Pedro Benítez 12 de septiembre de 2019
@PedroBenitezF
Ahora
que no está Bolton cómo cambiará la estrategia de Trump hacia Maduro
La
destitución de John Bolton como consejero de Seguridad Nacional por parte de
Donald Trump es una advertencia a la oposición venezolana sobre los riesgos de
confiar su estrategia a la política exterior de Estados Unidos.
Sobre los auténticos motivos por los cuales Donald
Trump destituyó al consejero de Seguridad Nacional, John
Bolton, se especulará mucho. Si lo hizo por los fracasos de política
exterior ante Corea del Norte, Irán o Venezuela, o por una causa
más subalterna lo sabe sólo el presidente norteamericano.
Los críticos de Trump alegaran (con razón) que esa ha
sido la forma de actuar de un presidente caprichoso, sin experiencia política,
al frente de una Administración inestable desde que llegó a la Casa Blanca en
enero de 2017.
Sin embargo, esta no tiene que ser la interpretación
necesaria. El presidente Dwight Eisenhower tuvo cinco
consejeros de Seguridad Nacional en ocho años (1953-1961) y Ronald
Reagan (curiosamente otro republicano) designó seis funcionarios para
el mismo cargo en sus dos mandatos (1981-1989). Henry Kissinger,
con Richard Nixon, y Condoleezza Rice, con George
W. Bush, fueron los responsables que más protagonismo tuvieron en un puesto
que depende de su influencia directa en el presidente de turno.
Las disputas del consejero de Seguridad Nacional con
otros miembros del gabinete son parte de la historia política contemporánea de
los Estados Unidos. Las más sonadas se dieron bajo Jimmy
Carter y Ronald Reagan, y aunque los presidentes recientes las han tratado
de evitar, no obstante, demuestran una cosa: Estados Unidos es una democracia.
Y las democracias por más estables que sean son imperfectas y funcionan así.
Pero dada la influencia que ese país ha tenido, y
tiene, en el resto del planeta, esa forma de proceder ha sido en ocasiones
catastrófica por lo impredecible. Es algo con lo que sus aliados más tradicionales
han aprendido a lidiar.
En sus alianzas militares como la OTAN, en
promover el libre comercio (estas dos últimas las ha cuestionado Trump) y en su
apoyo a países como Israel, la política exterior de Estados Unidos
ha muy sido estable desde 1945.
Pero no siempre ha sido así y a la hora de la
ejecución puede ser todo lo contrario. Prueba de esto último la pueden
dar Vietnam del Sur y el exilio cubano.
En los dos casos los protagonistas apostaron a que
Estados Unidos nunca los abandonaría y los abandonó. Olvidaron que la única
variable clara en la política exterior de los presidentes de ese país es la
política doméstica y las elecciones.
La Casa Blanca dejó que los comunistas acabaran con
Vietnam del Sur en 1975 porque el presidente Gerald Ford no
podía reiniciar una guerra impopular para el pueblo estadounidense.
Hasta 1959 Cuba fue casi un
protectorado norteamericano. En la práctica su economía era parte de la de su
vecino del norte. La revolución de Fidel Castro triunfó ese
año por el embargo de armas que Eisenhower le impuso a Fulgencio
Batista.
Si algo parecía imposible era que la isla cayera bajó
la influencia comunista. La oposición cubana creyó (con toda razón) que Estados
Unidos nunca permitiría eso. Historia conocida; la Cuba castrista no sólo puso
al mundo al borde de la guerra nuclear en 1962, además ha sido el principal
factor de desestabilización política en el Caribe (y en
algunos países de África) por seis décadas. Se suele olvidar con
mucha frecuencia que detrás de lo que ocurre en Venezuela y Nicaragua está
La Habana.
La creencia de que “Estados Unidos no nos abandonará”
fue el principal error de la oposición cubana desde 1961. Ese no ha sido el
único caso a lo largo del mundo. Es la misma tentación con la que juega
demasiado la oposición venezolana hoy.
No es que el apoyo de Estados Unidos a un cambio
político en Venezuela no sea importante. Lo es, y mucho. Pero lo que los
opositores a Nicolás Maduro no pueden perder de vista es que
tener a ese país de aliado es como dormir al lado de un elefante.
En el caso de Venezuela lo que Donald Trump ha
demostrado hasta ahora, es que no tiene una estrategia clara y ha subestimado
la capacidad (y determinación de Maduro) de mantenerse en el poder a toda
costa.
La plana mayor de la Administración Trump ha enviado
señales confusas y contradictorias. Basta con revisar sus cuentas de Twitter.
Bolton inclinado por una salida de fuerza. El secretario de Estado Mike
Pompeo por una de tipo político. El único funcionario que parece tener
una visión clara del tema es Elliott Abrams. Después de todo él es
la voz de la experiencia.
Lo cierto es que es más probable que el cambio en
Venezuela ocurra por razones internas que por coacción externa. Exactamente
como aconteció con el campo socialista en Europa Oriental en
1989. Tal como lo reconocen hoy los funcionarios del gobierno estadounidense de
la época, las colas para comprar pan contribuyeron más a socavar el poder
soviético que la amenaza nuclear.
La principal amenaza al poder de Nicolás Maduro hoy es
el precio de los huevos, la hiperinflación y los apagones eléctricos, y no una
hipotética intervención armada externa. Ese es el criterio de Abrams.
No es que un conflicto militar no sea posible. Puede
ocurrir y todas las condiciones para que algo así se desate en la frontera
entre Colombia y Venezuela existen. Pero es eso, una
posibilidad. Con 946.445 kilómetros cuadrados Venezuela no es Panamá ni Granada.
Eso en Bogotá y Washington lo saben.
Mientras tanto, las fuerzas democráticas dentro y
fuera de Venezuela no pueden esperar que el cambio político del país venga del
exterior. La destitución de John Bolton lo demuestra.
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