Frank López Ballesteros 1 de junio, 2012
La
puerta se mantiene cerrada con seguro. Como en un fortín que se resguarda
contra una invasión, Santiago Gómez se sigue protegiendo inconscientemente en
su habitación. En el primer piso de su casa ahora hay un interruptor de alarma,
y si se asoma por la ventana, verá que la cerca eléctrica está encendida. Son
las 11:45 de la noche y siente que puede dormir tranquilo.
Por
la mañana abre su carro. Atisba a los lados, se monta y baja los seguros.
Observa por el retrovisor si la calle se mantiene vacía. Prende su celular y se
persigna encomendándose a Dios. Son ahora las 5:50 de la madrugada, y como
indica su propio manual de supervivencia, arranca despacio hasta salir bólido,
es que no quiere que se repita lo que ocurrió aquel 11 de octubre de 2009,
cuando se convirtió en una estadística más del secuestro express en Venezuela,
esas que se escriben con bolígrafo azul en un viejo cuaderno y pasan al olvido.
Como
una nueva máxima en la jerga de la violencia en Venezuela el “secuestro
express” se ha erigido con sordidez en la última década como un amenaza que
crece a la par de las estadísticas de asesinatos, violaciones, o la misma
inflación. En el país desde 1999 hasta diciembre de 2010, es decir, en 12 años,
no ha existido un tipo delictual que haya crecido más que el plagio.
Se
calcula que este flagelo como modalidad delictiva progresó en una década 430%
según cifras de la ONG Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), y tal
incremento ha llevado a que el país esté entre las diez naciones con más
secuestros visto en número de habitantes del mundo. Específicamente desde 2007,
sostiene la revista estadounidense Fortune,
Venezuela ocupa la novena casilla de las naciones donde esta modalidad se ha
disparado.
Santiago
sobrevivió a las seis horas más larga de su vida, tenía 23 años en ese entonces
y el perfil idóneo de la mayoría de las víctimas del secuestro express: 95% son
hombres, jóvenes, con un vehículo llamativo y al momento del hecho están solos.
Esa madrugada de octubre, llegando de un cumpleaños, se apeó de su Ford Fiesta y dos personas
fuertemente armadas aparecieron y lo obligaron a montarse en su propio carro. Le
apuntaron a la cabeza y partieron de una urbanización en Guatire a un rumbo
desconocido mientras lo amenazaban y tasaban el valor de su vida: 10 millones
de bolívares de los viejos.
El
comisario del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas
(CICPC), Franklin Morales, exdirector de investigaciones contra el terrorismo,
cuenta que el origen del secuestro express “tiene acento mexicano”.
En
la década de los noventa miles de turistas estadounidenses que llegaban al
Estado de Sinaloa eran víctimas de breves plagios en los que sus captores
analizaban algo simple: si poseían tarjetas de crédito American Express. Con
una ciudad como Culiacán, que se alimentaba del turismo extranjero, las redes
del crimen organizado en esa zona esperaban el pitazo desde las tiendas donde
se hacían pagos con este tipo de plástico específico. Interceptaban a los
usuarios, los retenían por un período de dos horas y finalmente los conducían a
cajeros automáticos donde eran obligados a retirar hasta cinco mil dólares. Al
final el negocio resultaba “breve” y “express”.
Hoy
como ayer no es solo Sinaloa el estado más golpeado por el secuestro en México.
Con el crecimiento del negocio del narcotráfico en este país, 2010 cerró con
16.425 secuestros, lo que equivale a 45 diarios, y la mayoría fueron realizados
por el crimen organizado, advertía un informe de la ONG mexicana Consejo para
la Ley y los Derechos Humanos.
Con
una capucha negra sobre su cabeza, los secuestradores de Santiago llamaron a la
familia Gómez y le advirtieron que si en seis horas no tenían los 10 millones
de bolívares lo matarían. Como una prueba del plagio le dijeron al joven que
hablara y dijera cómo estaba: “mami págales y ya, ayúdame”, titubeó con voz
lastimosa. Bastaron aquellas atisbos de desespero para que los Gómez dejaran en
un sitio acordado en San Antonio de lo Altos el dinero y posteriormente a
Santiago en una calle de la Urbanización Los Cortijos.
