Joaquín Villalobos(*) 17 de septiembre de 2019
Fidel
Castro solía lamentarse de que la primera revolución marxista en el continente
hubiera tenido lugar en un país pobre como Cuba; decía que habría sido mejor en
un país rico como Venezuela y lo intentó. En los años sesenta un grupo de
cubanos se sumó a las guerrillas venezolanas y cuenta Teodoro Petkoff, veterano
de aquella insurgencia, que Fidel les propuso enviar al Che Guevara, pero los
guerrilleros venezolanos se opusieron, obviamente el Che sería más ruido que
ayuda. En los ochenta las luchas revolucionarias más importantes tuvieron lugar
en Nicaragua y El Salvador, dos países más pobres que Cuba que estaban más para
pedir que para dar. En ese contexto se derrumbó la Unión Soviética que era la
gran proveedora, el panorama se volvió desolador, Cuba se organizó para
resistir el hambre y, entonces, llegó Hugo Chávez.
A
diferencia de Colombia, que es un país violento con una cultura política
civilista, Venezuela es un país pacífico con una cultura política militarista.
Muchos venezolanos les confieren a los militares el papel de “salvadores de la
patria”. No es extraño que el rechazo al ajuste estructural de Carlos Andrés
Pérez acabara convertido en oportunidad para el golpismo militar en 1992 y
luego en la victoria electoral del teniente coronel Hugo Chávez en 1998. El
militarismo venezolano de tradición conservadora, vocación autoritaria, pasado
represivo y entrenamiento estadunidense, pudo así alcanzar el poder con una
narrativa antipolítica como la de Fujimori, para luego asumir una plataforma
izquierdista antineoliberal. La pregunta en aquel momento era si Chávez era un
nuevo “gorilato militar” o una revolución como él decía.
Intelectuales
de izquierda de todo el planeta comenzaron a estudiar el militarismo venezolano
y su propuesta de socialismo del siglo XXI. Se escribieron miles de páginas
para darle a los uniformados bolivarianos sus credenciales revolucionarias. En
vida a Salvador Allende nunca se le consideró un revolucionario, tampoco a Juan
Velazco Alvarado, mucho menos a Juan Domingo Perón o al general Omar Torrijos a
quien Fidel simplemente llamaba “guajiro filósofo”. ¿Qué tenía Chávez que logró
que Castro cantara el “Happy Birthday” en inglés?, ¿qué hizo que estos
militares terminaran aceptados rápidamente como revolucionarios? Los ingresos
petroleros de Venezuela desde 1998 hasta 2016 se estiman en cerca de un millón
de millones de dólares, el más grande boom petrolero en la historia de
Venezuela. Una verdadera orgía de dinero a la que los militares venezolanos
invitaron a los izquierdistas de todo el planeta. Fidel Castro, que ya había
hecho gala de pragmatismo respaldando a los cuasinazis militares argentinos en
la guerra de las Malvinas, se prestó para reconocer como revolucionarios a unos
gorilas sin ideología que tenían mucho dinero y estaban dispuestos a repartir.
La
plata venezolana llegó, así, a los extremistas de izquierda de todas partes:
Estados Unidos, Gran Bretaña, España y toda América Latina; se pagaron
consultorías a académicos europeos a precios de ejecutivos de Coca Cola, se
financiaron partidos políticos, organismos no gubernamentales, campañas
electorales, candidaturas presidenciales, convenciones internacionales, se
inventó la Alianza Bolivariana de América, se alineó petroleramente a los
pequeños países caribeños y con 90 mil barriles diarios de petróleo Cuba logró
sobrevivir y ganar tiempo para empezar a transitar gradualmente al capitalismo
porque su socialismo ya había fracasado.
El
dinero venezolano tuvo tres destinos principales, una parte en políticas
sociales, otra en geopolítica de protección y otra para los militares y la
elite chavista. Todo esto se hizo con un manejo brutalmente ineficiente,
despidiendo a los técnicos y colocando militantes en posiciones de gobierno,
hasta alcanzar una burocracia de más de dos millones de personas. Las Fuerzas
Armadas pasaron a tener el doble de generales que Estados Unidos ascendiendo a
dos mil oficiales a ese rango, con ello tuvieron más cabeza que cuerpo, algo
ilógico para una fuerza militar, pero lógico para distribuir corrupción.
Compraron armamentos militarmente inútiles bajo contratos que les permitieron
hacerse de miles de millones dólares. El desorden en el manejo de los recursos
ha sido gigantesco, sin controles y bajo el supuesto de que gobernarían por
siempre sin jamás tener que rendir cuentas a nadie.
El
dinero era tan abundante que se tapaba el despilfarro con más despilfarro. Si
escaseaba comida se compraba más y se la dejaba pudrir sin repartirla. En esa
ruta se realizaron expropiaciones que lo mismo perjudicaban a grandes capitales
que a panaderías de barrio. Las empresas expropiadas terminaron arruinadas,
afectando el mercado, golpeando la estructura productiva y las cadenas de
distribución de productos. Cuando cayeron los precios del petróleo estalló el
drama del hambre para los más pobres y se les repartió represión como alimento.
Los saqueos más violentos y la represión más brutal han ocurrido en antiguos
bastiones chavistas, entre éstos, el lugar donde nació Hugo Chávez y el barrio
donde vivió Nicolás Maduro cuando era pobre.
Por
un momento algunos, aunque nunca estuvimos de acuerdo con la tal revolución
bolivariana, pensamos pragmáticamente que, a pesar del desorden, el chavismo
podía derivar en inclusión social, generación de nuevas élites y un partido
político de izquierda que podía madurar con el tiempo. Pero no hubo ahorro, no
hubo transformación productiva, no hubo planes sociales sostenibles, no hubo
construcción de institucionalidad, se dejó de realizar elecciones libres cuando
se tuvo certeza de perderlas y se inventaron una Asamblea Constituyente
partidaria para quedarse gobernando para siempre por la fuerza. Entre el 6 de
abril y el 7 de agosto los militares y paramilitares han asesinado a 156
personas y herido a más de 10 mil. Existen más de 600 presos políticos y la
tortura se ha vuelto sistemática.
Las
revoluciones, equivocadas o no, descansan en procesos sociales en los que se
lucha en desventaja contra un poder muy superior. Esto obliga a un despliegue
extraordinario de mística, heroísmo, espíritu de sacrificio, capacidad de
organización, un extenso voluntariado y un manejo austero de los escasos
recursos de que se dispone. Las revoluciones suelen ser por ello un momento muy
religioso de la política. Nada de esto estuvo, ni ha estado presente en el
ascenso del chavismo. Este llegó al gobierno vía elecciones libres, una vez
allí pasó a administrar una abundancia extraordinaria, durante dos décadas
reinó políticamente en el continente y gozó de la tolerancia de cuatro
gobiernos de Estados Unidos. Es hasta que empezaron a matar, apresar y torturar
que se acabó la tolerancia.
En
Venezuela se produjo un engendro en el que se combinaron la utopía
izquierdista, el autoritarismo militarista de derechas, el oportunismo
geopolítico, la ineficiencia de gobierno y el dinero como factor de cohesión.
Ni los utópicos, ni los militares sabían cómo gobernar y el resultado ha sido
fatalmente destructivo. Corrupción hay en todas partes, pero el problema más
grave es que en Venezuela, mientras todos se ocupaban de robar, nadie se
ocupaba de gobernar en serio. El engendro derivó en una cleptocracia de gran
escala. Más que militancia revolucionaria construyeron redes clientelares, las
milicias y “colectivos” son lumpen pagados y la propia dirigencia izquierdista
terminó en una descarada corrupción.
Recuerdo
que en una ocasión se acusó a Fidel Castro de tener cuentas en el extranjero y
éste respondió con mucha firmeza que estaba dispuesto a renunciar si se lo
probaban. La aplicación de sanciones personales por parte de Estados Unidos a
Nicolás Maduro y otros 22 dirigentes chavistas incluye congelarles cuentas y
bienes en Estados Unidos. Ni Maduro ni los principales dirigentes incluidos en
estas listas han negado que posean bienes y cuentas. Al vicepresidente Tareck
El Aissami se le ha descubierto una fortuna personal de varios cientos de
millones de dólares. ¿Cómo fueron tan estúpidos para declararse revolucionarios
antiimperialistas y al mismo tiempo abrir cuentas y comprar propiedades en
Estados Unidos?
El
desastre del chavismo es un golpe moral muy grande al extremismo de izquierda,
porque reafirma la inviabilidad de su utopía. No sólo por el fracaso
programático bolivariano ha derivado en crisis humanitaria, sino porque el
rechazo visceral a la riqueza y al capital se ha evidenciado como hipocresía y
hasta como resentimiento social izquierdista. Es cierto que
se combinaron intereses políticos, pero la codicia personal ha sido un
componente colectivo indiscutible en la red clientelar mundial chavista que ha
dejado a no pocos “revolucionarios” convertidos en millonarios. No tiene nada
de malo tener dinero, pero es hipócrita proclamarse anticapitalista y volverse
rico con dinero público.
El
ser humano está programado para la competencia y la cooperación, intentar sistemas
que descansen sólo en uno de estos dos grandes componentes de la naturaleza
humana es una receta para el fracaso. Se puede ser rico y solidario y también
se puede ser pobre y codicioso. El verdadero proyecto de izquierda debe poner
el énfasis en la solidaridad, pero asumiendo sin pena y sin miedo la
representación del derecho a la superación individual para darle oportunidad a
la generación de riqueza. Sin deseo de superación no hay riqueza y sin
solidaridad no hay seguridad. Sin ambas cosas no se puede superar la pobreza.
La razón de los éxitos del centro izquierda en Uruguay, Chile, Costa Rica,
España, Suecia, Noruega, Dinamarca y otros países reside en el respeto al
mercado y a la democracia. Cuba y Venezuela reafirman nuevamente que la utopía
izquierdista no funciona. Ésta genera pobreza y dictadura y vuelve hipócritas y
cínicos a dirigentes que se inician con voto de pobreza y terminan invadidos
por la codicia.
¿Por
qué nadie le dijo a Chávez que no se peleara con el mercado y que evitara
expropiar empresas? Cuando él llegó al gobierno, la extrema izquierda ya venía
de regreso en ese tema, incluso cuidando la estabilidad macroeconómica en
arreglos con organismos financieros. Algunos países con gobiernos de izquierda
que se definieron bolivarianos respetaron el mercado y sus economías han
crecido. ¿Por qué Cuba, que estaba desarrollando reformas capitalistas, en vez
de señalar el error empujó al chavismo a la radicalización? ¿Por qué los
consultores izquierdistas europeos tampoco dijeron nada? Callaron porque el
desorden y el despilfarro bolivariano era una condición óptima para sacar
recursos mediante acuerdos políticos, una economía más ordenada hubiera
obligado a controles administrativos. Al final todo esto ha sido una gran
estafa, la extrema izquierda engañaba al chavismo, los militares engañaban a la
extrema izquierda, los cubanos engañaban a los venezolanos, los chavistas se
engañaban a ellos mismos y todos juntos engañaron a los más pobres.
Joaquín
Villalobos*
*Ex
jefe guerrillero salvadoreño, consultor en seguridad y resolución de
conflictos.
*Asesor
del gobierno de Colombia para el proceso de paz.
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