Ismael Pérez Vigil 29 de febrero de 2020
La
estrategia del gobierno se intensifica y estrecha, sin variación y sin dudas.
Tiene dos momentos o dos discursos; uno a lo externo y otro para el interior.
Hacia
el exterior, desesperada e infructuosamente, lanza puentes hacia los EEUU;
presiona a sus aliados, forzándolos a pronunciarse y apoyarlo; lanza mensajes
de “apertura” hacia inversionistas externos que le pueden aportar dólares;
adelanta reformas económicas y fiscales, calificadas hasta de “liberales” por
algunos. Estrategia compleja y confusa y aunque denota desesperación, allí
está. A lo interno, en lo político, su estrategia es la misma de siempre;
intimidación, persecución y hostigamiento a la oposición, propiciar con
artimañas y engaños la división opositora y exacerbar la frustración y la
desmoralización.
En
el ajedrez político que “jugamos”, su estrategia es realizar únicamente
elecciones parlamentarias, en vez de las presidenciales que todos deseamos y
esperamos –como fórmula de conjugar la crisis y acabar con la usurpación– es la
movida del régimen para continuar el juego de la desmoralización opositora.
Adelantar esas elecciones o realizarlas cuanto antes, es ir sobre seguro en su
estrategia de arrebatarle la Asamblea Nacional a la oposición. Adelantar
elecciones es una jugada que al régimen siempre le ha salido bien. Ellos se
organizan y la oposición profundiza sus diferencias.
En
realidad, el régimen siempre está “organizado” para procesos electorales, pues
no tienen que enfrentarse a engorrosos procesos de primarias o selección de
candidatos, estos son seleccionados desde arriba, sin apelación. No dudo que
haya conflictos internos en el PSUV para seleccionar esos candidatos, los debe
haber, como en cualquier partido político, donde siempre hay más apetencias que
cargos; pero esas pugnas no trascienden, al menos no mucho. La oposición en
cambio tiene que pasearse por múltiples alternativas: primarias, encuestas,
discusiones, reuniones interminables, consensos, etcétera; y esas disputas
siempre dejan profundas heridas; incluso en ellas participa la llamada
oposición radical, que no forman parte de la coalición que se disputa los
cargos, pero que se involucran en la pelea, nadie sabe exactamente por qué.
Y
mientras, el régimen, sin pausa, prepara a su gente para un proceso electoral,
que ya sus aliados de la “mesita” anuncian para el primer semestre del año y
hasta apoyan que el CNE fuese designado por el TSJ –o ahora por la AN, pero la
apócrifa, la de los tránsfugas–, que es una de las claves del juego y de la
estrategia del régimen.
Alistada
su gente y con grados de libertad infinitos para poner la fecha de las
elecciones, la designación del CNE por el TSJ, o por “su” asamblea, le
garantiza dos cosas: Primero, un CNE dócil, aun cuando lo llene de figuras
anodinas o haga “concesiones” a “su” oposición –pues ahora tiene una oposición
“leal”, no olvidemos eso–; la docilidad del organismo es muy importante pues el
régimen sabe que si concede mucho, si el CNE es muy “abierto” o muy
“imparcial”, se estimula la votación opositora y se compromete más su triunfo;
y ese es su segundo objetivo: desmoralizar a la oposición, desestimular la
participación y propiciar la “abstención” opositora. El gobierno sabe que uno
de los temas más sensibles para propiciar la abstención de un importante sector
de la oposición, de los votantes del país, es no tener un CNE que sea “nuevo” y
electo por la AN, de acuerdo con la Constitución.
De
manera que el régimen se prepara para una elección parlamentaria, que es la que
ellos desean y tienen armado su sainete; resumo: nombrará un “nuevo” CNE, en el
que participaran “sus” opositores; abrirán el registro electoral unos días, sin
realizar ninguna revisión; tendrán su “observación” o acompañamiento
internacional; y llevarán a cabo las elecciones en la fecha que más les
convenga, con el apoyo y participación de su “mesita”.
¿Y
la oposición?, ¿Se prepara la oposición para este proceso electoral?: No. O
quizás haya que responder condicionalmente: Probablemente algunos partidos
políticos y organizaciones de la sociedad civil, muy politizadas, sí lo están
haciendo. Pero, la gran mayoría de los ciudadanos, instigados por los más
radicales voceros, partidos y grupúsculos opositores, si se les pregunta de
repente, responderán: con este CNE, no; con este registro electoral, no; si es
solo parlamentaria y no hay elección presidencial, no; si Maduro participa, no;
si no hay observación internacional de la OEA, no; y un largo etcétera, cuya
invariable respuesta es: No.
La
respuesta opositora parece un nuevo “mantra”, y tal como hoy están las cosas,
nos lleva a pensar que no se participará o que se hará muy limitada y
tardíamente; pero tampoco se plantearan alternativas, excepto un tímido: “hay
que organizar la protesta masiva”, dicho a dúo, aguerridamente, desde Venezuela
y desde el exterior; con lo cual el régimen logra su objetivo de una muy baja
participación o alta abstención, que le garantiza que ganaran la AN sin
siquiera despeinarse un poco, con los votos que quieran, que nadie contara ni
verificara.