Reloj sin sentido
Son
las siete y 45 de la mañana y la avenida principal de la urbanización La Castellana
está completamente sola. Unas brisas fugaces de carros raudos sacuden los
árboles y por ninguna parte se asoma una unidad policial por aquella jungla de
edificios lujosos. Estoy en la zona más segura de Venezuela, pero a la vez la
más tentadora para el crimen organizado. Y es que el perfil idóneo para las
grandes bandas secuestradoras se halla en este lugar, pero no es el único.
Junto a Caracas, las ciudades de Barquisimeto, Valencia y Maracaibo son los
principales focos de proliferación de esta modalidad, explica el criminólogo y
profesor universitario Fermín Mármol García, uno de los principales estudiosos
de esta materia en el país.
“¿Por
qué el secuestro express ha crecido tanto y se volvió tan atractivo en
Venezuela, después del narcotráfico?”, se pregunta indirectamente Mármol
García, una autoridad a quien en varias oportunidades el gobierno del
presidente Hugo Chávez ha desacreditado sus estudios y análisis sobre este
problema para afrontarlo de frente.
Una
de las causas vitales del repunte de este flagelo, es que los entes policiales
no cuentan con el número de hombres necesarios (hay 80 mil y se necesitan 140
mil), además de la falta de tecnología adecuada para combatir el delito. “Hasta
hace poco teníamos 80 hombres desde el CICPC para batallar la modalidad
delictiva con mayor crecimiento en el país y eso es nada”, dice este experto, y
esa aseveración lo secunda una víctima, el propio Santiago Gómez.
Sus
captores estaban bajo efectos de drogas. “Yo oía cuando se pedían cocaína y la
aspiraban”, recuerda. En la negociación con la familia, los dos hampones
ruletearon a Santiago por varias zonas de la convulsiva Caracas, para ganar
tiempo. Su nerviosismo se acentuaba con mayor fuerza al igual que el de los
delincuentes, por eso lo insultaban, maldecían y lo amenazaban con matar si las
cosas no salían bien. “Ese recuerdo me da pánico”.
La
Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Ciudadana
elaborada en 2009 por Instituto Nacional de Estadísticas (INE), bajo encargo de
la Vicepresidencia de la República, le dio finalmente cuerpo oficial al
secuestro en Venezuela. El resultado fue escalofriante: mostró que de las
16.917 personas víctimas del secuestro que lo denunciaron solo entre julio de
2008 y julio de 2009, 12.419 fueron por el tipo express, una suma sin
precedentes que se traduciría en 46 retenciones al día en un solo año. Muy
similar a la realidad mexicana, con la diferencia de que ese país afronta una
fratricida guerra contra siete poderosos carteles de la droga desde 2006.
De
cada cinco plagios que se consuman en Venezuela, cuatro son express y uno
prolongado, es decir, que el mayor combate debe ser frente al primero, y es
allí donde están los problemas. “Esto repuntó porque la capacidad de reacción
policial debe ser en pocas horas, y el mastodonte de la policía de
investigación criminal le cuesta levantarse en tan poco tiempo. En Venezuela no
hay eso que llamamos el esquema Gaula, la unidad anti extorsión y secuestro
colombiana en cada estado, con personal de guardia las 24 horas y con un fiscal
que autorice la interceptación de comunicaciones o los allanamientos sin muchos
formalismos, aquí eso no le interesa al gobierno por lo visto”, reclama Mármol
García.
Los
días predilectos para esta modalidad han ido mutando con los años, señala el
comisario jefe del CICPC, Víctor Rodríguez Ugas, director de Criminalística
Identificativa Comparativa. Hasta hace un año las noches de los viernes y
sábados eran las favoritas para estas bandas, pero ahora son los domingos. “La
gente está más tranquila ese día, toma menos precauciones, salen a la calle a
pasear y creen que nada les pasará”. Esa versión es defendida por Mármol
García, pero suelta una perla: “Ahora ya no es de domingo al lunes, sino de
jueves a domingo, primero, porque la policía está más activa de jueves a fin de
semana, y segundo porque el delincuente da tiempo en la semana a que las
familias consigan más dinero, lo que a veces cambia el plagio, de express a
prolongado”.
