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lunes, 11 de enero de 2021

Ur-chavismo, por @cgomezavila


Carolina Gómez-Ávila 10 de enero de 2021

@cgomezavila

Estaba atenta a la escandalosa toma del Capitolio de los Estados Unidos llevada a cabo por los adeptos de Trump, cuando me topé con el «Ur-fascismo», una conferencia de Umberto Eco que he releído algunas veces pero que siempre me parece nueva.

Mientras lo hacía, me preguntaba si en los catorce ítems que describen el ur-fascismo encontraría los motivos de esa noticia o si solo estaba evadiendo nuestra muerte republicana. A lo mejor quería explicarme el fascismo de otro país para olvidar lo doloroso que es el del país en el que vivimos, parafraseando al propio Eco.


Es posible que alguien me diga que lo de Estados Unidos no puede considerarse fascismo, que cuando mucho podría ser populismo porque Donald Trump llegó al poder a través de elecciones. O sea que para que haya fascismo tiene que haber dictadura; o lo que es lo mismo, ausencia de elecciones libres y justas.

Creo que mejor volvemos a Eco, al «ur-fascismo» que vendría siendo el primer fascismo, el fascismo principal, el fascismo originario, pues.

Con esa etiqueta, Eco enumeró catorce características del fascismo, pero advirtió que quitar una o varias de ellas, no hace que un régimen deje de ser fascista. Es más, dijo que algunas de esas características se contradicen entre sí y que pueden ser típicas de otras formas de despotismo o de fanatismos, pero que «basta con que una de ellas esté presente para hacer coagular una nebulosa fascista».

Me bebí de un trago las catorce, otra vez, pero regresé a la tercera: el irracionalismo. Dice Eco que en el fascismo «el irracionalismo depende también del culto de la acción por la acción. La acción es bella de por sí y, por lo tanto, debe actuarse antes de, y sin reflexión alguna. Pensar es una forma de castración».

Me detengo aquí. Eco no lo hace, él sigue ese párrafo con una defensa de lo intelectual y cultural. Yo lo hago porque este postulado, que me parece fundamental para el fascismo, se ancla en conductas que se pueden cambiar. Me hace falta, hubiera querido, una reflexión de Eco sobre estas conductas.

Pero no nos dice nada de eso aquí. Por ejemplo, no relaciona el culto de la acción por la acción con la juventud, con la testosterona que provoca la agresividad y el deseo sexual. No explica cuál sería el proceso que convertiría a la acción en una manifestación de belleza. No dice si es que proyectar nuestro impulso biológico nos resulta estético o si nos parece poético que otros lo hagan, si nos entusiasma imitarlos, si esta cadena de eventos nos lleva al éxtasis y si este éxtasis, este placer, tiene virtud plástica. Ni nos explica si la relación que plantea entre pensamiento y castración, es aprendida o es una consecuencia química de la frustración.

Claro que un montón de psicólogos y filósofos han hablado de estas cosas y de muchas más que tienen estrecha relación. Pero Eco, tan claro y distinto, nos deja aquí este hueco para que lo rellenemos con lo que nos parezca, es decir, para que hagamos política.

Para que expliquemos, combatamos o justifiquemos la irracionalidad. Para que adaptemos sus límites a nuestros intereses o temores y podamos incluir a nuestros adversarios y excluir a nuestros afines. Porque si no, vamos a concluir que todos tenemos algo de protofascistas, de fascistas esenciales, de fascistas eternos.

Dice Eco que el ur-fascismo sigue a nuestro alrededor, a veces vestido de civil. Pero no dice que puede estar viviendo dentro de nosotros, con lo que sería más difícil cumplir con el que él considera que es nuestro deber: «desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus nuevas formas, cada día, en cada lugar del mundo».

Carolina Gómez-Ávila

@cgomezavila 

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