Semana 22 de septiembre de 2019
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En
Villa de Leyva 150 líderes, políticos, intelectuales, empresarios y académicos
de Colombia y el mundo se reunieron durante tres días para discutir los retos
que este sistema político atraviesa. Algunas de sus conclusiones.
¿Cuáles son las amenazas a la democracia en Colombia y en la región? ¿Qué y
quién debe protegerla? ¿Qué papel tienen los líderes para recuperar la
confianza en este sistema político que, como dijo Winston Churchill, “es el peor sistema de gobierno
diseñado por el hombre, a excepción de todos los demás”? Alrededor de estas y otras preguntas giró el
Festival de Pensamiento, llevado a cabo entre el 12 y 14 de septiembre en Villa
de Leyva. Un evento que congregó a 150 líderes, políticos, intelectuales,
empresarios y académicos de Colombia y el mundo.
En estos turbulentos tiempos la democracia liberal se
encuentra amenazada, y las pasiones humanas desbordadas arrinconan a la razón y
la cordura. Por eso, el festival se constituyó en un espacio para el diálogo y
la discusión racional entre personas de distintos orillas políticas e
ideológicas.
Discutir
sobre la democracia, su crisis y su porvenir, se convierte en una de las tareas
urgentes de la sociedad. Hablar de su futuro en el mundo es entender que se
encuentra en riesgo ese largo proceso de la humanidad por construir una mejor
forma de gobierno y de convivencia. Y solo la razón y el diálogo permiten hacer
un frente común para defenderla. Aquí no hay
espacio para los fanatismos, para las histerias y mucho menos para los
alborotadores anónimos de las redes sociales, que las usan solo para socavar
los pilares democráticos.
Así,
las conferencias y conversatorios del festival llevados a cabo durante tres
días se centraron en entender las amenazas a las democracias en estos países; el
fenómeno del populismo; el papel del intelectual
en una sociedad convulsionada; la corrupción y la pérdida de la legitimidad
democrática; la seguridad interna y externa y sus efectos sobre los Estados
democráticos; el papel de los medios de comunicación y de los periodistas en un
momento en que imperan las mentiras y los rumores.
De
las conversaciones entre los 150 asistentes surgieron innovadoras perspectivas
y formas de analizar el momento por el que atraviesan Colombia y los países de
la región, en especial Venezuela. Esas
formas de analizar el actual contexto y las respuestas que debe asumir la
sociedad y sus dirigentes se pueden resumir en cinco temas: democracia y
populismo, la función del intelectual, la erosión de las instituciones
democráticas, la seguridad y las fake news.
El populismo resurge
El populismo es todo y nada. Un término de
moda que usa la gente como se le da la gana. Se convirtió en la palabra
predilecta de políticos y personalidades con alguna influencia en la opinión
pública para descalificar a sus oponentes. Mientras tanto, los
estudios realizados por investigadores serios que explican este complejo
fenómeno duermen en los anaqueles de las bibliotecas.
Debido a esa desinformación, en realidad nadie sabe
qué es el populismo. Pero para determinar la amenaza que implica para una
democracia, se necesita definirlo y caracterizarlo de manera precisa, una ardua
tarea que, luego de décadas de estudios, continúa.
A grandes rasgos, el populismo es un modo de liderazgo
que elimina buena parte de las instituciones democráticas que median entre el
gobernante y los gobernados. El líder representa la voluntad popular y por lo
tanto, no necesita de la prensa ni de los órganos legislativo o judicial para
gobernar. Si bien difiere de la
dictadura (aunque puede ser su primera etapa), esta característica del
populismo supone el mayor riesgo para la democracia liberal pues asume acabar
con el armazón institucional sobre el que se sustenta. Y el mejor ejemplo es
Venezuela.
El
populismo no tiene una ideología definida. Puede ser de izquierda, como el
chavismo, o de derecha, como el gobierno de Fujimori en Perú. El éxito del líder populista radica en su
carisma, en que simplifica los complejos problemas sociales y en que soluciona
de manera inmediata clamores o profundas crisis. Por
eso no es raro que durante los primeros años de su gobierno la economía de un
Estado crezca de manera acelerada y las desigualdades sociales se reduzcan. Sin
embargo, a largo plazo esas medidas desestabilizan la economía y causan
profundas crisis económicas.