La
delincuencia es la mayor preocupación de los venezolanos desde hace un lustro.
Y las estadísticas secundan el temor de la población. El país supera a Colombia
(32 por cada 100 mil personas), a Brasil (23 por cada 100 mil) y a México (14
por cada 100 mil) en cuanto al número de asesinatos bajo cualquier tipo de
armas, como identificaba la encuesta del INE. Solo en 2010 fueron asesinadas
17.600 personas, estima el OVV, más fallecidos que en la guerra de Afganistán
en 2009, cuando la misión de asistencia para ese país de las Naciones Unidas
(UNAMA) contó 2.118 civiles afganos muertos.
De cuellos blanco
El
secuestro express
es un negocio importado con patente venezolana. Los artífices de esta modalidad
en el país han sido grandes alumnos de las mafias colombianas, “que son los
maestros del secuestro prologado y grandes alumnos del secuestro express que
son los mexicanos”, detalla Mármol García, que en un tono irónico espeta:
“hemos sido alumnos aventajados porque ambas modalidades delictivas se han
aplicado con mucho éxito en el país”.
En
la vecina Colombia de cinco secuestros extorsivos diarios en el año 2002, se
llegó a dos en 2004 y a uno diario (1.02%) durante los primeros once meses de
2005, pasando de tener 1.883 secuestros extorsivos en el 2002 a 339 casos a 30
de noviembre de 2009, gracias a los planes aplicados por la Política de
Seguridad Democrática del expresidente Álvaro Uribe, unas cifras que si bien
alegran a los colombianos, están preocupando a Venezuela, ya que muchos de esos
captores y organizaciones han llegado hasta los estados Zulia, Táchira, Barinas
y Apure.
El
imperio del secuestro en Venezuela lo controlan ahora mafias de uniformes. En
la modalidad “Express” las principales denuncias que recibe el CICPC es que
están operando los funcionarios policiales uniformados, los expolicias, las
bandas que se dedicaban al robo y hurto de vehículos que aprendieron que no era
rentable únicamente negociar el carro robado, sino que era conveniente hacer el
famoso “paseo millonario”, y después, inclusive, solicitar el rescate de la
víctima.
Un
ejemplo de ese sello propio en Venezuela es la banda “Los Invisibles”, una
organización robavehículos que surgió en 2006 y luego mutó al secuestro
express. Como ella, la banda de los “Latín Lover”, también procedente de la
zona 7 del barrio José Félix Ribas, azotaron Caracas durante varios años hasta
que algunos de sus miembros han ido cayendo. El año pasado las autoridades
denunciaron la presencia de tres nuevos y grandes grupos de secuestro express
que operan, sobre todo en Caracas, una de ellos, sobreviviente de los “Latin
Lover”.
Un gran problema
La
denunciabilidad promedio de los delitos en Venezuela se encuentra por el orden
del 30%, sostiene el estudio del INE, y las razones para no denunciar reflejan,
fundamentalmente, la desconfianza en la atención que prestaría la policía al
caso. Lo alarmante es que los funcionarios policiales y guardias nacionales
representan casi una octava parte de los autores de los secuestro, según el
mismo análisis.
El
propio ministro de Relaciones Interiores y Justicia, Tarek El Aissami, admitía
durante su memoria y cuenta ante la Asamblea Nacional en febrero de 2011, que
los efectivos policiales han estado involucrados hasta en 20% de todos los
delitos que se comenten en el territorio nacional.
La
metamorfosis de la inseguridad es una realidad que no disimula el comisario
Rodríguez Ugas, que reconoce que muchos miembros de los cuerpos de seguridad se
han ido “por la mala vía” pero alza una bandera blanca a su favor: “nuestro
personal tiene más de 50 años de experiencia y conocimiento valioso, pero tengo
que reconocer la falta de inversión en algunos sectores clave”.
