Opus Dei 07 de mayo de 2022
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Comentario
del 4.º Domingo de Pascua (ciclo C). “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las
conozco y me siguen”. Nuestra vida está totalmente segura en las manos de Jesús
y del Padre. Refugiémonos en su inmensa ternura y en su infinita misericordia.
Evangelio
(Jn 10,27-30)
En
aquel tiempo dijo Jesús:
Mis
ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no
perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las dio, es
mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre
somos uno.
Comentario
El
cuarto domingo de Pascua es conocido como el “domingo del Buen Pastor”. El
evangelio de este día contiene en todos los ciclos litúrgicos alguna parte del
pasaje de Juan 10,1-30, un conjunto de discursos de Jesús en torno a la imagen
del pastor y las ovejas. En el pasaje de este domingo Jesús se refiere a la
protección que Dios ejerce sobre los hombres que se acogen a Él.
La
imagen del pastor y las ovejas tiene mucha raigambre bíblica. Personajes
importantes de la historia de Israel fueron pastores. Así por ejemplo Abel (Gn
4,2), Moisés (Ex 3,1ss.) o David (1 S 16,11-13). El propio David y sus
descendientes serían, como lo fue Josué (Nm 27, 17 s.), pastores de su pueblo.
Sin embargo, es a Dios a quien se atribuye muchas veces la función del pastor
que cuida de “sus ovejas” los hombres (cfr. Gn 49,15; Is 40,11; Ez 34,5; Sal
23,1; Si 18,13).
El
hecho de que los discursos de Jesús sobre el buen pastor sean presentados
durante la Pascua tiene por tanto un significado muy profundo que, como
explicaba Benedicto XVI, “nos conduce inmediatamente al centro, al culmen de la
revelación de Dios como pastor de su pueblo; este centro y culmen es Jesús,
precisamente Jesús que muere en la cruz y resucita del sepulcro al tercer día,
resucita con toda su humanidad, y de este modo nos involucra, a cada hombre, en
su paso de la muerte a la vida”[1].
El
evangelio según san Juan señala que Jesús pronunció las palabras de este
domingo durante la fiesta judía de la Dedicación del Templo. Esta fiesta
conmemoraba la purificación del lugar y la dedicación del altar de los
sacrificios durante la época de los macabeos, quienes fortificaron las murallas
para proteger el recinto sagrado de profanaciones similares a la que hizo
Antíoco IV Epífanes (cfr. I Ma 4,52-61 y 2 Ma 10,1-9). Jesús se encontraba
además en llamado pórtico de Salomón. Quizá este recinto amurallado y de recias
columnas justifique la referencia que hace Jesús a la protección que ejerce
sobre sus ovejas.
Como
señalaba el Papa Francisco, las palabras de Jesús de este domingo “nos
comunican un sentido de absoluta seguridad y de inmensa ternura. Nuestra vida
está totalmente segura en las manos de Jesús y del Padre, que son una sola
cosa: un único amor, una única misericordia, reveladas de una vez y para
siempre en el sacrificio de la cruz (…). Por esto no tenemos más miedo: nuestra
vida ya se ha salvado de la perdición. Nada ni nadie podrá arrancarnos de las
manos de Jesús, porque nada ni nadie puede vencer su amor. ¡El amor de Jesús es
invencible!”[2].
Esta
intimidad protectora de Jesús con sus ovejas nos llevará también a vivir con
gran esperanza nuestra vida y nuestra lucha por agradar a Dios. San Josemaría
lo explicaba así: “la virtud de la esperanza —seguridad de que Dios nos
gobierna con su providente omnipotencia, que nos da los medios necesarios— nos
habla de esa continua bondad del Señor con los hombres, contigo, conmigo,
siempre dispuesto a oírnos, porque jamás se cansa de escuchar. Le interesan tus
alegrías, tus éxitos, tu amor, y también tus apuros, tu dolor, tus fracasos.
Por eso, no esperes en El sólo cuando tropieces con tu debilidad; dirígete a tu
Padre del Cielo en las circunstancias favorables y en las adversas, acogiéndote
a su misericordiosa protección. Y la certeza de nuestra nulidad personal —no se
requiere una gran humildad para reconocer esta realidad: somos una auténtica multitud
de ceros— se trocará en una fortaleza irresistible, porque a la izquierda de
nuestro yo estará Cristo, y ¡qué cifra inconmensurable resulta!: el
Señor es mi fortaleza y mi refugio, ¿a quién temeré?” [3].
[1] Benedicto
XVI, Homilía, 29 de abril de 2012.
[2] Papa
Francisco, Regina Coeli, 17 de abril de 2016.
[3] San
Josemaría, Amigos de Dios, n. 218.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-es/gospel/2022-05-08/
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