Ismael Pérez Vigil 09 de enero de 2021
El 2020 nos dejó varias secuelas con que lidiar en el
año que se inicia. La pandemia de la COVID 19 no es el único mal que nos
acecha. El coronavirus no es el único “virus”, otros dos, muy perjudiciales nos
afectarán gravemente en 2021: el régimen autoritario y la antipolítica.
El “virus” del populismo, que está presente en nuestra
historia desde hace muchos años, ante la falta de recursos económicos con los
que hacer demagogia y clientelismo, se trasmutó en un virus meramente
autoritario que utiliza la fuerza, sin disimulo, y ya como único recurso.
El régimen de facto e ilegítimamente constituido, ya
controlaba el poder ejecutivo, tras unas elecciones presidenciales, no
reconocidas por la mayoría del país ni por la comunidad internacional. El
régimen controlaba igualmente el poder judicial, encabezado por un Tribunal
Supremo, de igual manera ilegalmente designado por una Asamblea Nacional
moribunda –la electa en 2010–, que finalizado su periodo legislativo, sin
cumplir los requisitos formales y legales de convocatoria, designó magistrados,
varios de los cuales ni siquiera reúnen los requisitos constitucionales para
ejercer esa función.
Finalmente, ahora, con menos del 20% del padrón
electoral, logra hacerse con más del 90% de la Asamblea Nacional y controlar el
poder legislativo, tras la elección de esa Asamblea, en un proceso electoral
espurio y viciado, con partidos inhabilitados y secuestrados por el régimen y
que no reunió requisitos mínimos de equidad, justicia, democracia, razones por
las cuales la oposición democrática se negó a participar en ese proceso y los
países democráticos han desconocido sus resultados.
Pero el régimen, ahora desembozadamente autoritario y
represivo, gobierna de hecho, de facto, solamente apoyado por la fuerza de las
armas, pues su apoyo popular es apenas un efímero porcentaje de la población,
buena parte de la cual fue arrastrada a votar bajo chantaje o amenaza.
Pero, como dijimos, el 2020 cerró también, y esto es
lo particularmente grave, con otro “virus”: un creciente sentimiento
antipolítico, cada vez más extendido en la población.
La antipolítica no es un fenómeno nuevo, tiene siglos
en Venezuela, pero ha sido especialmente notorio desde los años 70 del pasado
siglo y se ha visto exacerbada en años recientes por el fenómeno de los
“indignados” de Europa y el movimiento “trumpista” en los Estados Unidos, en
estos últimos cuatro años.
Algunos analistas del diario quehacer político, como
Fernando Rodriguez, ven a la antipolítica como una “rabiosa y dañina
enfermedad” y la define tan certeramente que vale la pena repetir sus palabras:
“La practican mucho los muy acomodados
burgueses que al fin y al cabo no tienen tiempo sino para gerenciar sus
haberes. Los radicales fascistoides o nihilistas anárquicos. Los jóvenes que
creen que la vida es suya. Profundos que tienen un destino creador que los
exime de toda otra tarea. Columnistas que viven del mordisco y la patada.
Culebras de las redes cloacales. Y así, así. Solo un líder iluminado, un
político no político, que coincida con sus intereses y su desprecio de la
omnipresencia y la diversidad del otro puede ocasionalmente despertarlos de su
sueño perverso.” (El Nacional, 20 de diciembre de 2020)
Y al político, en el mejor de los casos se le ve como
un mal menor, probablemente necesario, pero siempre censurable, criticable e
“insultable”, valga la expresión; siempre allí, siempre presente, siempre a
disposición para desahogarse contra él o como tema de burla y conversación.
Pero cada vez que tocamos este tema, se nos dice que
criticar las posiciones antipolíticas, antipartidos, es negarse a reconocer las
fallas, los errores y las críticas. No se trata de negar la crítica,
absolutamente necesaria y útil. De hecho, la política y las organizaciones
políticas no crecen ni se desarrollan sin la crítica, sin el debate político,
sin la discusión abierta. No se trata, tampoco, de negar los errores cometidos
por un liderazgo opositor que obviamente no ha sido afortunado o no ha dado con
las “claves” para conducir el descontento popular contra el régimen de oprobio
que nos mal gobierna desde hace más de veinte años.
La dirigencia opositora ha tenido aciertos que se le
deben reconocer y celebrar, pero ha cometido errores –seguramente más que los
aciertos, pues de lo contrario no estaríamos aún bajo este régimen– que se le
deben señalar y que deben ser motivo de análisis profundo. Pero la crítica,
necesaria, indispensable, no puede servir de excusa para una predica
disolutiva, corrosiva, que no busca superar situaciones sino hundirnos más en
los desaciertos y errores. O bien para asumir posiciones “populares”, con las
cuales estar sobre la ola y en el candelero político, sin méritos propios, sino
a partir de los errores de los demás y las matrices de opinión creadas por
otros.
En el campo de la vieja antipolítica –cuyos nocivos
efectos hemos conocido y vivido como procesos de abstención, sin sacarle ningún
provecho y sin otra expresión política de rebeldía– hay hoy en día una
“variante” sutil, que puede ser muy nociva, ante la cual debemos estar alertas.
Se trata de algunos “analistas” políticos, consultores, asesores, periodistas,
generadores de opinión y ciudadanos “comunes” que, por redes sociales y grupos
de WhatsApp, con el pretexto de la “critica” de la actividad política,
aprovechan para descabezar a cuanto títere con cabeza y líder aparece en el
escenario político. Culpan al liderazgo opositor no por sus errores y faltas,
sino por todos los males del país, como si los males que padecemos millones de
venezolanos no se debieran a un mal gobierno que tiene 21 años destruyendo al
país.
Algunos, de estos “críticos” solapadamente promueven
alguna opción sustitutiva, pero la mayoría se limitan simplemente al
señalamiento de los errores, a resaltar las carencias, a la crítica demoledora
del líder de turno, esté o no en “desgracia” ese líder, en una especie de
molino de líderes o “liderofagia”, como lo llamara Tulio Hernandez (
Liderofagia, Frontera Viva, 19 junio, 2020).
Resumiendo, el régimen en su fase tiránica y la
antipolítica, que le hace el juego, son dos poderosos “virus” con los que la
oposición y la sociedad venezolana tendrán que lidiar en 2021. Sobre esas
tareas hablaremos la próxima semana.
Ismael
Pérez Vigil
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