Por Ángel Alayón
Foto Alejandro Cegarra
Un amigo me pregunta: ¿Hasta
cuándo puede deteriorarse la economía sin “que pase algo”? Aun cuando imagino a
qué puede referirse, le pido que precise qué significa la expresión “que pase
algo”. Me responde: “que el gobierno tenga que tomar medidas económicas que
realmente atiendan las causas del problema”.
Incluso restringiendo la
definición, la pregunta es compleja. Las medidas que debe tomar el gobierno de
Venezuela, y que incluso algunos voceros del propio gobierno han sugerido,
tendrían consecuencias negativas en términos políticos. Al menos en el corto
plazo: caída de popularidad, animadversión de grupos perdedores en la
redistribución de rentas y falta de apoyo a las medidas, además de las
acusaciones de traición al legado y la resistencia inevitable de grupos de
presión que verán lesionados sus privilegios ante las medidas.
Esos son los costos
inmediatos del cambio. Los beneficios de asumir un proceso de recuperación de
la economía quedan preteridos al incierto mediano y largo plazo. Y ya Keynes
nos advirtió que, en el largo plazo, todos estaremos muertos.
Hasta ahora, la cuenta
política de una transformación económica no le cuadra al gobierno. Y sigue
apostándolo todo a un modelo que le funcionó políticamente en el pasado, pero
que ya da muestras de fatiga terminal. Ahora se mueve, indefectiblemente, sin
el combustible de aquellos portentosos ingresos que sirvieron para sostener en
su momento la esperanza y los votos.
Mientras tanto, el modelo
estatista-intervencionista-importador, la ilusión de control que ofrece la
regulación de precios y el manejo de tres tipos de cambio, continúa acentuando
las distorsiones económicas que padecen los venezolanos en el día a día y que
se traducen en inflación y en escasez crónica y creciente: la combinación
perfecta para el empobrecimiento de un país.
La economía venezolana es
una economía disfuncional que, en lugar de hacerle la vida más fácil a la
gente, cada vez más se la hace más difícil.
***
János
Kornai, el célebre estudioso de las economías centralizadas,
planteó que hay cuatro factores que inducen al cambio en los países que han
implantado un régimen socialista. De acuerdo a su visión, el cambio “se produce
por las tensiones acumuladas y las contradicciones” que provienen del propio
sistema. Los desvíos del canon socialista son consecuencias de cuatro factores
“inductores del cambio”: Primero, de la acumulación de las dificultades
económicas. La escasez, crónica e inherente al sistema, muestra su rostro más
duro en el racionamiento y en la imposibilidad de satisfacer las necesidades y
deseos más básicos. La inflación termina siendo creciente ante el manejo de los
déficits fiscales y la ansiedad es inevitable.
El segundo factor está
relacionado con el anterior, y es la insatisfacción de la gente con el sistema.
Kornai habla del grado de indefensión del ciudadano frente a la
escasez. Pero la insatisfacción no se limita a la economía. La insatisfacción
también proviene de la insolencia oficial y la arbitrariedad burocrática. “La
gente empieza a cansarse de las mentiras oficiales y de las miles de formas de
la represión.”
El tercer factor es la
pérdida de confianza de los que ostentan el poder. Los que gobiernan comienzan
a dudar de la efectividad de sus propias políticas. Dejan de creer en sus
propias ideas y métodos ante las rotundas evidencias. “Una vez que se pierde la
confianza, el cambio está en la agenda”. “Mientras más profunda es la crisis de
confianza, más cerca está el colapso del sistema”.
El cuarto y último factor se
refiere al ejemplo que ofrecen otros países. Pese a las restricciones comunicacionales,
los ciudadanos se informan sobre cómo se vive en el extranjero, y reconocen la
anormalidad de las colas, el alza de los precios y la escasez, y comienzan a
concluir que con otro tipo de políticas se obtienen resultados diferentes, para
el beneficio de todos. La propaganda se desmorona frente a la realidad.
Kornai registra que la
historia del socialismo del siglo XX está llena de ejemplos sobre cómo
regímenes socialistas cambiaron sus políticas ante la evidencia de los
resultados y la conjunción de los cuatros factores comentados. Un fenómeno que
se aceleró y se hizo notorio con la caída del muro de Berlín. Muchos, si no
todos los gobiernos, intentaron reprimir estos cambios. En la mayoría de los
casos con el uso de la violencia y el terror, pero también, en la casi
totalidad de los casos, el cambio se produjo. Y no se limitó a lo económico.
También alcanzó lo político.
***
La historia está colmada de
ejemplos de países cuyo modelo económico colapsa en sus propios términos. Uno
esperaría que el gobierno venezolano sepa leer las señales y no esté
depositando sus esperanzas en un mágico aumento de los precios del petróleo, o
en que los chinos multipliquen milagrosamente la línea de crédito. Sabemos que
muchos gobiernos retrasan la decisión de rectificar hasta que el cambio es
ineludible pero ya en ese punto puede ser demasiado tarde. También sabemos que
hay gobiernos que han intentado preservarse y gobernar una economía devastada,
una decisión que sólo puede calificarse de trágica por sus consecuencias.
El modelo económico
implementado en Venezuela ha generado, aquí, en cualquier parte y en cualquier
momento de la historia, economías disfuncionales. Y ningún alivio temporal
cambiará esa realidad. El ejecutivo puede decidir no cambiar, pero no podrá evitar
que la gente quiera hacerlo.
Los que conducen la política
económica se enfrenta al mismo desafío del piloto del trasatlántico que sabe
que la dirección de su nave lo llevará directo a una colisión con un iceberg, y
que un golpe de timón a la corta distancia que se encuentra del gran bloque de
hielo será difícil, brusco e impopular. Al gobierno le toca escoger. Y a los
venezolanos también.
01-11-15
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