Juan Guerrero 19 de septiembre de 2019
@camilodeasis
Mi
sobrino Pedro publica por las redes sociales su listín de pago quincenal que le
depositan por ser, tanto profesor de pregrado como de postgrado, en el hospital
de San Fernando de Apure, allá en el llano venezolano.
Por
ser médico-docente de pregrado le han cancelado esta quincena, poco más de 6
mil bolívares. Mientras que por ser docente de postgrado, algo más de 3 mil
bolívares. En total, no llega a 10 mil bolívares su quincena. Que al cambio
oficial se traduce en 0,47 centavos de dólares americanos.
Hoy
también he leído por las redes sociales lo escrito por un usuario y académico
universitario: “He ido a mi universidad. Todo está desolado y en ruinas. Pero
lo más terrible es que he visto gente caminando descalza”
También
he visto un video de la manifestación de docentes de educación media. En él, un
profesor muestra sus rústicos zapatos, hechos con caucho de llantas de
automóvil porque no tiene cómo comprar zapatos.
Escribo
a esta hora de la madrugada (12:34am.) porque antes la electricidad la habían
suspendido por cerca de 6 horas. Eso ocurre todos los días en la ciudad donde
vivo, Barquisimeto. En ocasiones hasta dos veces al día.
Mientras
escribo pienso en la cantidad de tragedias que cada día, hora tras hora,
vivimos quienes quedamos en este campo de exterminio sistemático que llaman
república bolivariana de venezuela (así todo en minúsculas), tan marginalizado,
humillado y corrompido.
Paso
los días como casi la gran mayoría buscando alimentos, junto con mi esposa,
quien esta semana se quebró y entró en crisis depresiva. Vivió de niña con su
familia el horror de la tragedia de la revolución cubana. Con un padre a quien
metieron preso y casi lo fusilan. Teniendo que volver a vivir, cual déjà vu
tropical, la misma historia, pero ahora como profesora universitaria teniendo
que sobrevivir como repostera y correctora de libros de matemáticas especiales.
Creo
que es hora de declarar que hemos perdido esta guerra. Es bueno admitirlo para
tomar conciencia de semejante hecatombe social. La marginalidad, la mentalidad
parasitaria hecha Estado y régimen, han dominado y controlado todo. Porque
aunque superemos este dantesco horror las estadísticas nos indican,
profesionalmente, que toda una sociedad ha sido controlada a sangre y fuego.
Cerca de 5 millones de ciudadanos han huido de este horror chavista-socialista
del siglo XXI. Más del 22% de la población infantil se encuentra en situación
de desnutrición severa-crónica.
Más
del 75% del parque industrial está desmantelado, en obsolescencia o funciona en
precarias condiciones. Más de 30 mil médicos se han ido del país. La producción
petrolera ha descendido a niveles históricos, menos de 1 millón de barriles al
día. Extensas áreas de bosque tropical en la amazonía venezolana, poco más
extenso que el territorio de Portugal, está siendo deforestado por bandas de
delincuentes y grupos paramilitares extranjeros, buscando oro, diamantes y
metales estratégicos.
Pienso
en mí, en mi familia, en mis amigos. En todos los años pasados, cerca de 30
años de trabajo, la mayoría como docente universitario. ¿Qué me sostiene en
este momento? ¿Por qué sigo aquí? Viendo este inmenso y siniestro derrumbe
social. Escribiendo semanalmente para documentar esta guerra del hambre. Esta
hecatombe de destrucción sistemática de una sociedad, de todo un país.
Tomar
consciencia de esta derrota es saludable y necesaria para saber sobrevivir.
Salir a flote y aprender a valorar lo poco o mucho que hemos obtenido en la
vida. Porque en esta guerra nadie ha salido vencedor definitivamente. De hecho,
no lo habrá. Todos hemos perdido.
La
nueva sociedad que resulte de esta destrucción masiva deberá cargar,
arrastrando tras de sí a millones de sobrevivientes minusválidos. Cuerpos
enfermos, esqueletos andantes que no podrán sanar jamás sus heridas. Ni
físicas, ni mentales, ni espirituales.
Esa
carga social de unos seres humanos que tendrán que ser asistidos por un Estado
y un gobierno, también empobrecido, que deberá clamar al mundo por ayuda
humanitaria mientras sus connacionales en el extranjero, mantendrán la otra
carga a fuerza de remesas a sus familiares. Una sociedad que llegó a poco más
de 30 millones de habitantes y que estadísticamente se reducirá a menos de 22
millones de empobrecidos venezolanos.
Una
fuerza laboral enferma, debilitada, temerosa y llena de incertidumbre. Que no
cuenta en la actualidad con seguridad social de ningún tipo, aislada del resto
del mundo, sometida al absoluto acoso gubernamental. Mientras su cuerpo
académico, reducido al mínimo, lucha por mantener funcionando, precariamente,
el Alma Mater.
Lo
he repetido una y otra vez. Esta sociedad ya no puede sola salir de esta
dominación internacional a la que ha sido sometida. No vale la pena especificar
ni seguir reflexionando sobre ello.
Necesitamos
ayuda militar externa, urgente, para proteger a la sociedad civil de esta
dantesca, sistemática y criminal matanza, por hambre, que se ejecuta en
Venezuela.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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