que ponerse a trabajar en lo previsible
y en lo que tiene fecha fija.
Dos
años en Venezuela no son mucho tiempo. ¡Manos a la obra!
Julio
Castillo Sagarzazu
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