Américo Martín 24 de septiembre de 2019
Ha
sido impresionante el arco, rizo o bucle trazado imaginariamente en el aire por
Maduro y Guaidó a propósito del diálogo iniciado y cerrado en Barbados y de lo
ocurrido en la venerable Casa Amarilla. Todo fue una jugada política, oficio
que por desgracia nunca ha tenido buena prensa. Ojalá la tensión entre el
mayoritario y mundialmente reconocido eje opositor AN-Guaidó y el militarizado
bloque social en el poder encabezado por Maduro, discurriera siempre por los
caminos de la Política.
Puede
ser una ilusión, por supuesto, pero responde al sentimiento mayoritario del
país y al de la comunidad internacional, que presionan una merecida solución
pacífica, electoral y democrática.
Porque
el asunto no consiste solo en impulsar un profundo cambio democrático, sino en
lograrlo sin añadir torrentes de sangre a la masiva devastación de Venezuela
La
secuencia de lo ocurrido habla por sí sola. La delegación oficialista se retiró
sorpresivamente de Barbados en protesta por nuevas sanciones anunciadas por
EEUU, de acuerdo con su ordenamiento jurídico. Las acusaciones se refieren a
presuntos delitos de narcotráfico y violación de DDHH y emanan de autoridades
norteamericanas, no venezolanas. La decisión de retirarse de Barbados acusando
a la oposición de dictar actos respecto de los cuales es manifiestamente
incompetente, podría ser un pretexto para no responder a sus propuestas. Esa
presunción se hubiera desvanecido de no ser porque el oficialismo selló sus
labios. En debates medianamente serios tal conducta ilumina por mampuesto
trasfondos no claros.
Tiempo
tuvieron de enmendarla, pues la delegación de Guaidó esperó ¡40 días! antes de
declarar agotado el “diálogo de Barbados”. Lo cual no significa que se agotara
también el de Oslo, como con aguda inteligencia declaró el diputado Ángel
Medina. La negociación sigue planteada, como lo pide el mundo y ratifica el eje
Guaidó-AN.
Me
llueven las preguntas:
¿Qué
opinas del acuerdo?
Por
oficio –respondo– debo analizarlo con serenidad y temple, es decir: sin
sucumbir a sordideces analíticas.
Me
comunico incluso con Claudio, antiguo amigo, para conocer pormenores que pueda
extraer de una conversación cordial pero franca. Quiero formarme un juicio, no
un prejuicio, a fin de ayudar a enriquecer la respuesta opositora. Pero la
sucesión de hechos significativos y de declaraciones pertinentes, me
proporcionan bastantes elementos de reflexión.
Lo
sucedido en la Casa Amarilla es una jugada política del poder. Mejor le iría si
se aficionara a “las armas de la política” en lugar de a “la política de las
armas”. Porque son las de fuego las que lo han conducido “preso con lazos de
acero al potro de su destino”, dicho sea con la venia de Andrés Eloy Blanco.
También
es una jugada política de grupos opositores minoritarios que esperan ampliar su
espacio, cosa en modo alguno criticable, salvo que conviertan en blanco de su
estrategia al liderazgo mayoritario de la disidencia.
No
se puede perder la brújula y ponerse a cambiar el curso de la historia. No por
azar la AN y Guaidó encabezan el cambio democrático
Verdad
es que el sectarismo puede alterar pronósticos. De ahí que sumar, siempre
sumar, incluso a gente adversaria, vale más que hostigar a quienes no sean
“cristianos viejos”.
Si
la tragedia que abruma al país explica la rabia en el corazón de los
venezolanos, no tendría explicación alguna que el odio determine la conducta
del liderazgo mayoritario. Se explica la rabia del país pero es imprescindible
que los conductores sean templados para contener pasiones y serenamente firmes
para enfrentar retos.
Por
reconocer cualidades como esas en el vilipendiado Guaidó, la plenaria –votando,
no incendiando– lo reeligió por unanimidad. ¡Hombre:unanimidad!
¡Ruidoso
silencio!
Américo
Martín
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