Ángel E. Álvarez 22 de septiembre de 2019
@polscitoall
Los
movimientos sociales motorizan el cambio político. La historia de movimientos
sociales exitosos es larga. Casos exitosos frecuentemente estudiados son el
movimiento de las sufragistas a comienzos del siglo pasado, en países
anglosajones; el movimiento contra la guerra en Vietnam; la lucha por los
derechos civiles en los Estados Unidos; las revoluciones de colores en los
países comunistas de Europa del Este, hace más de tres décadas, y más
recientemente, las “primaveras” de los países árabes. La mala noticia es que
también es larga la lista de fracasos, éxitos parciales y retrocesos. El éxito político depende en alguna medida de
las capacidades de quien lo persigue, pero en buena parte también de factores
imponderables o desconocidos. No
obstante, como dijera Nicolás Maquiavelo, “donde hay buena disciplina, hay
orden, y rara vez falta la buena fortuna” y así no se alcance el éxito, “vale
más hacer y arrepentirse que no hacer y arrepentirse.”
No
es una operación sencilla la identificación precisa de las razones por las que
algunos movimientos avanzan, crecen en seguidores, logran metas y cambian el
mundo, mientras que otros inicialmente prometedores languidecen y fracasan. No
obstante, hay algunas pistas que pueden ser usadas para diagnosticar el éxito
potencial de un movimiento de acción y protesta política.
La
primera pista es la especificidad de los objetivos. Mientras los políticos hoy
en día están obligados a formar grandes coaliciones heterogéneas de grupos de
personas con problemas, intereses o preferencias dispares, lo que lleva a la
creación de los catch-all parties, los movimientos sociales exitosos están
formados por activistas single-issue. Un movimiento social se centra en un solo
asunto, un solo problema público y una sola estrategia para resolverlo. El movimiento por los derechos civiles en US
se activó y mantuvo centrado en el logro de unas determinadas reformas
legislativas claramente definidas por sus líderes; las sufragistas, lucharon
por el derecho al voto; la revolución bulldozer en Serbia buscaba el
derrocamiento de Slobodan Milošević, no menos, no más. Ergo, si un movimiento
que busca un cambio, digamos “elecciones justas,” se dispersa en consignas como
“elecciones justas, pero sin el candidato X”, “reforma económica y elecciones
justas,” “intervención humanitaria y elecciones justas” o “golpe de estado y
elecciones justas,” lo más probable es que fracase. Igualmente ocurre si el objetivo es vago y
difícil de concretar en acciones y plazos específicos.
Para
saber cómo hacer algo en política, es indispensable saber cuales son los
recursos de poder con los que realmente cuenta el movimiento y cual es la vía
más eficiente para emplear tales recursos. El éxito del movimiento Otpor!
(¡Resistencia!) de Serbia estuvo basado justamente en la clara identificación
de los recursos de poder de los jóvenes estudiantes. Curiosamente, el humor, la
creatividad, fue justamente uno de estos recursos (recomiendo ver este video,
lamentablemente solo existe en inglés:
https://www.youtube.com/watch?v=3CV9XjA8CnU).
La
necesidad de un propósito y un método de lucha claramente establecidos se
vuelve notoria y es evidente si observamos los movimientos fallidos. Por
ejemplo, la consigna “que se vayan todos” en Argentina movilizó masivamente a
la población contra el gobierno. Cinco presidentes se sucedieron en una semana,
el peronismo de izquierda volvió al poder, pero los cambios de política
económica nunca fueron sustantivos. Se fueron muchos, pero poco cambió.
Igualmente, el movimiento Occupy Wall Street de 2011 tenía muchas quejas
legítimas contra las grandes corporaciones financieras, pero nunca pasó de
eslóganes ni luchó por una meta concreta.
