Carlos Blanco 13 de noviembre de 2015
Muchos de los que son
primeras figuras no lo serán y muchos que no lo son, sí lo serán.
En 16 años de chavismo se ha
constituido un sistema orgánico. Un todo entrelazado en el que se articulan el
Estado y el sector privado; se engranan críticos y criticados; gobernantes y
opositores; bachaqueros y bachaqueados; policías y ladrones; herejes y
creyentes; como si los dioses se hubiesen propuesto enloquecer el país para
facilitar su perdición.
Antes de seguir, aclaro: no me
refiero a supuestos entendimientos por trascorrales para compartir la
manguangua o el poder, sino que después de tanto tiempo de despotismo es muy
poco lo que queda al margen de su contaminación. El aliento ponzoñoso del poder
intoxica y envuelve al que le llega, con escasas excepciones. Un empresario
puede tener la posición política que le provoque, pero de algún modo posee
zonas de conexión con el sistema del cual forma parte, el epítome de lo cual es
la trabazón con la maquinita distribuidora de dólares que el gobierno controla.
El tejido que hila el poder, atrapa, le guste a usted o no.
Ocurre también con figuras opositoras
que forman parte de la administración pública, especialmente gobernadores y
alcaldes, cuyos recursos ya no se rigen por la ley sino por las maniobras
destinadas a condicionar políticamente su uso. Esta restricción no la tienen
los parlamentarios, porque no administran salvo que su desatino los lleve a
entendimientos non-sanctos.
Muchos pueden ser los ejemplos
citados para mostrar cómo se ha constituido un sistema, un gigantesco aparato
entrelazado que le da estabilidad al régimen pero que, en una crisis terminal
como la presente, amenaza con arrasar no solo con este sino con todo. El
sistema es como la Atlántida, que no tuvo la delicadeza de hundirse por partes
sino que se hundió completa, tragada por el océano en algún punto arcano.
Cuando el régimen actual desaparezca
–ojalá que en forma pacífica y constitucional–, no será el desplome de “ellos”,
sino el de “ellos” y de “nosotros”, en el sentido de que el existente sistema
de relaciones sociales, políticas, económicas, institucionales y culturales se
derrumbará como dicen que ocurrió con el territorio de los atlantes.
Surgirá una nueva estructura social.
Será un terremoto donde muchos de los que son primeras figuras no lo serán y
muchos que no lo son, sí lo serán. En el cual las referencias existentes serán
inútiles y nuevos ideales, aspiraciones y quimeras emergerán. No todo
desaparecerá: el Ávila y el Roraima seguirán en su sitio, pero no mucho más.
Hay que prepararse para el cambio porque el cambio duele aunque se desee y se
necesite.

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