Ligia
Gómez (nombre ficticio) es una chica menuda, morena y con los ojos verdes como
aceitunas, es guapa y simpática. Habla colisionando las palabras cuando relata
lo que define fueron “las seis horas más malditas” de su vida. Fue plagiada
durante ese lapso por tres hombres que la interceptaron saliendo de la
Universidad Santa María a bordo de su Toyota Camry el 15 de marzo de este año.
Iba con los vidrios abajo escuchando Ricardo Arjona, cuando en la subida de Los
Naranjos, a las ocho de la noche, le dieron el “quieto”.
“Eran
sin duda policías, hablaban bien, por claves, aunque uno tenía acento
colombiano. Se comunicaron con mi papá desde mi celular y me pidieron veinte
millones. Los conseguimos –no sé cómo—y me dejaron a la altura de la
urbanización Miranda a las cuatro de la mañana”. La familia de Ligia no
denunció el hecho, los captores se dieron a la fuga luego de que el padre de la
víctima dejara el dinero en una bolsa de supermercado a la altura del Centro
Comercial Líder, en Caracas. Ese hecho aceleró la partida de los Gómez del
país, y desde mayo reside con su madre en Miami.
La
inseguridad en Venezuela se ha colombianizado y es la teoría comprobada que
tiene Marmol García. “La presencia de disidentes guerrilleros y disidentes
paramilitares que están actuando aquí en el secuestro prologando es verídica. A
esto hay que sumar la presencia de miembros de las FARC y el ELN y sin duda la
de grupos venezolanos como el Frente Bolivariano de Liberación que están
participando en el secuestro prolongado”.
¿Qué
hizo mal Ligia? Dos cosas clave. Iba con los vidrios abajo, música a todo
volumen y un detalle indiscutible, era una mujer sola. “Envió el mensaje
perfecto”, dicen los criminólogos.
El
90% de los raptos según los estudios se hace por el vehículo. En el secuestro
express “no hay una relación de causalidad entre la víctima y el victimario,
hay una relación de casualidad. Aquí no se estudia a la víctima, no hay
inteligencia básica, el 90% de los casos es que el delincuente sale de casería
en zonas concretas (Altamira, Los Palos Grandes, Los Naranjos, Las Mercedes) a
buscar un vehículo que demuestre que una persona tiene dinero. El conejito, que
lleve los vidrios abajo, sin papel ahumado, un romance en el carro, o se paró
en un perrocalentero, una madrugada, es un víctima en potencia”, advierte
Mármol García.
Hasta
hace un mes el psicoterapeuta Gestalt, César Casal, trató a una víctima del
secuestro express, y la mayoría de los pacientes o víctimas de este delito que
se han sentado en su diván son hombres entre 25 y 40 años de edad. Lo que más
le preocupa al especialista es que muchos llegan con estrés postraumático, pues
comienzan a presentar ataques de pánicos que se han hecho muy frecuentes por la
inseguridad en el país.
De
acuerdo con el informe de la Fundación País Libre, tras siete años consecutivos
de descenso, el número de secuestros en Colombia se incrementó en 32% durante
2010, con 282 plagios, que muestra un especial aumento de ese delito en la
frontera con Venezuela. Detrás de las cifras se distingue una nueva tendencia,
marcada por la disminución del secuestro selectivo y un aumento de los plagios
cometidos por delincuentes comunes, que representan el 57% del total de casos, según
cifras del ministerio de Defensa colombiano.
En
2009 apareció en Gaceta Oficial la nueva Ley Orgánica Antiextorsión y
Secuestro, la cual contempla el secuestro “breve o express” como un delito, y
prevé penas de 20 a 30 años de cárcel sin beneficios para sus autores. Las
legislaciones en materia de inseguridad sobran en Venezuela, el problema ha
sido la falta de aplicación. Para los expertos y víctimas como Santiago, Ligia,
o los que ni siquiera han denunciado, la injusticia se suma a sus traumas, y si
el ritmo de la violencia sigue acelerándose en Venezuela como sucede, el país
se convertirá en una rara sociedad de sobrevivientes.
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