Luis Manuel Esculpi 10 de septiembre de 2019
@lmesculpi
Llego
a visitar al amigo, los rigores del tratamiento requerido para aliviar su
enfermedad no han disminuido su entusiasmo, ni la lucidez, tampoco su
extraordinario sentido del humor.
Me
recibe sentado en su silla de ruedas, nos saludamos afectuosamente mientras
pone a un lado la gigantesca lupa imprescindible para leer y un libro de tapa
dura azul, para comentar:
-Estoy
leyendo a Cicerón, no el de José Vicente…afirma con un dejo de sorna mientras
asoma una sonrisa…continúa inmediatamente señalando…
-Son
unos textos magníficos del verdadero Cicerón sobre la vejez y la amistad…compre
dos libros, le voy a enviar uno a Teodoro…ese comentario le sirvió de pie para
reflexionar sobre la vida
-Hay
que asumir la vejez, como una etapa normal de la vida, así como la infancia, la
adolescencia y la adultez.
Hace
ya más de tres años, evoco el inicio de esa conversación cuando visité a
Pompeyo Márquez en su apartamento de Cumbres de Curumo, tal como si hubiese
sucedido hace pocos días, de esos encuentros conservo una fotografía, había
adoptado por costumbre en ese tiempo, dejar testimonio de las visitantes que lo
frecuentaban.
Siempre
me ha asombrado la serenidad y la lucidez con la que algunos compañeros,
mayores que yo casi dos décadas, asumen la proximidad del final de su
existencia. Compañeros en el compromiso militante, en la evolución del
pensamiento, rompiendo con los viejos dogmas, defendiendo la democracia,
enfrentando el autoritarismo y el militarismo. Todos ellos tienen esos rasgos
comunes en sus vidas además de la aguda inteligencia, una indiscutible probidad
y la fidelidad a los principios.
Estos
recuerdos y reflexiones surgen a propósito de un emotivo, conmovedor y hermoso
artículo de Héctor Silva Michelena, titulado Antes del Fin, al igual que las
memorias de Ernesto Sabato.
Con
el brillante economista autor de “El pensamiento económico venezolano en el
siglo XX”, así como numerosos libros de economía y poesía, no he tenido la
misma proximidad y el privilegio de estrechos vínculos amistosos, que mantuve o
he mantenido con otros de sus compañeros y amigos, muchos ausentes, otros aún
presentes y activos. Sin embargo, siempre consideré y respeté al intelectual ,
su reconocida trayectoria y la constancia de una vida comprometida con los
cambios.
Solo
una personalidad de esas características puede escribir lo que modestamente
denominó “última nota”, texto que constituye un verdadero manifiesto a modo de
despedida, donde afirma: “Pensaba en la gratitud, en la amistad como
sentimiento puro y desinteresado ¡Qué lejos está de mi la frase de Violeta: ”
Gracias a la vida, que me ha dado tanto”!
Prosigue
el poeta: “He amado las tardes con sus nubes de colores y sus largas
cabelleras, húmedas de besos”.
Escribe
antes de la despedida: “Los dolores me abruman, más puedo recordar mis momentos
de alegrías. Por ello he vivido, y por ellos voy a recorrer el trecho que me
queda”.
Deseamos
sinceramente que no sea la “última nota” y que en el “trecho” faltando por
recorrer, pueda evocarse conscientemente las alegrías de la existencia. Héctor
Silva es un venezolano ejemplar, una figura emblemática de esa generación que
deja una gran impronta en el país – la de los años veinte y treinta del siglo
XX – integradas por personalidades destacadas en distintas esferas de la
ciencia y la cultura, asociados a la lucha social y política. Las generaciones
posteriores tenemos mucho que aprender de su entrega, desprendimiento,
sensibilidad y entereza para asumir la existencia con sus altos y sus bajos,
sus logros y dificultades, sus grandezas y penurias, así es como son los
compromisos de la vida.
Quisimos
testimoniar con estas líneas nuestro sencillo reconocimiento y sincera
admiración, el respeto por la trayectoria del profesor, el intelectual y el
militante por u la justicia social, la democracia y el progreso que ha sido
Héctor Silva Michelena
Luís
Manuel Esculpi
@lmesculpi
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