Por Simón García
No es de extrañar que
Maduro, como presidente, concentre un rechazo muy alto, según Datanálisis. Es
el castigo pasivo por su responsabilidad en la crisis que destruye al país. El
costo a su lealtad fanática a un modelo cuyo éxito depende de extinguir la
democracia y la economía “burguesas”. La pequeña venganza del que no puede ir
al mercado o no tiene gas para cocinar.
Pero, que el principal
dirigente de la oposición sea objeto de una desaprobación similar, no es un
mensaje arrojado al mar en una botella. Nos debe preocupar a todos, porque
significa que no hay una figura democrática alternativa y, en consecuencia, hay
que pensar por qué no y cómo tenerla.
Voces de la oposición —donde
la verdad parece condenada a construirse dificultosamente— sugieren que, en vez
de cambiar al líder, se cambie aquella política opositora que se está
derritiendo a los ojos de todos. Pero la mayoría del liderazgo actúa al revés:
debilitar al líder y moverse, sin asumirlo, hacia un viraje político.
Esa supuesta protección a
Guaidó, mientras se ejecuta sin debate una vuelta de espalda a la línea
insurreccional, es la peor manera de reducir el desmoronamiento reputacional de
todos.
Altos dirigentes del G4, con
una inteligencia instintiva y conservadora, no quieren reconocer errores para
evadir responsabilidades. Desvían indiscriminadamente sus ataques hacia quienes
optan por volver al voto. Denuncian a un pequeño sector —que no es toda «la
mesita»— que llama a votar sin diferenciarse del régimen. Se niegan a dar pasos
claros para que la participación electoral no se confunda con una concesión al
poder.
Prefieren seguir
criminalizando a la oposición que retorna al voto y sustituir la batalla de las
ideas por la guerra civil de las descalificaciones.
La solicitud hecha
públicamente a Guaidó para que encabece el proceso para llevar al terreno
electoral el propósito de transitar, progresivamente, del autoritarismo a la
democracia, es tiroteado desde dos lados. El que exige cumplir con la
formalidad ritual de hacerle primero un reclamo a Maduro, al margen de su
eficacia. Y el que grita por la ingenuidad de darle oxígeno a un líder cuyos
errores lo inhabilitan, según ellos, para rectificar.
Son actitudes que bloquean
la posibilidad de establecer un consenso mínimo de la oposición en torno a una
política transicional viable. Cierran el camino para darle piso real y
referencia social a la crisis de la oposición y las
vulnerabilidades/limitaciones de la misma democracia.
Para creer de nuevo en una
democracia inexistente hay que pasar por la experiencia concreta de ir a las
elecciones de gobernadores y alcaldes, construyendo una nueva relación entre
partidos y sociedad civil. Generando espacios para combinar una política cívica
de defensa del derecho a la vida con una política partidista para contender por
un poder que reconstruya a Venezuela y unifique a los venezolanos.
El descredito de la
democracia no puede provenir de los demócratas.
No es cierto que mientras
más crisis y calamidades sufra una sociedad, más aumentará la fuerza de la
oposición. Tampoco que seguir jugando con falsas expectativas, nos permitirá
dejar atrás el ciclo autoritario.
Creer en la democracia es
oír a los ciudadanos. Y empeñados en anularnos entre nosotros mismos, hace rato
que no lo estamos haciendo.
Simón García es analista político. Cofundador del
MAS.
07-03-21
https://talcualdigital.com/creer-en-la-democracia-por-simon-garcia/
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