Simón García 24 de septiembre de 2019
@garciasim
La
política no es indemne al tropel de destrucciones que nos azota. Merece ser
defendida, como uno de los bienes públicos a rescatar por los ciudadanos que la
necesitan más de lo que lo admiten. Ella es el lugar de la resistencia cívica y de arriesgado acto de responsabilidad
humana frente al poderío aplastante del Estado autoritario. Los regímenes de
fuerza aborrecen la política, el diálogo, el debate y el voto.
Las
redes son instrumentos de la antipolítica. Ellas, convertidas en coto de
represión mental de una jauría digital, permiten cumplir de modo sofisticado,
tareas típicas de inteligencia policial: el fusilamiento moral del espíritu de
luchas, la decapitación de los líderes, la erosión del prestigio de los
partidos políticos y la instalación de un clima de intolerancia, desconfianza y
exclusión que también obstruye el cambio. Los miles de tuits diarios que se
fabrican en Miami crean una bomba tóxica.
El
retorno de la política debe contener eficacia práctica y reaprendizaje de
valores democráticos. Aún constreñida a desenvolverse bajo reglas
dictatoriales, la política si es alternativa, tiene que prefigurar la demanda
de libertad, el ejercicio de la solidaridad con los más débiles, la vocación de
servir a otros y la preservación de las diferencias que fundan la pluralidad.
La
eficacia política se mide por sus resultados, en cuánto y cómo se avanza
respecto a los objetivos. Si esta relación es desfavorable hay que tener el
coraje de introducir cambios en la estrategia de cambio, aún a costa de ser
víctimas del falso consenso de las redes. Es más importante consolidar la
unidad, elevar la capacidad de neutralizar o atraer sectores del bloque
dominante, ampliar las alianzas o aumentar el tamaño de las vanguardias que
inhibirse para no arriesgar costo reputacional. Bajo dictaduras hay que saber
nadar entre remolinos y contracorrientes.
Hoy
es letal cerrar los ojos ante nuestras limitaciones y carencias o insistir en
justificar errores frente a los hechos. Si los éxitos iniciales están cediendo
porque la vía rápida se atascó o porque ya es insostenible exigir como
requisito previo lo que debe mantenerse como un resultado en el proceso, es
hora de revisar e innovar.
Un
entendimiento plural y nacional debe ser procurado en base al cese de la destrucción
del país, la contención de la crisis humanitaria, la aprobación de un
cronograma para unas elecciones libres y justas que incluyan presidenciales y
parlamentarias, la formulación de un esquema de nueva gobernabilidad
democrática con garantías creíbles por el chavismo y la aprobación de un
programa de reconstrucción que reunifique a los venezolanos. La conducción de
esa estrategia debe seguir en manos de la AN, sin exclusiones ni pretensión de
hegemonizarla.
La
mayoría opositora, encarnada en Guaidó y la AN deben abordar el acuerdo,
parcial e incompleto entre el régimen y la oposición minoritaria, como un hecho
positivo que contiene más oportunidades que amenazas. No es una competencia
indebida contra la mayoría dirigente. Al contrario, oxigena a la mayoría porque
hace su concurso indispensable para darle representatividad y capacidad de
ejecución a ese acuerdo. Fortalece la institucionalidad de la AN, permite
acuerdos parciales y paliativos antes de resolver lo principal y abre un margen
para que la AN retome la iniciativa de Noruega en nuevas condiciones.
Es urgente darle prioridad al objetivo
electoral porque es cambio en paz, sin golpes ni invasiones. Para abrir esa
nueva política transicional la unidad debe dejar de ser acomodos de sobrevivencia.
Ser unidad noble, inteligente y activa acumulación de victorias compartidas,
descentralizadas, con noción de futuro y sentido de país. La unidad es método y
fin.
Simón
García
@garciasim
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