Si el populismo lesiona a la democracia liberal y en
algunos casos da el primer paso para eliminarla, ¿cómo surge y logra
consolidarse como forma de gobierno? Tiene su caldo de cultivo en el descrédito
al que llegan los partidos políticos, las instituciones democráticas, la
respuesta poco efectiva de gobernantes frente a problemas como al aumento del
empobrecimiento o de la desigualdad, o la exclusión de grandes sectores de la
población. En ese sentido, para evitar caer en el abismo del populismo
hay que atender las fallas que todo sistema democrático tiene, que se exacerban
en periodos de crisis económicas. Justamente lo que no hicieron los gobiernos
venezolanos antes del chavismo.
El intelectual: ¿Una especie en vía de extinción?
No hay duda de que este personaje cumplió un
importante papel en la consolidación de las democracias liberales, aunque en
algunas ocasiones ha dado el sustento ideológico a regímenes
antidemocráticos. Características como su actitud crítica y
contestataria, su compromiso con los problemas de la sociedad, su capacidad de
explicar problemas complejos y su independencia frente al poder, hacen del
intelectual un baluarte de los Estados democráticos. En otras palabras, él se
convierte en la conciencia de su tiempo.
Sin
embargo, los tiempos han cambiado y las condiciones políticas y sociales de los
siglos XIX y XX (periodo en el que los intelectuales lograron su mayor
prestigio) también cambiaron. En las últimas décadas ha nacido un ambiente que
muchos estudiosos consideran hostil para la actividad intelectual. En ese
sentido cabe preguntarse: ¿Se encuentran los intelectuales amenazados
por los rápidos cambios de la sociedad? ¿Son ellos una especie en vía de
extinción? ¿Cuál debe ser su papel en este momento en el que la democracia
liberal se encuentra en jaque? ¿Están en capacidad de responder?
Contestar esas preguntas no es fácil, ya que las
opiniones se encuentran divididas entre los que consideran que la función del
intelectual todavía mantiene vigencia y los que creen que su papel perdió su
preponderancia. Por un lado, unos creen que en épocas de crisis
democráticas como la actual, el intelectual, con su capacidad crítica y de
discernimiento, está llamado a aportar a las soluciones, como ha hecho en otros
momentos coyunturales.
Por otro lado, algunos consideran que debido a su
falta de comunicación con el ciudadano de a pie y a su aislamiento, los
intelectuales van a perder fuerza como figura de trasformación social, y con el
tiempo pasarán desapercibidos. Un
ejemplo de este fenómeno podría ser el de Greta Thunberg. Ella, una niña de 14
años, lidera a nivel mundial la lucha ecologista en el siglo XXI. Además la
universidad, bastión de los intelectuales, también pierde influencia en la
sociedad.
Si el intelectual quiere mantener su papel en las
sociedades democráticas y contribuir a solucionar la crisis, debe salir de ese
aislamiento y lograr una comunicación efectiva con el resto de la ciudadanía,
moderar su lenguaje especializado y dejar a un lado ese aire de suficiencia que
lo caracteriza.
La deslegitimación de las instituciones democráticas
No cabe la menor duda de que la corrupción es la mayor
causa de la mala fama por la que atraviesan las instituciones democráticas en
Colombia y en el mundo. No solo se ha convertido en el mecanismo utilizado por
algunas elites para detentar el poder, sino en una empresa que deja
multimillonarias ganancias. Este fenómeno empobrece a los ciudadanos,
en especial a los menos favorecidos, y vulnera gravemente los derechos humanos. Esas
consecuencias erosionan la credibilidad en la democracia: ¿Para qué elegir
líderes que en lugar de velar por el bienestar de la población buscan enriquecerse
a costa de ella?
Para funcionar, la corrupción se instala en todas las
instituciones: en los órganos de elección popular locales, donde comienza el
engranaje de esta práctica. En el Congreso, que en ocasiones legisla a favor de los
corruptos; en la justicia, que los protege con fallos débiles y privilegios
carcelarios; y hasta en la prensa y medios de comunicación, que en más de una oportunidad
se hacen de la vista gorda frente a ese fenómeno. Pero la corrupción
no solo existe en la esfera pública. También en la privada para lograr
contratos, como demostró el caso de Odebrecht, el más grande que haya sacudido
al continente americano.
