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sábado, 28 de septiembre de 2019

Políticamente correcto, por @camilodeasis




Juan Guerrero 26 de septiembre de 2019
@camilodeasis

Hace muchos años en una clase de literatura, analizaba junto con mis estudiantes algunos cuentos venezolanos, entre ellos, los famosos Cuentos Grotescos, de Rafael Pocaterra. Por alguna razón, en su análisis surgieron discusiones sobre la pobreza, la desnutrición y el tipo de población marginada.

Uno de mis estudiantes señaló que la pobreza era un estigma al igual que el color de la piel. –¡Negro! Enfatizó para indicar que ese término englobaba muchas restricciones y negaciones.

Se me ocurrió hacer un ejercicio en la pizarra. A la izquierda –ex profeso- escribí la palabra negro, y a la derecha, blanco. Solicité la mayor honestidad, franqueza y neutralidad –en lo posible- para caracterizar los términos.
Al analizar los resultados pudimos categorizar, sintetizar y concluir con algunas afirmaciones. Una de ellas era que, simplemente, tanto negro como blanco eran palabras contenidas en el diccionario. Además, que el significado, después de todo, está en las personas y no en las palabras.

Esto último fue significativo porque, más allá de las connotaciones que pueda tener un término, siempre será la persona, el hablante, quien tendrá la última palabra. Recuerdo que hubo aportes, incluso, hasta de entonación de la palabra, lugar de enunciación y hasta su vinculación con otros términos.

Al final, hubo un total rechazo por la nueva nomenclatura que se introducía en la sociedad, afroamericano. Indiqué que ello era el resultado de discusiones antropológicas, sociológicas, de psicólogos y demás especialistas para rechazar el estigma que esa ancestral palabra poseía. Era lo que se conocía por aquellos tiempos, como políticamente correcto. Pero a mis estudiantes nunca les resultó ese nuevo término y entre ellos, cuando se encontraban con algún compañero, de color negro, pues le decían negro, negrote, negrito, mi negrito y pare de contar.

Creo que esta manera de abolir, por políticamente correcto, ciertos términos acuñados desde hace años, por uso y costumbre de grupos humanos, está llevando, por exceso de celo y reconocimiento a ciertas minorías, sean étnicas, sexuales, ambientales, religiosas, políticas, a una sesgada interpretación de la realidad.

Lo políticamente correcto nos está llevando a una encrucijada –si ya no es que estamos en ella- donde esas minorías se están y están imponiendo sobre las grandes mayorías, destruyendo valores, principios y fundamentos que no necesariamente son cuestionables.

Me refiero por ejemplo, a las minusvalías. Llamar a un niño mongólico no es, necesariamente una ofensa ni degradación. Es reconocer que semeja rasgos de esa étnia, que además posee deficiencias cognitivas. Esa es la realidad. Llamar a una persona, negra, por su color de piel, no tiene ninguna connotación ofensiva, lo mismo que decirle a otra, blanca. Es que el significado final, su connotación, está en la persona.

Como estos existen muchos otros términos que han sido censurados y hasta prohibidos oficialmente. En ello huelo cierto tufo, entre quienes han intentado razonar, para establecer una nueva supremacía, la supremacía de los resentidos.
Hoy nos enfrentamos a un ciclo de restricciones en el lenguaje, igual o peor que en los tiempos de la Inquisición. Lo políticamente correcto, sea de izquierda o derecha, sea progresista o conservador, está deformando el lenguaje e imponiendo nuevos eufemismos, esa hipócrita manera de nombrar, sesgadamente, el mundo y lo mundano.

Colocarle el término de trabajadora sexual –que para mí, conceptualmente, éticamente, no es un trabajo- a una mujer, por no decirle, puta, es un contrasentido.

Leí hace pocos días, que en España un grupo de defensoras de los derechos humanos estaba pidiendo no consumir huevos porque los gallos eran animales que violaban a las gallinas. Todo para preservar el medio ambiente y la defensa de los animales.
La hipersensibilidad de esta nueva categoría de defensores de todo, de estos anti todo, estos protestólogos de profesión, tiene sus sesgos, sus bemoles y esconden sus resabios como seres humanos.
Por aquello de aceptar a fuerza de gritería mundial el multiculturalismo a rajatabla –que me parece de lo más loable y natural- ahora las grandes mayorías en las sociedades deben aceptar, sin chistar ni protestar, la imposición de los nuevos valores que traen estos mini, progres y neos.

No dudo en reconocer, visibilizar y respetar –absolutamente- a estos grupos sociales. Pero, en el caso de la defensa de los derechos de la mujer –que en Occidente están reconocidos en prácticamente todos los países- sería interesante que sus dirigentes, también los de grupos, como LGBT, asumieran un rol protagónico y se fueran a luchar, acompañar a los dirigentes que viven en Arabia Saudí, China, Corea del Norte, Irán, Sudán. Allí están haciendo falta, mucha falta.

Juan Guerrero
@camilodeasis

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