Miguel Méndez Rodulfo 03 de octubre de 2014
El temor de Europa de caer en recesión
durante un periodo prolongado, tal como estuvo Japón durante dos décadas ha
hecho que las autoridades del Banco Central Europeo (BCE), representado por su
presidente Mario Draghi, hayan decidido dar un paso al frente para evitar que
la deflación se entronice en ese continente. En estos momentos países como
Grecia, Bulgaria, Chipre, Hungría, Eslovaquia, Croacia y Portugal, padecen de
deflación; sin embargo, en el resto de los países de la unión europea, existe
también una tendencia a precios muy bajos en sus economías, lo cual ha hecho
encender las alarmas. Para combatir este flagelo, las opiniones de los expertos
sugieren dos tipos de soluciones: una monetarista, la cual busca bajar los
tipos de interés y aportar fondos a las entidades financieras para fomentar el
crédito a familias y empresas. La segunda, de corte keynesiano, propone
incrementar el gasto público para dinamizar la economía. El consenso europeo se
inclina por la primera opción, dado su alineamiento con las políticas de
austeridad. Hay que decir que la segunda opción es la que ha manejado la
Reserva Federal en EEUU, lo que quiere decir que norteamericanos y europeos han
diferido en la solución de la crisis económica que azota al mundo desde 2008.
Habría que dejar constancia que la economía de USA crece desde hace más de dos
años y ya ha alcanzado indicadores como el de desempleo que se ubica
actualmente a niveles de 2006, mientras que Europa se encuentra al borde de la
recesión, con Alemania, su locomotora, mostrando signos de fatiga, aunque es
verdad que Portugal, Grecia y España ya iniciaron su despegue al crecimiento,
algo que la deflación amenaza con acabar.
En este contexto la tasa de inflación
cayó en septiembre al 0,3% lo que motivó al BCE a tomar medidas para estimular la demanda agregada, con lo cual ha
seguido el ejemplo de los bancos centrales de Estados Unidos, Reino Unido y
Japón. La institución dirigida por Draghi actuó en dos ámbitos: el del precio
del dinero, reduciendo el tipo de interés de referencia, desde el 0,15% al
0,05%; y el de las remuneraciones de los depósitos que los diferentes bancos
colocan en el BCE, lo que penalizó la inmovilización del dinero, haciendo
negativas las tasas (-0,2%), por lo que el central europeo cobrará, en lugar de
pagar por esos depósitos. Por otra parte, el BCE también instrumentó mecanismos
de subastas de liquidez, para que las entidades financieras tomaran esos fondos
y los utilizaran para inyectar créditos a empresas y familias, reanimando la
economía y ahuyentando el riesgo de deflación; sin embargo, buena parte de ese
dinero barato se utilizó para devolver los créditos a largo plazo de 2011 y
2012, que los bancos habían adquirido, por lo que el objetivo del eurobanco no
se cumplió a cabalidad.
Adicionalmente se implementó una muy
importante decisión en materia de estímulos cuantitativos, relativa a la
adquisición de diversos tipos de activos financieros; en efecto, se autorizó la
compra de los llamados ABS (bonos respaldados por activos, por sus silabas en
inglés), los cuales abarcan títulos de activos bancarios, (incluyendo titularizaciones
de créditos a los sectores privado y público) con el fin de mejorar los
balances bancarios al permitir que el BCE compre estos créditos dudosos, de
manera que las instituciones financieras puedan prestar más. El objetivo en
teoría sería llegar a comprar unos 800.000 millones a lo largo de los próximos
2-3 años. Además, también se autorizó la adquisición de bonos garantizados. El
objetivo del Plan de Estabilidad y Crecimiento europeo, es que los precios
suban 2%. Europa necesita una amplia estrategia económica que haga frente a la
debilidad de la oferta y la demanda en los países a través de una mezcla sólida
de políticas estructurales, fiscales y monetarias, pero la ausencia de crédito
pone en peligro la recuperación de las pequeñas y medianas empresas que
dependen de la financiación bancaria.
3 de octubre de 2014
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