Por Daniel González González, 28/07/2014
Hace unos días me tocó vivir un episodio difícil, de esos que hacen reflexionar. Un buen amigo; uno con el que viví alegrías y tristezas, con quien compartí éxitos y lloré fracasos y que sabía que estaba en las buenas y en las que no lo eran tanto, decidió partir. Llenó un par de maletas con su ropa, zapatos y otros objetos personales y se llevó a otras tierras sus sueños, sus metas e ilusiones, la esperanza de una mejor vida y la de un futuro en el que no se atraviese una bala. Se hartó de la “sensación” de inseguridad, de los sueldos miserables y de un control de cambio asfixiante y se fue a poner su talento e inteligencia a disposición del PIB de otra nación. El país perdió a otro venezolano valioso, mientras los que no sirven para nada, excepto para robar o mal vivir, se multiplican cual Gremlins al mojarse con el agua.
Decidí no acompañarlo al aeropuerto. Las despedidas no me gustan, en absoluto. Siempre prefiero el abrazo sincero entre dos, que el bullicio y los ecos del llanto y los lamentos colectivos. Su madre, hermana, tías y primos fueron a despedirlo. ¿El escenario? El Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar, el terminal del adiós. Creo que si sus paredes pudiesen hablar, de seguro contarían miles de historias desgarradoras. Las de hombres y mujeres que a pesar de amar a este país tomaron la difícil decisión de abandonarlo, de buscar tierras seguras o mejores oportunidades. Podrían hablar del llanto de muchas madres. Del dolor de desprenderse de un ser querido. De la separación temporal de algunas parejas. También de la esperanza. De la tranquilidad que implica saber que a quien despides llegará a un país donde la noche no es sinónimo de toque de queda, ni el sacar el celular en la calle garantía de que te roben. Miles de historias podrían narrar esos pasillos.
Algunas personas critican a quienes toman la decisión de emigrar. A veces lo hacen desde sus posiciones de comodidad que no les permiten entender los motivos que puede tener alguien para marcharse. Si tienes carro y casa, no entiendes lo difícil que hoy es ese tema para el común de los venezolanos entre 20 y 30 años. Pero no solo se trata de lo material. Lo que los venezolanos vivimos en materia de inseguridad no tiene nombre y menos lo tiene el que nuestros gobernantes de pacotilla se preocupen más por los muertos en Gaza que por los que caen en todas las ciudades de este país a manos del hampa. Es triste que de Venezuela se está marchando la gente más valiosa, la más talentosa, la que puede generar empleo. Por Maiquetía, a diario, se escapa nuestro futuro, la gente con ideas innovadoras y ante esta realidad y en este contexto, estoy convencido de algo. Esos venezolanos geniales le quedan grandes a un país que día a día se sumerge más y más en una vorágine de colas y miseria. Son demasiado grandes para seguir viviendo este infortunio.
Duele saber que lo mejor de este país se nos escapa por Maiquetía en medio de las tristezas propias de las despedidas. Da angustia saber que las colas en las universidades y en los ministerios son gigantescas para legalizar documentos. El capital humano de Venezuela está huyendo del desastre. Está abandonando un barco que irremediablemente se hunde. ¿Los podemos llamar apátridas? No. Son tan venezolanos como nosotros. Venezolanos que sueñan en grande y realistas. Son venezolanos que saben que los sueños no se limitan y que mientras estén aquí, el límite está casi al ras del suelo.
Mi amigo es un desconocido para todos ustedes, pero es posible que muchos se identifiquen con su perfil, tal vez porque les tocó despedir en Maiquetía a alguien similar. Un venezolano de 30 años, profesional, inteligente, con metas, sueños y talento para lograrlo todo, atrapado en un país donde no hay ni carros nuevos para comprar y un buen par de zapatos te puede costar un sueldo completo. Con un ánimo emprendedor gigantesco y con la posibilidad de crear una empresa fuera de Venezuela. Como él, cientos, miles. Como él, tal vez muchos conocidos de ustedes, amigos lectores, despedidos en el aeropuerto de Maiquetía.
Irse del lugar que te vio nacer no es una decisión fácil. Es una medida ruda, sobre todo cuando solo te llevas tus títulos y sueños y dejas atrás a todos tus afectos, las calles donde viviste tus amores, las discos donde te divertías con tus amigos o los cafés en los que tantas tardes pasaste. Las lágrimas tras esas despedidas en Maiquetía forman parte del legado de Chávez y del que está dejando su sucesor. Para los que se han ido y los que se van, mis respetos, para todos. Me gustaría que la clase gobernante entendiera que están perdiendo a lo mejor de Venezuela, pero sé que no les importa, es más, estoy convencido que les estorban. Sé que me tocarán más de estas despedidas, más de esas caras compungidas y esos llantos ahogados. Sigo escuchando a muchos amigos hablar con más y más seriedad del tema y mientras tanto, yo sigo pensando en mi salida y casi estoy seguro que más tarde que temprano, me tocará partir por Maiquetía, el aeropuerto del adiós.
http://revistaeconomicadevenezuela.blogspot.com/2014/07/el-aeropuerto-del-adios.html
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