Páginas

martes, 10 de marzo de 2020

Entre Caribdis y Escila, por @AmericoMartin




Américo Martín 08 de marzo de 2020

Entre la espada y la pared, si te pela el chingo te agarra el sin nariz; son maneras de traducir el título de esta columna de la mitología helénica a nuestro cómoda Lengua española. Caribdis y Escila eran monstruos marinos del Mediterráneo encargados de impedir el paso de las naves: al tiempo que uno desataba remolinos, el otro devoraba los barcos batuqueados por las aguas revueltas. Sólo el ingeniosísimo Laertíada, el divino Odiseo, sobrevivió con la ayuda de la diosa y hechicera Circe.

Pero el puñado de hombres y mujeres que están haciéndose cargo e las complejísimas elecciones venezolanas, para mayor abundamiento, las tres planteadas: las universitarias, las parlamentarias y las presidenciales, no parecen asistidos por hechiceras, por el azar ni por la suerte. ¿Quiénes son los líderes que dirigen, o pretenden hacerlo, de las dos últimas elecciones mencionadas? Se aprecian significativos cambios en la conducción.

Para el momento en que se escriben estas líneas nos acercamos, sin duda, a una definición más precisa, lo cual sería uno de los hechos auspiciosos en este océano de contradicciones y contrasentidos que flotan sobre la solución electoral. Por el oficialismo se consolidan Nicolás Maduro y Jorge Rodríguez, no sólo por una mejor comprensión de sus propios intereses sino también por un manejo más diestro de las contradicciones en la alternativa democrática.

Figuras como Diosdado Cabello –otro de los hombres fuertes del PSUV– tienden a venirse a menos, mucho más después del atentado contra Juan Guaidó y su equipo en Barquisimeto, que siguen restándole influencia en las decisiones oficialistas y en las iniciativas del Poder.

Por ejemplo, mientras Maduro y Rodríguez han encontrado un lenguaje común para encarar con cierto éxito las propuestas de la mesa de la Casa Amarilla, Diosdado no termina de flexibilizar su agresiva rudeza que en este momento ha dejado de ganarle adeptos dentro de su partido. Como tampoco es propiamente un escaso, se permitió, en tono inaudible, enviarle una flor a Fermín, gesto de efectos contradictorios, tanto en la alternativa democrática como en el oficialismo. Al fin y al cabo, en tiempo de tensión las ambigüedades no tienen buena prensa.

Estas ambigüedades reflejan la diferencia básica que nos ha acompañado a lo largo de los años: participar en las elecciones o abstenerse. Lo recomendable es no sentar dogmas infalibles en ésta ni en ninguna otra materia. Dada la magnitud de lo que está en juego y la correlación actual de fuerza de las dos aceras enfrentadas, es evidente que el sentimiento de votar se ha afirmado aun cuando del brazo de la exigencia de condiciones democráticas que proporcionen credibilidad y confianza en el sufragio.

No es necesario pedir la luna o refugiarse en demasías que no serían más que pretextos para la abstención. Lo importante es que nunca como ahora había contado la democracia venezolana con un respaldo tan grande, tan sólido y con tanta vocación de logro.

Cerca de 60 países de los sistemas regionales y universales están presionando con admirable solidaridad y constancia por impedir que en Venezuela se cometa un fraude.

Presión que ha llegado al detalle de no descartar medidas capciosas del régimen para apoderarse del sistema electoral. Es una de las grandes fortalezas de la alternativa democrática.

En la trinchera pluralista las decisiones dependen, obviamente, de Juan Guaidó, el G4 y la clara mayoría de la Asamblea Nacional, muy a pesar del intento de encanallarla fabricando un torcido paralelismo legislativo de subterránea procedencia. Precisamente por eso la cúpula de Miraflores insiste en reducir la consulta solo al parlamento. Pese a que las presidenciales de 2018 han sido desconocidas por los países arriba citados, por la legítima AN y, según consultas reiteradas, por la amplia mayoría nacional, Miraflores insiste en disponer de un lapso que no le corresponde y, en ese sentido, espera valerse de las contradicciones en el campo democrático con el fin de filtrar sus ilegítimas aspiraciones.

Es interesante contrastar la posición de la comunidad internacional con la de la mesa de la Casa Amarilla, en el sentido de no aceptar elecciones puramente parlamentarias. Estos insisten en que se “nacionalice” la política para desestimar la presión mundial en defensa del derecho de los venezolanos a elegir y ser elegidos libremente, que es un derecho humano expresamente reconocido como tal, lo cual explica el interés de la conciencia democrática universal en el destino de nuestro país, hoy una causa mundial antes que un aislado caso nacional.

Américo Martín

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico