Francisco Fernández-Carvajal 03 de mayo de 2022
@hablarcondios
—
Pureza de intención y presencia de Dios. Actuar de cara a Dios.
—
Vigilantes ante las alabanzas y elogios. «Para Dios toda la gloria».
Rectificar.
—
Examinar los motivos que mueven nuestras acciones. Omisiones en el apostolado
por falta de rectitud de intención.
I. La
vida de los primeros fieles y su testimonio en el mundo nos dan a conocer su
temple y valentía. No tenían como norma de conducta aquello que era más fácil o
más cómodo o más popular, sino el cumplimiento acabado de la voluntad de Dios.
«No hacían caso de los peligros de la muerte (...), ni de su pequeño número, ni
de la multitud de sus contrarios, ni del poder, fuerza y sabiduría de sus enemigos;
porque tenían fuerzas mayores que todo eso: el poder de Aquel que había muerto
en la Cruz y había resucitado»1.
Tenían la mirada fija en Cristo, que dio su vida por todos los hombres. No
buscaban su gloria personal ni el aplauso de sus conciudadanos. Actuaban con
rectitud de intención, con la mirada puesta en su Señor. Esto es lo que permite
decir a San Esteban en el momento de su martirio: Señor, no les tengas en
cuenta su pecado2,
como leemos en la Misa de hoy.
La intención es recta cuando Cristo es el fin y el motivo de nuestras acciones. «La pureza de intenciones no es más que presencia de Dios: Dios nuestro Señor está presente en todas nuestras intenciones. ¡Qué libre estará nuestro corazón de todo impedimento terrenal, qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo reine de verdad en el mundo de nuestra intimidad y presida toda nuestra intención!»3.
Por el
contrario, quien busca la aprobación ajena y el aplauso de los demás puede
llegar a deformar la propia conciencia: Se puede entonces tomar como criterio
de actuación «el qué dirán» y no la voluntad de Dios. La preocupación por la
opinión de los demás podría transformarse en miedo al ambiente; se llegaría
fácilmente entonces a neutralizar la actividad apostólica de los cristianos,
quienes «han tomado sobre sí una tarea urgente que han de cumplir en la tierra»4:
la evangelización del mundo.
En
ocasiones, por no desentonar con el ambiente, se comienza con facilidad a no
ser del todo coherente con los principios. Se cae en la tentación de inclinarse
hacia el lado en que es más fácil recoger sonrisas y cumplidos, o, en el mejor
de los casos, del lado de la mediocridad. Es lo que ocurrió con los fariseos.
«Ella (la vanagloria y la cobardía) fue la que los apartó de Dios; ella les
hizo buscar otro teatro para sus luchas, y esto los perdió. Porque como se
procura agradar a los espectadores que cada uno tiene, según los espectadores,
tales son los combates que se realizan»5.
Por el contrario, el que busca de verdad a Cristo ha de saber que su conducta
–sobre todo si su vida se desarrolla en un medio poco cristiano– será impopular
y combatida en muchas ocasiones.
Debemos
procurar, en primer lugar, en nuestras actuaciones, agradar a Cristo. Si
aún buscara agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo6.
Y el mismo San Pablo replicaba así a algunos fieles de Corinto que criticaban
su apostolado: En cuanto a mí, muy poco se me da ser juzgado por
vosotros o por cualquier otro tribunal, que ni aun a mí mismo me juzgo... Quien
me juzga es el Señor7.
Los juicios
humanos son a menudo errados y poco fiables. Solo Dios puede juzgar nuestras
acciones y también nuestras intenciones. «Entre las sorpresas que nos esperan
en el día del juicio, no será la menor el silencio que el Señor guardará sobre
aquellas de nuestras acciones que nos valieron los aplausos de nuestros
semejantes (...). En cambio, puede suceder que haya inscrito en nuestro activo
algunas acciones que nos hayan atraído críticas, censuras (...). Nuestro juez
es el Señor. Y a Él es a quien hemos de agradar»8.
Preguntémonos muchas veces al día: ¿hago en este momento lo que debo?, ¿busco
la gloria de Dios, o la propia vanidad, el quedar bien? Si somos sinceros en
esas ocasiones, tendremos luz para rectificar la intención, si fuera necesario,
y dirigirla al Señor.
II. Una
mala intención destruye las mejores acciones; la obra puede estar bien hecha,
incluso ser beneficiosa, pero, por estar corrompida en su fuente, pierde todo
su valor a los ojos de Dios. La vanidad o el buscarse a uno mismo puede
destruir, a veces totalmente, lo que podría haber sido una obra de santidad.
Sin rectitud de intención equivocamos el camino.
En
algunas ocasiones el recibir un pequeño elogio es un signo de amistad y puede
ayudarnos en el camino del bien. Pero debemos dirigirlo con sencillez al Señor;
además, una cosa es recibir un elogio, una señal de ser bien recibidos, y otra,
el buscarlo. Y siempre hemos de estar atentos y vigilantes ante las alabanzas,
pues «muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el
halago de los aplausos humanos, se desvía (...), encontrando así mayor placer
en ser llamada dichosa que en serlo realmente (...). Y aquello que había de
serle motivo de alabanza a Dios se le convierte en causa de separación»9.
