MARIANO NAVA CONTRERAS 1 de Juni 2012
No
hay dos edificios que representen visiones del mundo más opuestas. El uno
encarna la supremacía de la fuerza, la confianza ciega en el poder de las
armas, el ideal guerrero, la creencia en que el devenir de la humanidad se basa
en la dominación, el sometimiento y la conquista. Su fin y su razón de ser
tienen un objeto muy claro: el poder. El otro se inspira en los poderes de la
razón y de la ciencia, en el ideal del científico, del humanista, en el
convencimiento de que nuestro fin consiste en transformar y optimizar el mundo
a través del conocimiento, su objeto último consiste en la herramienta creadora
por excelencia: el saber.
Por ello el militar no debe debatir ni
cuestionar, su norma de conducta se reduce a un solo principio: la obediencia.
El intelectual y el científico en cambio están obligados a discutir, a
investigar, a problematizar el mundo para poder perfeccionarlo, corrigiéndolo y
mejorándolo. Su norma es la inconformidad y la rebeldía, sin las cuales es
impensable un mundo mejor. Pero hay otro punto en el que ambos difieren
radicalmente.
Aquellos suponen una casta cerrada en un mundo
compuesto de diferencias en conflicto. La única interacción posible es el
combate. La única solución es la victoria o la derrota, la muerte o la
humillación del enemigo. La vida militar es impensable en un mundo sin guerras,
donde no luchen unos pueblos contra otros, o a veces, lo más triste, hermanos
de un mismo pueblo. Su norma es la exclusión y la diferencia. Su credo, la
superioridad de unos sobre otros por la fuerza de las armas. El cuartel, en
última instancia, es una institución trágica que se alimenta de tragedias.
La Universidad, por el contrario, nació hace casi
mil años (aunque en realidad es mucho más antigua) con la idea de aglutinar
todo el conocimiento humano, con la voluntad de perfeccionar todos los
talentos, todas las habilidades. De ahí su nombre, Universitas studiorum, la
totalidad de los estudios. Su ideal es la inclusión y la apertura, su ambición
el mejoramiento de la vida humana. Las universidades pueden tener muchos
defectos, pero nadie negará que sin ellas la civilización sea impensable. La
Universidad es, pues, la institución filantrópica por excelencia. Así, el
soldado y el académico representan dos actitudes opuestas ante la vida. Ello
explica por qué se la llevan tan mal.
El cuartel y la Universidad se parecen sin
embargo en dos cosas. En primer lugar, se trata de dos edificios públicos. Eso
significa que comparten un mismo espacio urbano. Se tienen que adaptar a las
condiciones que les impone la ciudad y la geografía, física y humana. El
cuartel, como la Universidad, se debe a una comunidad, de ella viven y para
ella trabajan. Cuando el cuartel o la Universidad pierden el contacto con su
comunidad y comienzan a actuar de espaldas a ella inician un extraviado camino
que los lleva a su propia destrucción. Pero hay otro punto en común. Tanto el
cuartel como la Universidad tienen una estructura jerárquica que marca su
organización. El cuartel posee una jerarquía militar basada en el mérito
guerrero. A nadie se le ocurriría proponer que un General fuera electo por los
votos de la recluta. De igual manera, la Universidad posee una jerarquía
académica basada en el mérito académico, y que debe ser elegida por los
académicos.
No nos engañemos. Estas similitudes no hacen sino
remarcar las diferencias fundamentales entre ambas instituciones ¿Cuál es
entonces la solución para este antagonismo? A algunos les gustaría pensar que
es la aniquilación definitiva de las universidades, pero ello significa caer en
la lógica de la confrontación. La violencia por un lado y la razón por el otro,
el cuartel y la Universidad desempeñan funciones muy diferentes, es verdad,
pero necesarias en un mismo cuerpo que se llama nación y sociedad. El secreto
de este equilibrio y convivencia está en la democracia, el sistema en el que
cada cual ocupa su lugar y se le respeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico