Opus Dei 06 de marzo de 2021
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Sexta
reflexión para meditar durante los siete domingos de san José. Los temas
propuestos son: dificultades y creatividad en la vida de José; la actitud ante
los problemas de una familia corriente; acoger la luz de Dios en lo ordinario.
LA VIDA DE san José no estuvo libre de dificultades,
grandes y pequeñas. De hecho, la costumbre de vivir de manera especial los
siete domingos previos a su fiesta nace para contemplar sus siete gozos, pero
también sus siete dolores. Por ejemplo, aquel cuando Jesús, a los doce años, se
quedó en el Templo de Jerusalén sin que lo supieran sus padres. María, al
encontrarlo tres días después, exclama: «¡Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?
Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos» (Lc 2,48). La Escritura es
clara: san José había pasado muchas horas de tribulación, había experimentado
la angustia de quien no halla lo más importante de su vida. También está, por ejemplo,
aquel dolor del santo patriarca cuando el ángel le dice: «Levántate, toma al
niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te diga, porque
Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13). Son palabras fuertes, que
asustan, más al ser recibidas en medio de la oscuridad de la noche.
¿Por qué un varón tan justo tenía que pasar por estos
y otros momentos difíciles? ¿Por qué alguien que procura hacer las cosas con
tanta delicadeza y honradez a veces puede parecer que experimenta incluso más
dificultades que los demás? Al contemplar los problemas por los que pasó san
José, como encontrar techo para Jesús o tener que vivir como forastero, muchas
veces «nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero
Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del
cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el
verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo
intervino confiando en la valentía creadora de este hombre»[1].
San José sabía que las dificultades, además de que no
son extrañas en los planes divinos, pueden ser momentos de crecimiento en
intimidad con Dios y de crecimiento personal en muchos ámbitos. Aunque,
lógicamente, no busquemos pasar por este tipo de circunstancias, estas
inevitablemente llegan, y entonces el santo patriarca puede ser un buen modelo
e intercesor; puede enseñarnos a sacar de nosotros la valentía y la creatividad
para transformar nuestro entorno y nuestro corazón en un lugar más de Dios. Son
momentos en los que el Señor tiene una especial misión para nosotros, aunque no
siempre lo alcancemos a comprender del todo.
LOS PROBLEMAS DE Jesús, María y José también eran los
problemas de una familia corriente, como los que solemos tener en la nuestra
propia, a veces costosos: traslados entre ciudades, cambios de casa, pérdida de
trabajo, amenazas, dudas... En tantos aspectos, la vida de san José fue una
vida normal y eso lo hace cercano a nosotros. Por ejemplo, «el Evangelio no da
ninguna información sobre el tiempo en que María, José y el Niño permanecieron
en Egipto. Sin embargo, lo que es cierto es que habrán tenido necesidad de
comer, de encontrar una casa, un trabajo. No hace falta mucha imaginación para
llenar el silencio del Evangelio a este respecto. La Sagrada Familia tuvo que
afrontar problemas concretos como todas las demás familias»[2]. Es verdad que
Dios puede resolver muchos de esos conflictos, antes y ahora, pero en su divina
sabiduría no ha querido hacerlo, nos lo ha dejado a nosotros. «De Dios es la
sabiduría y la fuerza, suyos son la inteligencia y el consejo» (Jb 12,13). Su
milagro son las capacidades que ha dado a cada uno, enriquecidas por los dones
del Espíritu Santo.
San Josemaría también experimentó dificultades y
sufrimiento para llevar adelante su misión de ser padre y guía de santos: la
muerte sucesiva de tres hermanas pequeñas, la humillación de la bancarrota del
negocio familiar, las incomprensiones de algunos parientes cercanos, el fallecimiento
de su padre poco antes de recibir la ordenación sacerdotal, etc. Y, al mismo
tiempo, el Señor lo bendijo con un temple humano y sobrenatural para hacer vida
el proyecto que Dios le había encomendado. De esta manera actúa el Señor con
los suyos. Seguro que también nosotros disponemos –con mayor o menor
abundancia– de esos dones para «confirmar en las almas y en la sociedad la paz
y la concordia: la tolerancia, la comprensión, el trato, el amor»[3].
Nos puede servir el ejemplo de san José, que era
valiente, proactivo, atento, siempre dispuesto a poner en práctica los milagros
ordinarios que Dios le pedía. Y también podemos fijarnos en la vida de
san Josemaría; aunque nunca le faltaron los problemas, fue una profunda vida de
fe la que hizo posible ver detrás de todo la mano de Dios, que nunca nos
abandona.
SAN JOSEMARÍA enseñaba que la vida ordinaria puede ser
ocasión de encuentro con Dios, con «algo santo, divino, escondido en las
situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir»[4]. Por tanto, la
propia vida está imbuida de un sentido divino, no podemos ir hacia Dios sin
encontrarnos con el milagro de lo ordinario. El Señor ha querido
esconderse discretamente en las cosas normales de nuestro día, sin
imposiciones, para dejarnos verdaderamente libres de buscarle. Y parte de la
vida corriente son las pequeñas dificultades de cada día: eso que no salió como
planeábamos, una relación que quisiéramos que sea mejor, las complejidades que
surgen en nuestro trabajo, etc. «Cuando nos enfrentamos a un problema podemos
detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A
veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en
cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener»[5].
Estas circunstancias también pueden ser una ocasión
para pedir más luz a Dios. Nos brindan la posibilidad de reforzar nuestro
diálogo e intimidad con el Señor, para tomar fuerzas en llevar adelante su plan
de amor en nuestras circunstancias. Así como José siempre recibió la palabra
oportuna para afrontar las dificultades y cuidar así la Sagrada Familia,
también nosotros podemos experimentar la cercanía y la voz del Señor que
alienta e impulsa a brindar comprensión, paz, fortaleza, ánimo, a quien lo
necesita. «De José debemos aprender el mismo cuidado y responsabilidad: amar al
Niño y a su madre; amar los sacramentos y la caridad; amar a la Iglesia y a los
pobres. En cada una de estas realidades está siempre el Niño y su madre»[6].
[1] Francisco, carta apostólica Patris corde,
n. 5.
[2] Francisco, carta apostólica Patris corde,
n. 5.
[3] San Josemaría, Carta n. º3, n.
38.
[4] San Josemaría, Conversaciones, n. 114.
[5] Francisco, carta apostólica Patris corde,
n. 5.
[6] Ibíd.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/document/meditaciones-6o-domingo-de-san-jose/
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