Luis Ugalde 15 de junio de 2012
En mis visitas al Berlín comunista, hace 45 años, me llamaban la atención
unos inmensos letreros que coronaban los edificios oficiales: Die Zukunft
Gehört Uns o "El futuro nos pertenece", que prometía el régimen
policial a la deprimida población que vivía en esas calles muertas, de casas
carcomidas por la guerra, la pobreza y el miedo. Esfuerzo y propaganda del
régimen soviético que pregonaba que el presente es duro y con muchas carencias
pero, gracias a la científica conducción del partido, pronto amanecerá una
radiante mañana sin ocaso ni privaciones.
Este año, con la ciudad transformada, tuve la oportunidad de caminar otra
vez por las calles que estuvieron divididas por el muro, por las alambradas y
por los soldados soviéticos que cuidaban el paraíso prometido. Visité
Checkpoint Charlie, lugar de cruce del muro de la zona americana a la soviética
donde en 1967, luego de media hora de interrogatorio comunista en un cuarto
cerrado, no me dejaron pasar El nuevo catecismo bíblico alemán, que llevaba de
regalo a un jesuita que atendía espiritualmente a los enfermos de un hospital.
Naturalmente, no podían permitir la entrada de malignas semillas del "opio
del pueblo".
Recientemente el escritor cubano Leonardo Padura en la extraordinaria
novela El Hombre que Amaba a los Perros desentraña la criminal y obsesiva
persecución estalinista a Trostky hasta su asesinato en México, y deja al
descubierto la "perversión de la utopía" socialista en represión y
asesinatos. En la novela, Jaime es el comunista cubano (Padura lo define:
"Como metáfora de una generación y como prosaico resultado de una derrota
histórica"), que nos relata las peripecias del comunista catalán Ramón
Mercader a las órdenes de Stalin hasta asesinar a Trotsky en 1940 y hasta su
muerte en 1978.
El autor reflexiona y escribe en Cuba una década después de la caída del
muro y ya con las ilusiones convertidas en amargas cenizas: "Quise utilizar
la historia del asesinato de Trosky para reflexionar sobre la perversión de la
gran utopía del siglo XX, ese proceso en el que muchos invirtieron sus
esperanzas y tantos hemos perdido sueños, años y hasta sangre y vida".
Jaime vivió todo esto encerrado en una ceguera de militante fanático comunista
hasta el derrumbe de la inmensa cárcel física y mental: "Supe entonces que
(...) éramos la generación de los crédulos, la de los que románticamente
aceptamos y justificamos todo con la vista puesta en el futuro, la de los que
cortaron caña convencidos de que debíamos cortarla ( y, por supuesto, sin
cobrar por aquel trabajo infame); la de los que fueron a la guerra en los
confines del mundo porque así lo reclamaba el internacionalismo proletario, y
allá nos fuimos sin esperar otra recompensa que la gratitud de la Humanidad y
de la Historia; la generación que sufrió y resistió los embates de la
intransigencia sexual, religiosa, ideológica, cultural (...) habíamos vivido
bajo el lema, tantas veces repetido en matutinos escolares, de que el futuro de
la humanidad pertenecía por completo al socialismo (...). Nada habíamos sabido
de las represiones y genocidios de los pueblos, etnias, partidos políticos
enteros de las persecuciones mortales de inconformes y religiosos...".
Pero hoy está a la vista ese pasado y el presente, y es obvio que el futuro
no pertenece ni al comunismo soviético, ni al chino, ni al cubano, todos
muertos o en etapa terminal, y mucho menos al falso "socialismo del siglo
XXI", que ni es socialismo, ni es del siglo XXI, sino un desbocado
personalismo militarista, un desastre económico, social, político y moral
ahogado en petrodólares.
El futuro de Venezuela pertenece a la esperanza y a la dignidad humana de
millones de venezolanos que no nos resignamos, y de verdad necesitamos y
creemos en una sociedad de libertad, justicia y oportunidades para todos y con
la pobreza superada. El futuro nos pertenece a los demócratas solidarios si
asumimos nuestra responsabilidad creativa para lograrlo. Crear esa democracia
solidaria, no simplemente entregarnos a la dinámica mundial de la economía
capitalista con sus ventajas y lacras, es un reto inmenso que exige movi-
lización total. Esto es lo que nos jugaremos en octubre y no una simple
elección con un torneo de promesas.
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