Luis Manuel Esculpi 18 de septiembre de 2019
@lmesculpi
La
negociación es sin duda una herramienta política. Una definición laxa de esa
ciencia pudiera asumirse como el arte de la negociación. Esas conversaciones
sumamente complejas, como toda lucha tiene sus avances y retrocesos,
suspensiones y continuación. La experiencia ha demostrado que los más agudos
conflictos terminan resolviéndose en una mesa de negociación. Imposible
asegurar de antemano el tiempo de su éxito.
La
crisis venezolana no necesariamente será una excepción, el hecho de haberse
agotado el procedimiento iniciado en Oslo, no implica descartar para siempre
ese mecanismo.
El
régimen rehuye la alternativa de realizar elecciones verdaderamente libres y
competitivas, llegaron a la conclusión a partir de las últimas parlamentarias
de la imposibilidad de ganar unos comicios donde se garantizarán normas
transparentes. Por eso apelaron a la trácala en las elecciones de la ilegítima
constituyente, vulnerando el principio universal de “un elector un voto”,
convocaron irregularmente elecciones presidenciales y apelan a todo tipo de
artimañas para impedir procesos pulcros.
Ante
el eventual fracaso de las conversaciones promovidas por Noruega, el régimen
vino desarrollando un “Plan B”, que consistía en promover “una mesita” – así la
llamaban-en paralelo a las reuniones de Oslo y Barbados, con el claro objetivo
de dividir a los adversarios y constituir una oposición a su medida. La puesta
en escena en el día de ayer, no fue otra cosa que la concreción de ese plan.
Independientemente
de la representatividad de las organizaciones firmantes del acuerdo en la casa
amarilla, donde la mayoría no poseen fracciones parlamentarias, constituye un
intento de justificar la acción de levantarse de la mesa donde venían
participando. El acuerdo de incorporación de la bancada del PSUV a la Asamblea
Nacional constituye un reconocimiento explícito a la legitimidad de ese poder
legislativo, evidencia además que la tesis del desacato, solo era una vulgar
patraña para intentar impedir su normal funcionamiento.
El
régimen no se propone hacerle frente a la gravísima crisis económica y social
que vivimos, en su obsesión por conservar el poder a cualquier costo, intenta
llegar al próximo año sin celebrar elecciones presidenciales, lo que implica
enfrentar la aspiración de la inmensa mayoría de los venezolanos, de producir
el cambio político a través de esa vía constitucional, democrática y pacífica.
Otros
aspectos del fulano acuerdo resultan una especie de oferta engañosa, por
ejemplo el programa de cambiar petróleo por alimentos, según el economista
Francisco Rodríguez que ha sido su principal proponente señala: ” No es posible
sin el concurso del gobierno estadounidense y de la administración de Juan
Guaidó. Para implementarlo es necesario que Trump apruebe una excepción
humanitaria y que Guaidó autorice el uso de la cuentas de PDVSA en EEUU”.
Los
firmantes del acuerdo con el gobierno no han mostrado la misma actitud
diligente cuando solicitan la incorporación del PSUV a la AN, exigiendo el cese
de la persecución a los diputados legítimamente electos, la incorporación de
los exilados y la libertad de Edgard Zambrano y Rafael Requesen.
En
cuanto a la elección de un nuevo CNE, consideran al no lograrse los dos tercios
que se requiere para elegir ese organismo en la AN, aplicarían la fórmula de la
“inhibición parlamentaria” -como ya lo han hecho antes- para que en definitiva
lo elija el actual Tribunal Supremo de Justicia controlado por ellos.
En
los acuerdos no se menciona para nada la ilegitimidad de la constituyente, de
tal manera que habría un reconocimiento de los firmantes, en definitiva lo
contemplado en el “Plan B” del régimen terminará constituyendo una gran farsa,
con el cual suponen solventar la crisis política. ¡ Cuán lejos están de la
realidad!
Luís
Manuel Esculpi
@lmesculpi
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