Desde
luego, hay que luchar denodadamente, con apoyo internacional –único que tenemos
con cierta fuerza–, porque las elecciones sean presidenciales, para salir de la
usurpación, y por unas condiciones electorales distintas a las que nos ofrecen
–nada nos obliga a aceptar las que nos impone el régimen y su “Mesa de
Dialogo”– pero teniendo claro la magnitud de nuestra fuerza y que tan alta
podemos poner la vara de las condiciones electorales, para que la podamos
saltar y continuar la lucha en todos los terrenos, incluido el electoral.
Porque
si no es así, si la oposición no participa en el proceso electoral, ya podemos
vislumbrar claramente el cuadro resultante: el régimen “ganara”, sin que le
importe la exigua participación; la oposición denunciará y desconocerá los
resultados; se cuestionará la “legitimidad” de esa elección y la AN resultante
de ella; más de 50 países y los grupos más importantes de la comunidad
internacional, también rechazaran la elección, como lo hicieron con la ANC y la
elección presidencial de 2018. Y ojala, será el arma que nos quede, continuar
aislando internacionalmente y bloqueando económica y financieramente al régimen
venezolano.
En
el fondo, ese es el corazón de la polémica, entre los que proponemos la
alternativa electoral y los que dicen que este régimen no saldrá por las
buenas, sino por una medida de fuerza, interna o intervención internacional.
En
efecto, la salida de un régimen como el que oprime al pueblo venezolano, desde
hace más de veinte años, puede producirse de diversas maneras y entre ellas la
participación electoral, por la que me pronunció, puede ser el inicio de una
salida. Es decir, que haya un pronunciamiento masivo del pueblo venezolano en
contra del régimen, en contra del supuesto socialismo que representa y una
reafirmación del sistema democrático y la economía de mercado, es una
importante señal, hacia Venezuela y el mundo; eso es lo que se propicia con la
participación electoral y que puede contribuir al quiebre del sector dominante,
de la coalición en el poder, y propiciar una salida.
Dos
estrategias electorales. Pérez Vigil
Politólogo
29
de febrero de 2020
La
estrategia del gobierno se intensifica y estrecha, sin variación y sin dudas.
Tiene dos momentos o dos discursos; uno a lo externo y otro para el interior.
Hacia
el exterior, desesperada e infructuosamente, lanza puentes hacia los EEUU;
presiona a sus aliados, forzándolos a pronunciarse y apoyarlo; lanza mensajes
de “apertura” hacia inversionistas externos que le pueden aportar dólares;
adelanta reformas económicas y fiscales, calificadas hasta de “liberales” por
algunos. Estrategia compleja y confusa y aunque denota desesperación, allí
está. A lo interno, en lo político, su estrategia es la misma de siempre;
intimidación, persecución y hostigamiento a la oposición, propiciar con
artimañas y engaños la división opositora y exacerbar la frustración y la
desmoralización.
En
el ajedrez político que “jugamos”, su estrategia es realizar únicamente
elecciones parlamentarias, en vez de las presidenciales que todos deseamos y
esperamos –como fórmula de conjugar la crisis y acabar con la usurpación– es la
movida del régimen para continuar el juego de la desmoralización opositora.
Adelantar esas elecciones o realizarlas cuanto antes, es ir sobre seguro en su
estrategia de arrebatarle la Asamblea Nacional a la oposición. Adelantar
elecciones es una jugada que al régimen siempre le ha salido bien. Ellos se
organizan y la oposición profundiza sus diferencias.
En
realidad, el régimen siempre está “organizado” para procesos electorales, pues
no tienen que enfrentarse a engorrosos procesos de primarias o selección de
candidatos, estos son seleccionados desde arriba, sin apelación. No dudo que
haya conflictos internos en el PSUV para seleccionar esos candidatos, los debe
haber, como en cualquier partido político, donde siempre hay más apetencias que
cargos; pero esas pugnas no trascienden, al menos no mucho. La oposición en
cambio tiene que pasearse por múltiples alternativas: primarias, encuestas,
discusiones, reuniones interminables, consensos, etcétera; y esas disputas
siempre dejan profundas heridas; incluso en ellas participa la llamada
oposición radical, que no forman parte de la coalición que se disputa los
cargos, pero que se involucran en la pelea, nadie sabe exactamente por qué.
Y
mientras, el régimen, sin pausa, prepara a su gente para un proceso electoral,
que ya sus aliados de la “mesita” anuncian para el primer semestre del año y
hasta apoyan que el CNE fuese designado por el TSJ –o ahora por la AN, pero la
apócrifa, la de los tránsfugas–, que es una de las claves del juego y de la
estrategia del régimen.