Según los expertos la corrupción es la madre de otros problemas como el
narcotráfico, la desigualdad y la pobreza. El engranaje comienza con la
financiación de las campañas electorales y con las redes clientelares
construidas en los pueblos y municipios. Para ganar elecciones algunos
políticos crean una red de votantes a los que tienen que darles alguna dádiva. Y
como no cuentan con capital suficiente para hacerlo, recurren a financiadores
legales o ilegales que desembolsan fuertes sumas de dinero a cambio de que una
vez en el poder les entreguen contratos que les permiten no solo recuperar su
inversión, sino obtener enormes ganancias.
Otro consenso afirma que en la lucha contra la
corrupción la justicia es la ficha central. Sin embargo, la clase política no
ha respondido a ese consenso. Sin un correcto aparato judicial, Colombia está
condenada a perder la batalla contra los corruptos. Para ello resulta urgente
llevar una reforma a la justicia (que se ha caído varias veces por falta de
voluntad política) que fortalezca la independencia de los entes de
investigación.
¿Puede la falta de seguridad poner en jaque a la
democracia?
La respuesta es sí. En el caso colombiano, la
inseguridad en algunas regiones del país y en sus fronteras no solo responde a
la ausencia de las Fuerzas Armadas y de
Policía, sino a un problema estructural que tiene que ver con la presencia
del Estado y con la construcción de su legitimidad en esos territorios. Históricamente ambos elementos han sido
deficitarios en municipios alejados del centro político de Colombia.
¿Qué hacer para reversar esa tendencia? Enfocarse en
una estrategia centrada en lo local. En esos pequeños municipios en los que
sus habitantes sienten que el Gobierno nacional los mira con una indiferencia
total, salvo por la eventual presencia de fuerza pública. Esos lugares deben
servir de base a políticas que vayan más allá de la seguridad. Se
deben proveer bienes y servicios que llenen las expectativas de los ciudadanos
de esas regiones, y hacerlo con su participación. En esto las juntas locales o
de acción comunal desempeñan un papel importante. Pero además, el Estado debe
publicitar ese suministro de bienes y servicios para que la gente sepa que el
Gobierno nacional hace algo por ellos, y así comenzar a construir legitimidad.
En ese sentido, se convierten en una interesante
iniciativa los Planes de Desarrollo Territorial (PDT), propuesta
consignada en los acuerdos de paz con las Farc. Estos buscan focalizar la
inversión social en 170 municipios del país afectados por el conflicto armado, para promover la presencia del Estado en
las regiones apartadas del país, proveer bienes y servicios, y en últimas,
llenar un vacío institucional que podría mejorar la seguridad en esas zonas.
Sin lugar a dudas las redes sociales y las nuevas
formas de comunicación han puesto a tambalear a los medios tradicionales. El
surgimiento de otras maneras de informarse sin la necesidad de la prensa o los
noticieros radiales o televisivos, han creado una doble crisis en este
sector. Por un lado, los menores costos de la publicidad en la web han
llevado al cierre de muchos medios tradicionales o al adelgazamiento de sus
nóminas con los efectos negativos que eso conlleva en la producción de
información de calidad.
Por otro lado, las redes sociales al promover el
contenido que exalta las pasiones y genera indignación, también han hecho mella
en los medios y han contribuido a que los usuarios prefieran contenidos que los
conmuevan y reafirmen su visión del mundo, sin interesarse en si son ciertos o
no. Para agravar el problema, el alto margen de anonimato que
permiten las redes ha exacerbado las fake news, convertidas en un
verdadero problema para la democracia, en especial en épocas electorales.
¿Cómo afrontar ese problema? ¿Cómo sobrevivir a esa
tormenta? ¿Cómo proveer información de calidad? ¿Cómo contribuir al
fortalecimiento democrático? Todavía no ha surgido la fórmula para responder
esas preguntas. El portal informativo elmundo.es, un diario digital que
ha impuesto una nueva forma de informar sostenible económicamente, puede
ofrecer algunas puntadas. Su éxito radica en que han combatido las fake news
con investigación periodística de calidad, no se han dejado encantar por la
moda del indicador de páginas vistas, y no le han hecho el juego a la mentira y
a la indignación promovida por las redes
sociales. De este ejemplo es posible concluir que la gente quiere
contenidos periodísticos de calidad y que está dispuesta a pagar por ellos.
Al finalizar el festival no surgió ningún recetario o
fórmula mágica para resolver los problemas de la democracia liberal. Pero el
evento sí demostró que por lo menos un diálogo abierto y sincero puede ser un
primer paso para comenzar a construir en forma conjunta las soluciones.
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