Rafael Luciani 28 de septiembre de 2019
@rafluciani
Siempre existe la tentación de idealizar el mensaje de
Jesús y leerlo fuera de los contextos sociopolíticos y religiosos donde nació.
Sus gestos, acciones y palabras resonaron en los corazones de personas que
vivían en medio de una realidad fracturada y desesperanzada, llena de ira e
impiedad, agobiada por el peso de un porvenir incierto. Era una realidad cuyas
instituciones de gobierno producían cada vez más pobres y víctimas. Y las
autoridades religiosas sólo ofrecían una vida de fe que se reducía a las
devociones y al culto. Muchos habían olvidado la fuerza transformadora de palabras
como «reconciliación» o «justicia»; no recordaban cómo era una vida de
«solidaridad fraterna», sin violencia. Era un mundo donde una gran mayoría de
personas padecían situaciones inhumanas muy similares a las de nuestros
contextos, con una fuerte sensación de no ver más un futuro bueno para los
pobres y olvidados, ni la voluntad de construir un mundo mejor por parte de
quieres ejercían los poderes político, religioso y económico.
En medio de estas duras condiciones ¿cuál fue la
actitud de Jesús? Él aprendió, y así reconoció, de Juan el Bautista que el
proyecto de nación en el que él vivía, había fracasado (Mt 3,10.12), así como
el sistema religioso bajo el II Templo (Mt 3,7). No obstante, nunca esperó un
juicio divino, ni anunció la muerte de nadie. Comenzó a anunciar una buena
nueva que acontecería cuando el odio y la violencia no dominaran los
pensamientos y los corazones.
Nunca dejó de creer que sí era posible construir un
mundo más humano. Esta esperanza lo movía siempre a hacer cosas nuevas,
impulsándolo a abrir caminos en medio de la desesperanza que encontraba. Para
ello entendió que sólo podía haber Buena Nueva para todos, sirviendo a los
«pobres» y defendiendo a las «víctimas» (Is 61,1; Lc 4,18), para que no
existiese más la pobreza ni triunfase el victimario. La existencia cada vez
mayor de pobres y víctimas es testimonio de una sociedad donde la indolencia
comienza a ser normal, y el mal estructural va afectando los modos de pensar,
de actuar y de discernir.
Su profunda esperanza y confianza en que todo
mejoraría se alimentaba de la oración cotidiana. Por medio de ella pedía
fuerzas para hacer de «este mundo, como era el del cielo» (Mt 6,10), es decir,
que los hombres pudieran gozar de una calidad de vida como la de Dios (Gn
1,26). Su propuesta ofrecía algo que parecía insignificante: «sanar los
corazones rotos» (Is 61,1), y «rechazar a los que humillan» (Is 58,3). Muchos
se preguntaban cómo sería eso posible. Pero él, siguiendo el espíritu del
profeta Isaías, no cesaba de pensar y meditar: «¿no será más bien este otro el
ayuno que yo quiero: desatar los lazos de la maldad, deshacer las coyundas del
yugo, dar la libertad a los quebrantados, y quitar las duras cargas? ¿no será
partir el pan con el hambriento y recibir a los pobres sin hogar en mi casa?
¿que cuando veas a un desnudo le cubras y no te apartes de tu prójimo? Entonces
brotará tu luz como la aurora y tu herida se sanará rápidamente» (Is
58,6-8).
Perdonar supone «sanar la realidad» que ha sido
afectada por el mal estructural y «hacer justicia» para que no vuelva a
ocurrir. Pero esto pasa por revisar nuestras maneras de relacionarnos, de
hablar y tratar a los demás, de discernir lo que vivimos día a día, y
preguntarnos las verdaderas opciones que inspiran nuestros proyectos. Es un
proyecto de vida basado en el compromiso por transformar la realidad —personal
y social— y buscar la «reconciliación» anhelada para toda persona. Como lo
recordó Nelson Mandela: «no se trata de pasar la página, sino de volver a
leerla, pero esta vez juntos»; sin absolutizar el poder y la riqueza, sin
humillar ni violentar al que piensa distinto (Lc 6,20-26); con la compasión de
quien perdona (Lc 6,27-49) y rechaza toda forma de violencia (Jn 18,36). Leerla
confiando en Dios, pero sin ser ingenuos (Lc 16,13).
Urge discernir juntos la realidad de nuestro mundo, ya
globalizado, para que no existan más «pobres, presos, ciegos y oprimidos» (Lc
4,18), y aprender a hacernos cargo de cada uno de ellos como servidores
solidarios y luchadores por la justicia (Lc 6,20-23;
Mt 5,1-12). ¿Estaremos dispuestos?
Tomado
de: http://www.teologiahoy.com/secciones/seguir-a-jesus/el-reto-de-jesus-ante-un-mundo-fracturado
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