En
Venezuela, 2019, la consigna “cese a la usurpación” movilizó apoyos nacionales
e internacionales a favor de un cambio político, pero los líderes de la
oposición han tenido claro, al parecer, que no es suficiente señalar lo que
quiere, sino que es necesario tener una idea clara de cómo hacerlo. El cambio no
lo produce la repetición ad nauseam de un eslogan, sino con una visión clara
del cambio que desea lograr. Eso significa, además, no atarse las manos
rígidamente a un listado de pasos imaginarios. No es determinar a priori la
secuencia de hechos inciertos. Lo importante es que el movimiento y sus líderes
sepan qué persiguen, en qué terreno están parados y cómo lograran sus metas.
Como
dijo Sun Tzu en el Arte de la Guerra: “Conócete a ti mismo, conoce a tu enemigo
y conoce el terreno”. Saber donde se pisa es conocer el terreno del conflicto.
Y ese terreno puede ser el territorio, pero también es el complejo mapa de
aliados actuales y potenciales, así como el de los adversarios. Ningún
movimiento social logra sus metas de un día para otro ni manteniéndose “puro”,
asilado de alianzas y compromisos, incluso con aquellos que anteriormente
fueron indiferentes e incluso adversarios.
Por ejemplo, en el movimiento de derechos civiles del Doctor Martin
Luther King Jr. se enfocó, inicialmente, en movilizar a los negros del sur,
pero luego ganaron el significativo apoyo de blancos del norte. Harvey Milk
comenzó el movimiento LGBT solo con el apoyo de personas homosexuales en la
calle Castro, San Francisco, pero obtuvo el respaldo masivo de heterosexuales
liberales en el área de la Bahía.
Rechazar
un apoyo proveniente de alguien que antes fue indiferente o incluso de alguna
manera parte de la coalición en el poder es, dicho simplemente, un sin sentido.
Todo movimiento busca corregir alguna injusticia, por ello es tan fácil caer en
la tentación de demonizar al otro lado. Es aquí en donde muchos movimientos
fallan. La rabia es un movilizador efectivo para los propios, pero la revancha,
la venganza y el odio difícilmente atrae a otros no plenamente convencidos pero
necesarios. Bloquear calles, lanzar
piedras y cocteles molotov a la policía u otros contrincantes, es más probable
que genere rechazo de potenciales aliados y que haga mucho más difícil obtener
apoyos claves dentro de la estructura del poder. En 2016, por ejemplo, durante
las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, los llamados “Bernie
Bros.” lograron cierta simpatía a los partidarios incondicionales de Bernie
Sanders, pero sin dudas provocaron el rechazo de muchos que eran necesarios
para ganar la nominación.
Finalmente,
si bien es crucial ganar aliados, también es importante identificar las
instituciones nacionales o internacionales que tienen el poder propiciar el
cambio buscado. Tales pilares varían de un caso a otro y son más fáciles de
detectar en un contexto democrático que en uno autocrático. Esta identificación
es tan importante como tener apoyo popular. Sin apoyo institucional, es poco
probable el éxito. En la revolución serbia, por ejemplo, el movimiento Otpor
vio en los arrestos de sus activistas una oportunidad para construir relaciones
positivas con la policía. Los manifestantes se entrenaron no para agredir y no
solo para protegerse, sino también para defender a los policías de agresiones y
provocaciones dentro de sus propias filas. Al final, cuando la policía tuvo que
decidir si disparar contra las multitudes o unirse a las filas del movimiento,
eligieron lo último.
No
hay un recetario de cómo tener éxito político. Mucho menos en ambientes tan
convulsos e inciertos como los que rodean a los movimientos sociales de
protesta. Lo que es cierto, es que los movimientos exitosos cuentan con un
método, su propio método, no reducido a un listado de buenas intenciones
repetido en consignas o mantras, ganan aliados construyendo esperanzas en lugar
de esparcir amenazas, identifican y ganan finalmente el apoyo de instituciones
claves y, sobre todo, tienen claro cuáles son sus objetivos, los definen de
forma precisa, establecen metas realistas y conocen sus propios recursos de
poder.
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