Américo Martín 09 de septiembre de 2019
Indalecio Prieto, líder socialista español y a quien
bastaba mirar a sus semicerrados ojos para comprender que era uno de los
políticos más inteligentes de la asediada España, pronosticó el aislamiento
terminal de la martirizada nación si cometía el error de responder al avance de
Franco asumiendo la verba de los comunistas soviéticos y los extremistas
nativos. Parecía escrito que Inglaterra y Francia intervendrían para
contrarrestar el masivo respaldo que Italia y Alemania le estaban brindando al
movimiento nacional-falangista encabezado por el “caudillo por la gracia de
Dios”.
Aunque el gobierno socialista francés de León Blum
estaba atado a un tratado de defensa con los gobiernos cada vez menos moderados
que se sucedían en el mando de la República, en realidad de verdad rehuía
ostensiblemente cumplir el compromiso, más allá de apoyos retóricos y al final,
ni eso. Igual, Inglaterra.
Por cuatro motivos socavaron la esperada solidaridad y
naufragó el gobierno democrático: 1. el temor natural a envolverse en guerras
2. La presión radical que, junto a una bárbara división interna en el amplio
movimiento republicano, bloquearon el manejo político y alejaron a los
mayoritarios sectores partidarios de la más firme unidad 3. El uso de epítetos
y descalificaciones contra quienes deberían ser tratados como aliados 4. La
amenaza de venganza y muerte que consolidaba a los seguidores del fascismo por temor
a ser aniquilados en la forma despiadada como predicaba el extremismo
antifascista. No entendía éste el sentido instrumental de la Política, cuyo
propósito es:
- ganar a todos los
que se pueda, incluso de procedencia adversaria, lo que de paso evita los desenlaces
sangrientos;
- y neutralizar a
quienes no se pueda ganar, misión imposible si se les amenaza con
terribles venganzas para el caso de un cambio de gobierno y si a quienes
sugieran iniciativas flexibles –acertadas o no- se les tache de
colaboracionistas, traidores, ladrones o bandidos, sin presentar pruebas
ni permitir que defiendan su honor.
En fin, la anti-política, el odio frenético, el no
saber distinguir entre aliados y adversarios ni apreciar la urgencia de
aumentar los respaldos propios abriendo caminos de entendimiento al malestar en
la otra acera. El informe amasijo de clamores maximalistas está destinado a una
estrepitosa derrota.
La pasión desbordada será vencida y sus cultores
podrán reincorporarse a la moderada y serena razón, si así lo desean. Desde
luego, nunca diré que el caballero Steed y la señora Peel –The Avengers– puedan
creer que pensar distinto sea un delito tipificado como tal en el Libro de los
Tiempos. Son sensibles y de buena fe.
La unidad es la premisa de los grandes cambios. El
divisionismo descalificador lo es de las grandes derrotas. La unidad necesita
oportunidades que la hagan posible. Ninguna más pertinente que la sombría
sentencia del TSJ
Las universidades practican la enseñanza competitiva y
de excelencia. Los países que cultivan el conocimiento expanden socialmente la
enseñanza-aprendizaje porque saben que pobreza y subdesarrollo son
incompatibles con desarrollo civilizado. En “La Venezuela de la
decadencia” (con la venia de Pocaterra) la educación agoniza y las estranguladas
universidades pierden calidad docente.
La sentencia 324-19 va contra autonomía y libertad
académica, bases del creativo pluralismo, némesis del pensamiento único.
Aboliendo Claustro y Asambleas de Facultades matan el cogobierno y el carácter
electivo de las autoridades. Siendo causas tan sentidas, la resistencia contra
la infeliz sentencia será heroica. Sé por experiencia que el malestar
unificará a venezolanos de distinta procedencia –incluso del bloque en
el poder- asqueados por el pésimo estado de nuestra Patria.
Esa unidad en ciernes seguramente restablecerá los
fueros de la razón
Américo Martín
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