Alistada
su gente y con grados de libertad infinitos para poner la fecha de las
elecciones, la designación del CNE por el TSJ, o por “su” asamblea, le
garantiza dos cosas: Primero, un CNE dócil, aun cuando lo llene de figuras
anodinas o haga “concesiones” a “su” oposición –pues ahora tiene una oposición
“leal”, no olvidemos eso–; la docilidad del organismo es muy importante pues el
régimen sabe que si concede mucho, si el CNE es muy “abierto” o muy
“imparcial”, se estimula la votación opositora y se compromete más su triunfo;
y ese es su segundo objetivo: desmoralizar a la oposición, desestimular la
participación y propiciar la “abstención” opositora. El gobierno sabe que uno
de los temas más sensibles para propiciar la abstención de un importante sector
de la oposición, de los votantes del país, es no tener un CNE que sea “nuevo” y
electo por la AN, de acuerdo con la Constitución.
De
manera que el régimen se prepara para una elección parlamentaria, que es la que
ellos desean y tienen armado su sainete; resumo: nombrará un “nuevo” CNE, en el
que participaran “sus” opositores; abrirán el registro electoral unos días, sin
realizar ninguna revisión; tendrán su “observación” o acompañamiento
internacional; y llevarán a cabo las elecciones en la fecha que más les
convenga, con el apoyo y participación de su “mesita”.
¿Y
la oposición?, ¿Se prepara la oposición para este proceso electoral?: No. O
quizás haya que responder condicionalmente: Probablemente algunos partidos
políticos y organizaciones de la sociedad civil, muy politizadas, sí lo están
haciendo. Pero, la gran mayoría de los ciudadanos, instigados por los más
radicales voceros, partidos y grupúsculos opositores, si se les pregunta de repente,
responderán: con este CNE, no; con este registro electoral, no; si es solo
parlamentaria y no hay elección presidencial, no; si Maduro participa, no; si
no hay observación internacional de la OEA, no; y un largo etcétera, cuya
invariable respuesta es: No.
La
respuesta opositora parece un nuevo “mantra”, y tal como hoy están las cosas,
nos lleva a pensar que no se participará o que se hará muy limitada y
tardíamente; pero tampoco se plantearan alternativas, excepto un tímido: “hay
que organizar la protesta masiva”, dicho a dúo, aguerridamente, desde Venezuela
y desde el exterior; con lo cual el régimen logra su objetivo de una muy baja
participación o alta abstención, que le garantiza que ganaran la AN sin
siquiera despeinarse un poco, con los votos que quieran, que nadie contara ni
verificara.
Desde
luego, hay que luchar denodadamente, con apoyo internacional –único que tenemos
con cierta fuerza–, porque las elecciones sean presidenciales, para salir de la
usurpación, y por unas condiciones electorales distintas a las que nos ofrecen
–nada nos obliga a aceptar las que nos impone el régimen y su “Mesa de
Dialogo”– pero teniendo claro la magnitud de nuestra fuerza y que tan alta
podemos poner la vara de las condiciones electorales, para que la podamos
saltar y continuar la lucha en todos los terrenos, incluido el electoral.
Porque
si no es así, si la oposición no participa en el proceso electoral, ya podemos
vislumbrar claramente el cuadro resultante: el régimen “ganara”, sin que le
importe la exigua participación; la oposición denunciará y desconocerá los
resultados; se cuestionará la “legitimidad” de esa elección y la AN resultante
de ella; más de 50 países y los grupos más importantes de la comunidad
internacional, también rechazaran la elección, como lo hicieron con la ANC y la
elección presidencial de 2018. Y ojala, será el arma que nos quede, continuar
aislando internacionalmente y bloqueando económica y financieramente al régimen
venezolano.
En
el fondo, ese es el corazón de la polémica, entre los que proponemos la
alternativa electoral y los que dicen que este régimen no saldrá por las
buenas, sino por una medida de fuerza, interna o intervención internacional.
En
efecto, la salida de un régimen como el que oprime al pueblo venezolano, desde
hace más de veinte años, puede producirse de diversas maneras y entre ellas la
participación electoral, por la que me pronunció, puede ser el inicio de una
salida. Es decir, que haya un pronunciamiento masivo del pueblo venezolano en
contra del régimen, en contra del supuesto socialismo que representa y una
reafirmación del sistema democrático y la economía de mercado, es una
importante señal, hacia Venezuela y el mundo; eso es lo que se propicia con la
participación electoral y que puede contribuir al quiebre del sector dominante,
de la coalición en el poder, y propiciar una salida.
Lo
que no es sencillo —y lo sabemos— es como llegar a que eso ocurra. En otras
palabras, cuál será el mecanismo que obligará a la dictadura a sentarse a
discutir y estar dispuesta a llegar a un proceso electoral, si bien no
enteramente “libre” como aspira el presidente Guaidó y todos los venezolanos,
al menos con ciertas condiciones de libertad y transparencia; y lo más
importante, cómo hacer para que el régimen respete los resultados, pues todo
indica que —si las elecciones son con cierto grado de libertad— no le serán
favorables.
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