El
Señor señala en diversas ocasiones el pago de las buenas obras hechas sin
rectitud de intención: ya recibieron su recompensa, dice
refiriéndose a los fariseos que buscaban el ser alabados y considerados. Se ha
obtenido lo que se había buscado: una mirada de aprobación, un gesto
admirativo, una palabra elogiosa. Y de todo eso quedará solo humo en muy poco
tiempo: nada para la eternidad. ¡Qué fracaso haber perdido tanto por tan poco!
Dios recibe nuestras acciones –aunque sean pequeñas– si las hemos ofrecido con
intención pura: hacedlo todo para la gloria de Dios10,
nos aconseja San Pablo. Las dos pequeñas monedas que aquella pobre viuda echó
en el cepillo del Templo11,
se convirtieron en un gran tesoro en el Cielo.
El
Señor contempla nuestra vida y tiene cada día la mano extendida para ver qué le
ofrecemos: acepta aquello que verdaderamente hacemos por Él. De lo demás ya
recibimos nuestra triste recompensa aquí abajo. «Pureza de intención. —Las
sugestiones de la soberbia y los ímpetus de la carne los conocemos pronto... y
peleas y, con la gracia, vences.
»Pero
los motivos que te llevan a obrar, aun en las acciones más santas, no te
parecen claros... y sientes una voz allá dentro que te hace ver razones
humanas..., con tal sutileza, que se infiltra en tu alma la intranquilidad de
pensar que no trabajas como debes hacerlo —por puro Amor, sola y exclusivamente
por dar a Dios toda su gloria.
»Reacciona
enseguida cada vez y di: “Señor, para mí nada quiero. —Todo para tu gloria y
por Amor”»12.
Qué
estupenda jaculatoria para repetirla muchas veces: «Señor, para mí nada quiero.
—Todo para tu gloria y por Amor». Nos ayudará a vivir el desprendimiento de
tantas cosas y a rectificar la intención en muchas ocasiones.
III. Para
ser personas de intención recta es conveniente examinar los motivos que mueven
nuestras acciones: considerar en la presencia de Dios lo que nos induce a
comportarnos de una manera o de otra, lo que nos lleva a reaccionar de este
modo, si existen omisiones en nuestro apostolado por falsos respetos humanos,
si nos amoldamos con facilidad a un ambiente poco cristiano, etcétera. A la luz
de la fe podremos descubrir los puntos de cobardía o de vanagloria que puede
haber en la conducta.
Nos
indica el Señor una norma clara: cuando des limosna no lo vayas
pregonando...13,
no publicar lo que hacemos, no detenernos en lo que nos parece que hemos hecho
bien. Ni en el momento de hacerlo, ni después: que tu mano izquierda no
sepa lo que hace tu derecha. No dejar de hacer tampoco aquello que debemos.
Tenemos
un testigo de excepción. Ninguno de nuestros actos pasa inadvertido ante
nuestro Padre Dios. Nada le es indiferente, esto ya es recompensa suficiente,
un gran motivo para rectificar la intención en el trabajo y en las obras de
apostolado. «Una impaciente y desordenada preocupación por subir
profesionalmente, puede disfrazar el amor propio so capa “de servir a las almas”.
Con falsía –no quito una letra–, nos forjamos la justificación de que no
debemos desaprovechar ciertas coyunturas, ciertas circunstancias favorables...
»Vuelve
tus ojos a Jesús: Él es “el Camino”. También durante sus años escondidos
surgieron coyunturas y circunstancias “muy favorables”, para anticipar su vida
pública. A los doce años, por ejemplo, cuando los doctores de la ley se
admiraron de sus preguntas y de sus respuestas... Pero Jesucristo cumple la
Voluntad de su Padre, y espera: ¡obedece!
»—Sin
perder esa santa ambición tuya de llevar el mundo entero a Dios, cuando se
insinúen esas iniciativas –ansias quizá de deserción–, recuerda que también a
ti te toca obedecer y ocuparte de esa tarea oscura, poco brillante, mientras el
Señor no te pida otra cosa: Él tiene sus tiempos y sus sendas»14.
Vigilancia
nos pide el Señor, porque si nos descuidamos, buscaremos la recompensa de aquí
abajo, y dejaremos de hacer el bien por cobardía, por respetos humanos, por
miedo a la opinión de los demás. No nos vaya a suceder «como la nave, que ha
realizado muchos viajes, y ha escapado de muchas tempestades, pero en el mismo
puerto choca contra una roca y se le caen por la borda todos los tesoros que
guardaba; así, quien, después de muchos trabajos, no rechaza el deseo de
alabanzas, naufraga en el mismo puerto»15.
Somos
más libres cuando hacemos las cosas solamente por Dios. Así no estamos
supeditados al «qué dirán» ni a la gratitud humana, que es siempre frágil. La
rectitud de intención nos ayuda a realizar un apostolado más fecundo en
cualquier ambiente y en cualquier circunstancia, nos señala el camino de la
libertad anterior.
1 San
Juan Crisóstomo, Hom. sobre San Mateo, 4. —
2 Hech 7,
59. —
3 S.
Canals, Ascética meditada, p. 143. —
4 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 93. —
5 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 72. —
6 Gal 1,
10. —
7 1
Cor 4, 3-4. —
8 G.
Chevrot, En lo secreto, p. 33. —
9 San
Gregorio Magno, Moralia, 10, 47-48. —
10 1
Cor 10, 31. —
11 Mc 12,
42. —
12 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 783. —
13 Mt 6,
2-4. —
14 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 701. —
15 San
Juan Crisóstomo, Hom. de perect. Evang.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
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